La más reciente ola de protestas iniciada en los EE. UU. a raíz del asesinato de George Floyd ha revelado la vigencia de factores estructurales que adolece la sociedad americana en pleno siglo XXI. Aun así, la respuesta ciudadana y sus exigencias sigue siendo nuestra esperanza para combatir vastas injusticias
Por Carolina Jiménez Sandoval*
Una frase que ha dado la vuelta al mundo, pronunciada por George Floyd, hombre afroamericano de 46 años, cuando un policía de Minneapolis (Minnesota, Estados Unidos) lo inmovilizaba con su rodilla a la altura del cuello, mientras este rogaba que lo liberaran: “I can’t breath” (“no puedo respirar”) fueron las últimas palabras de Floyd justo antes de morir en manos de la policía el pasado 25 de mayo. Y, aunque no es una situación nueva, hoy existe una diferencia sustancial en relación a casos anteriores: los últimos minutos de asfixia y horror vividos por Floyd fueron grabados por un espectador que filmó la escena desde su teléfono celular, cuya difusión se viralizó rápidamente incluso en medio de una pandemia. Así, el mundo pudo ver y escuchar la súplica de Floyd frente al uso excesivo y letal de la fuerza por parte de un policía blanco, con un nivel de detalle aterrador. El país estalló en protestas, pese a las restricciones de la movilidad impuestas para contener el COVID-19. Progresivamente, distintas ciudades alrededor del planeta se sumaron a la ola de indignación desatada por el homicidio de Floyd.
En los días siguientes, la Fiscalía del estado de Minnesota procedió a acusar al policía implicado, Derek Chauvin, de asesinato en segundo grado; a la vez que presentó cargos de complicidad e instigación contra los otros tres agentes que estaban en la escena del crimen. Para algunos, la rápida actuación del sistema de justicia mostró que este tipo de incidentes de abuso policial contra la población afroamericana no son tolerados y traen consecuencias. Sin embargo, esa valoración inmediata se queda completamente en la superficialidad: la historia del racismo sistémico en Estados Unidos, así como en otras latitudes, muestra una realidad diferente.
Más allá de Floyd: racismo y la multiplicación de las tragedias
En el sistema policial de Estados Unidos, la falta de información sobre temas de violencia policial y su impacto sobre la población afroamericana impiden tener el panorama completo de una situación que urge comprender de forma integral. El Departamento de Justicia, institución encargada de recolectar y sistematizar los datos sobre uso de la fuerza por parte de las agencias policiales, incluyendo el número de asesinatos cometidos por policías a nivel nacional, sigue fallando en la producción de dichas estadísticas. En un país que cuenta con importantes expertos en distintas formas de medición y producción de indicadores, además de recursos, acceso y desarrollo de diversas tecnologías de avanzada, resulta injustificable esta brecha en información fundamental para el diseño de políticas públicas en la materia.
Ante el vacío existente, organizaciones no gubernamentales, así como grupos de medios de comunicación se han dado a la tarea de crear bases de datos que registran las muertes de personas a manos de la policía. El Washington Post, por ejemplo, creó la base de datos “Fatal Shootings” (2015)1 y desde su creación en enero de 2015 hasta el 9 de julio de 2020, se habían registrado 5.442 casos.
Si bien es cierto que muchas otras personas pierden la vida a causa de la actuación indebida de las fuerzas policiales en países en vías de desarrollo, los datos en EE. UU. están muy por encima de otros países industrializados. Algunas comparaciones hechas por académicos y medios de comunicación arrojan promedios alarmantes. Por ejemplo, la tasa de muerte bajo custodia policial en EE. UU. es de doce por cada 100 mil arrestos. Esta cifra es más del doble que en Australia (cinco por cada 100.000) y seis veces mayor que en el Reino Unido (dos por cada 100.000)2.
Como si aquellos índices de violencia policial no fueran de por sí alarmantes, la situación es aún más preocupante cuando se analiza desde la perspectiva racial. De la información disponible se desprende una conclusión muy clara: los asesinatos cometidos por policías afectan de una manera desproporcional a la población afroamericana3.
El racismo es también un elemento presente en otras formas de represión o violencia institucional. Diversos estudios han demostrado que el tema racial es un factor crucial a la hora de que una corte emita una sentencia de muerte o pena capital. Actualmente, las personas afroamericanas constituyen el 43 % de todas las ejecuciones de la pena de muerte desde 1976 y representan el 56 % de aquellos que están esperando una ejecución en los Estados Unidos.
El caso de Floyd ha vuelto a energizar un debate que no es ni nuevo, ni exclusivo a ciertos lugares. Todo lo contrario, la comunidad internacional ha promovido los principios de igualdad y no-discriminación como pilares sobre los que se codifican nuestros derechos y, en 1965, cuando se aprobó la Convención internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial, uno de los puntos de su preámbulo fue tajante: “[…] toda doctrina de superioridad basada en la diferenciación racial es científicamente falsa, moralmente condenable y socialmente injusta y peligrosa, y nada en la teoría o en la práctica permite justificar, en ninguna parte, la discriminación racial […]”
¿Dónde se encuentra el mundo 55 años después de aprobada esa Convención? Hay que decirlo: aún muy lejos de vivir en un planeta donde tanto en las leyes como en todas las prácticas sociales, económicas y culturales hayamos eliminado la exclusión, distinción, restricción o preferencia por motivo de raza, color u origen étnico o nacional como elementos que definen el goce de nuestros derechos y libertades en todas las esferas de nuestra vida pública y privada.
