Por Félix Arellano
Nuestra región enfrenta un largo y complejo proceso de polarización y fragmentación política e ideológica, que está generando negativas consecuencias en diversos planos, en particular, en términos de generación de bienestar social, equidad e inserción eficiente en la economía global. Tal situación se agudiza al observar las temerarias declaraciones del vicecanciller ruso Sergei Ryabkov, quien ha presidido la delegación de su país en las recientes negociaciones sobre temas de seguridad con los países de la OTAN, que ha involucrado a nuestra región como una ficha en el juego geopolítico con fines de carácter militar.
Conviene destacar que nuestra región logró avanzar en el marco de las olas de recuperación de la democracia y, para la década de los noventa del siglo pasado, los Gobiernos de la región eran el resultado de elecciones libres, pero también se ha caracterizado por constituir una zona de paz, libre de la carrera armamentista nuclear.
Ahora bien, con el tiempo, diversos factores se han combinado para debilitar la institucionalidad democrática, el bienestar social y los derechos humanos, generando las condiciones para el ascenso de movimientos políticos populistas promotores de ideologías radicales que, al llegar al poder mediante el voto popular con el objeto de perpetuarse, deterioran aún más la situación, agravando los problemas estructurales, lo que está generando una pérdida de oportunidades para nuestros pueblos.
Los falsos discursos del populismo radical alimentan sentimientos nacionalistas, xenofóbicos, maniqueístas y de exclusión, incrementando las tensiones políticas y la polarización. En el debate político resulta cada día más común el rechazo de los contrarios con descalificaciones de “traidores a la patria, fascistas o lacayos del imperio”, situación que se exacerba con expresiones como “gusanos o ratas”.
Se está conformando un clima de fanatismo ideológico destructivo, que estimula las pasiones y bloquea, tanto la capacidad de reflexión crítica, como las posibilidades de dialogo, negociación y convivencia, elementos fundamentales de la vida en democracia.
Al apreciar la situación regional nos encontramos con diversos casos de polarización y fragmentación política. Entre los casos recientes podemos destacar la creciente fragmentación política en Perú, que se aceleró en las pasadas elecciones nacionales, lo que está generando una grave crisis de gobernabilidad. En el caso de Colombia, también se observa una fragmentación de los grupos políticos democráticos, situación que puede favorecer las tendencias autoritarias con miras a los procesos electorales que se efectuaran en el presente año.
Por otra parte, en Bolivia, Ecuador, Paraguay, Argentina, Chile y Brasil se presenta una marcada polarización política que está paralizando las posibilidades de construcción de bienestar y equidad, factores detonantes del malestar social, conformando un círculo vicioso que aprovechan los populistas radicales con sus falsos discursos.
La diatriba política está impidiendo la gobernabilidad y perpetuando la crisis estructural de nuestros países, a lo que debemos sumar los perversos efectos de la pandemia del COVID-19, en particular para los sectores más vulnerables.
Entre las consecuencias negativas de la polarización y la fragmentación política destaca la crisis que experimenta la integración económica. En estos momentos nos enfrentamos con una región más desintegrada. Al respecto, se observa cómo los grandes proyectos de integración económica en la región –Comunidad Andina, el Mercosur, la ALADI e incluso la Alianza del Pacifico– han logrado importantes avances jurídicos y conceptuales; empero, se encuentran en una fase de estancamiento.
El enfrentamiento ideológico tiende a paralizar el cumplimiento de los objetivos técnicos de la integración, desviando la atención de los gobiernos a la conformación de nuevos proyectos, como la ALBA, UNASUR y CELAC concentrados en una retórica antisistema, satanizando el libre comercio sin reconocer sus beneficios y excluyendo a la región de las potenciales oportunidades del mundo global, en particular de las cadenas globales de valor.
El fanatismo ideológico también está paralizando las posibilidades de la cooperación internacional y del multilateralismo, en particular en lo que respecta a temas como institucionalidad democrática y derechos humanos. Los populismos autoritarios privilegian la soberanía y la autodeterminación como excusas para rechazar controles, limitaciones o potenciales sanciones que conllevan las normativas vinculantes en el orden liberal internacional 2.0.
