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Idiotas y perroflautas

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Por Noel Álvarez*

¿Tiene la población la clase dirigente que se merece? Esta misma pregunta se la hacían los griegos del mundo antiguo. Ellos solían contestarla de forma terminante y parece que nosotros hemos copiado el estilo, cuando decimos: “Los dirigentes políticos son un fiel reflejo de la sociedad que los contiene”. Nunca olvido un consejo que me dio mi difunto padre: “Hijo, espacio de poder que usted no ocupe, otro lo ocupará por usted”. Este es el motivo de que, a ciertos grupos políticos les convenga tener una ciudadanía idiota que no participa en ninguno de los espacios públicos, por supuesto, siempre habrá excusas para no hacerlo: no se participa en los partidos, porque todos son iguales; tampoco en los sindicatos porque todos son unos vendidos. En el caso de los movimientos sociales, si bien resulta más difícil encontrar una excusa, siempre se podrá alegar que todos son unos perroflautas.

Para aclarar términos, según los griegos el sustantivo idiota le era aplicado a la persona que se dedicaba únicamente a lo suyo, a lo privado, desechando la participación en la vida pública, tal como la actividad política. En España el sustantivo perroflauta se utilizó, en principio, para designar a las personas que llevaban una vida bohemia, tocando la flauta en la calle, acompañados de su perro. Posteriormente, se tildó así a quienes adversaban al capitalismo, mostrando, generalmente, un descuidado aspecto personal. El termino se viralizó durante el movimiento de los indignados (15-M) y posteriormente la palabra pasó a designar a cualquier persona con tendencias políticas de izquierda que exhiba un aspecto desaliñado.

El escritor, periodista, poeta y pionero en el humor político brasileño, Aparicio Fernando de Brinkerhoff, fue el autor de la certera frase: “Si hay un idiota en el poder es porque quienes lo eligieron están bien representados”. Y ese es el problema de la democracia, que el pueblo soberano es siempre el último y, por tanto, único responsable de las decisiones. Otros serán culpables, pero quienes siempre sufren las consecuencias, son los que eligieron. Como le dijo el rey español en el exilio a un presidente de esa nacionalidad: “El dolor viene después”.

La política es una actividad moral que nace naturalmente de las exigencias humanas y siempre estará expuesta al riesgo de la corrupción. Aristóteles señalaba su causa: “los gobernantes dejan de atender el interés general y actúan en función de sus intereses particulares”. Cuando se pierde la correspondencia entre el sistema de partidos y las fuerzas sociales, no surge ninguna autoridad estable de la rivalidad de los partidos y se produce el fenómeno conocido como “crisis de hegemonía” o insuficiencia hegemónica.

Lo peor de la “democracia” es lo que se ha dejado de hacer. De nada sirve “ir a otras elecciones de cualquier naturaleza si la miopía continúa vigente en la dirigencia que hace vida en los partidos políticos”, nos recuerda un político centroamericano en el exilio. Una coalición basada en un programa de reformas es posiblemente la mejor solución a los problemas de un país impregnado de idiotas.

De igual manera, la corrupción política es un mal y hay que tratarla como tal, con la idea clara de exterminarla. Actualmente la mayoría de los perroflautas en el mundo son repudiados por ser considerados como demagogos, y es normal que cuando sea así, entonces no haya empleo, salud, seguridad, educación, diversión, alimentos, ni nada que satisfaga las necesidades básicas de la gente, porque el fin último de estos personajes es, aprovecharse de las situaciones para favorecerse a sí mismos. En algunos países se hace política de partido y poca de Estado; esta es la razón que subyace detrás de Estados democráticos débiles con economías decadentes, incapaces de explotar todo su potencial.

Aristóteles dijo, y fue secundado más tarde por Santo Tomás de Aquino, criticando la actuación de los perroflautas de aquellas épocas, que la democracia era el peor sistema de gobierno porque, cuando la responsabilidad de elegir a los gobernantes, recaía sobre las masas populares, tenedoras estas de una baja escala de valores y carentes de visión de futuro, podían ser fácilmente estafadas por hordas de farsantes, cuyos planes jamás estarían encaminados a garantizar que la política sirviera efectivamente a los más necesitados. A pesar de la distancia que media entre aquellos pensamientos y nuestra época, no sé por qué, esta situación me suena bastante familiar.

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