Más allá de las definiciones propias que nos aporta el Derecho Internacional, es necesario pensar en la discriminación racial en todo su alcance, i.e. en su influencia y –en el peor de los casos– en su total inserción en nuestros sistemas políticos y sociales, y no como un elemento más que está presente en dichos sistemas, sino como parte inherente al funcionamiento de los mismos.
En América Latina, la discriminación contra los pueblos indígenas y contra las comunidades afrodescendientes ha sido parte de un legado histórico-colonial que más de quinientos años después sigue presente en viejos patrones de marginalización socio-económica y política que siguen siendo explotados por populismos de izquierda y de derecha, sin que ninguno parezca tener en cuenta sus necesidades y sin que la sociedad latinoamericana haya podido alcanzar un verdadero proceso de reivindicación de sus derechos, incluyendo un debate renovado sobre el racismo en nuestros países, libre de los prejuicios habituales.
No es mi voz, ni la de muchos que leen estas líneas, las que deben guiar el debate. Allí están las voces de #BlackLivesMatter4 y de muchos otros movimientos de pueblos indígenas y de diversas comunidades haciéndose oír con cada vez más fuerza. Es nuestra hora para escuchar, para aprender y para activarnos a amplificar esas voces y poner en marcha una verdadera lucha contra el racismo.
El futuro: la apuesta a que “esta vez” sea diferente
La muerte de George Floyd no fue la primera vez que la opinión pública escuchó decir a un hombre negro “no puedo respirar” ante la violencia policial. En 2014, Eric Gardner, un hombre de 43 años, repitió muchas veces la misma frase mientras un policía blanco en Nueva York lo asfixiaba con una llave al cuello. También en ese momento hubo un video. También en esa ocasión miles de personas tomaron las calles exigiendo justicia, pero nada más allá pasó: un jurado decidió no presentar acusación contra los policías involucrados.
¿Qué es distinto ahora? Es difícil tener una respuesta concreta, pero hay algunos visos de esperanza que permiten apostar a cambios positivos. Lamentablemente, muchas de las protestas en Estados Unidos fueron reprimidas con uso excesivo de la fuerza. Si bien es cierto que en algunas de estas protestas hubo focos de violencia, es necesario recalcar que el hecho de que haya grupos o focos de violencia en una multitud no vuelve a dicha protesta violenta per se. Casos como el de Venezuela, o Chile, en otros momentos, han demostrado que el mismo patrón de represión suele repetirse: las fuerzas policiales acusan a todos los que protestan de violentos y en lugar de controlar los focos de violencia con base a criterios de necesidad, legalidad y proporcionalidad, ejercen la fuerza de forma represiva y excesiva. Esto ha sido plenamente documentado y el manejo político de estas narrativas con frecuencia oscurece la relevancia de las causas por las cuales se protesta.5
Ahora bien, a pesar de la represión, algunos estudios han señalado que las protestas desatadas a raíz del homicidio de George Floyd hacen del movimiento #BlackLivesMatter el más grande de la historia, calculando que entre 15 a 26 millones de personas han participado en las protestas contra el racismo tan solo en los Estados Unidos6. Esto, hay que recordar, en pleno contexto de una pandemia como el COVID-19. Esta increíble participación de ciudadanos alrededor del mundo, que se ha mantenido viva en el tiempo, más allá del cambio de intensidad de las protestas, hace pensar que el movimiento se ha extendido a una audiencia mucho más grande que la de la propia comunidad afroamericana. Este incremento en la participación se ha traducido, a su vez, en un debate intenso sobre temas que van mucho más allá de la violencia policial: desde la manera en la que se financia públicamente a los departamentos policiales hasta la existencia de estatuas y otros símbolos representativos de la esclavitud que no tienen cabida en el mundo actual. No solo se ha visto mucho más debate público en diferentes medios, sino que diversos grupos políticos en el Congreso han empezado a redactar y presentar propuestas de legislación a favor de la –tan urgente y necesaria– reforma policial que el país reclama…
El camino es largo, pero ha quedado claro que todos queremos respirar.
*Internacionalista.
Notas:
- Esta base de datos es pública y está disponible en: https://www.washingtonpost.com/graphics/investigations/police-shootings-database/
- CNN: “La policía en EE.UU. le dispara, mata y encarcela a más personas que en otros países desarrollados”, 8 junio 2020, disponible en: https://cnnespanol.cnn.com/2020/06/08/la-policia-en-estados-unidos-le-dispara-mata-y-encarcela-a-mas-personas-que-en-otros-paises-desarrollados-estos-son-los-datos/
- Amnistía Internacional: “Deadly force. Police use of lethal force in the United States”, 2015, disponible en: https://www.amnestyusa.org/wp-content/uploads/2015/06/aiusa_deadlyforcereportjune2015-1.pdf
- #BlackLivesMatter (las vidas negras importan) es un movimiento antirracista fundado en 2013 que lucha contra la violencia policial que impacta la vida de las comunidades afroamericanas.
- Al respecto, Amnistía Internacional publicó recientemente un mapa interactivo en el que se analizaron 125 incidentes de uso excesivo de la fuerza por parte de la policía durante las protestas contra el racismo en Estados Unidos. El mapa puede consultarse en: https://www.amnesty.org/es/latest/news/2020/06/usa-unlawful-use-of-force-by-police-at-black-lives-matter-protests/?fbclid=IwAR07N9wPFmdNxGBCaRB8jVXDXGvsSEEzH8sgquJNMcCfxgVuSozHZePYUoU
- Larry Buchanan, Quoctrung Bui y Jugal K. Patel: “Black Lives Matter may be the largest movement in US history”, 3 de julio de 2020, en el New York Times, disponible en: https://www.nytimes.com/interactive/2020/07/03/us/george-floyd-protests-crowd-size.html
Fuente: Revista SIC 826