Más concretamente podemos destacar el ataque sistemático de los gobiernos autoritarios contra la Organización de Estados Americanos (OEA) y su secretario general Luis Almagro, con el objetivo de debilitar o eliminar el sistema interamericano de defensa de los derechos humanos, columna fundamental de la organización hemisférica. En este contexto, tales Gobiernos también trabajan activamente en el marco de la geopolítica del autoritarismo para debilitar la institucionalidad de los derechos humanos a escala mundial, en particular en el Consejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Los populismos autoritarios llegan al poder manipulando las necesidades y esperanzas de los más débiles y aprovechando las oportunidades que ofrece la democracia; sin embargo, en la mayoría de los casos, el ejercicio gubernamental, con prácticas destructivas incrementa la pobreza, terma que manipulan permanentemente en sus falsos discursos, pero que aprovechan para ejercer un mayor control social.
La Deutsche Welle lo ha resumido claramente:
Mientras las democracias se han quedado ancladas en el pasado, los déspotas, en cambio, entendieron que si querían subsistir en este siglo XXI debían renovarse, maquillarse, disfrazarse de mil maneras y, sobre todo, abandonar las revueltas de cuartel. Por eso, los tiranos que hoy rigen las naciones más pobres de la región ya no andan de verde oliva. Y es que ahora no imponen sus regímenes con balas de fusil, como en décadas pasadas (…) Pero manipular el sistema puertas adentro no sería suficiente, los autócratas de nuestro siglo también aprendieron a jugar con los organismos internacionales (…) Manipulando la democracia, los dictadores han logrado adaptarse y sobrevivir1.
Por otra parte, los grandes actores o potencias del autoritarismo también participan en los procesos de desmantelamiento de la institucionalidad democrática, utilizando los múltiples recursos de la llamada guerra hibrida, sobre todo el manejo de las redes sociales para incrementar la zozobra y el malestar social. Pero el trabajo más interesante se presenta al llegar los populismos al poder, pues en buena medida asumen el control de la situación, la defesa geopolítica de sus nuevas fichas y logran interesantes resultados económicos, expoliando los recursos de nuestros países.
La compleja participación de tales potencias se puede apreciar con las recientes declaraciones de altos jerarcas del Gobierno ruso, que han involucrado a la región como fichas en el juego de enfrentamiento geopolítico con occidente
Desde la perspectiva democrática pareciera que no estamos trabajando con la disciplina y profundidad que las condiciones lo exigen; por el contrario, estamos cayendo en la trampa del autoritarismo, generando una “guerra de todos contra todos” o construyendo una dinámica de burbujas desconectadas de la problemática social.
Los fanatismos, proyectos personales, egos y corrupción son algunos de los factores que contribuyen a la fragmentación de la fuerza democrática. El poder autoritario, con sus recursos y múltiples tentáculos, incluyendo el uso de la fuerza, promueve las divisiones; el resto lo aportan los dirigentes políticos democráticos al promover la permanente descalificación y la soberbia.
Nuestras fuerzas democráticas deberían coordinar esfuerzos para promover procesos de transformación que contemplen participación efectiva de todos los sectores, eliminado la xenofobia y la exclusión; proyectos que privilegien la equidad y permitan enfrentar la situación de los más vulnerables; proyectos que estimulen la reflexión crítica y autocrítica, para respetar las diferencias y el disenso. En el plano ético urge una labor pedagógica en todos los sectores sociales para cultivar valores y prácticas de respeto a la dignidad humana y la convivencia social,
En el plano internacional los gobiernos democráticos de la región deberían promover proyectos de cooperación que permitan la incorporación de los diversos gobiernos realmente interesados en la construcción de bienestar social, equidad, crecimiento económico sustentable, la lucha contra la pandemia y enfrentar los autoritarismos ideológicos que tanto daño están generando.
Notas:
Fuente:
TalCual Digital: talcualdigital.com