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Hugo Fernández Oviol y el pañuelo de Maduro

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Tito Nuñez

Poeta, filósofo y educador, era Hugo un hombre rojo, literalmente rojo, por fuera y por dentro rojo. Serrano del estado Falcón, de Caburé, para ser más precisos, su cabello y su barba resaltaban en su cabeza gruesa como todo su cuerpo. El Vikingo, lo llamábamos sus amigos.

Estudió ingeniería en Argentina aventado al sur por la dictadura de Pérez Jiménez. El bolívar no era entonces una moneda críptica ni virtual, o apagada, como acaece desde el viernes negro hasta la tambaleante corrupción chavista. De esa especie de exilio forzoso también participaron, entre otros, Porfirio Garcés y Pedro Duno, inolvidables amigos y valientes ciudadanos.

Fueron inconclusos sus estudios. Aristotélico como pocos, se graduó de filósofo años después en la UCV. Era también docente egresado de la prestigiosa escuela de El Mácaro. Su copa siempre erguida, su simpatía y don de la amistad; su alegría y su desenfado, daban pistas acerca de sus genes irlandeses. De él recuerdo entre muchos poemas, anécdotas y chascarrillos, unas palabras que hoy dedico a los pensionados humillados por ¿nuestro? gobierno con menos de un dólar cada mes, lo cual sólo alcanza para una eufemística bebida láctea y una empanada:

“La cobija debe tener la exacta dimensión del frío… “

El pañuelito de Maduro no cubre ni siquiera el dedo de la puñeta, única arma de los desvalidos. Tal vez le sea útil al presidente para limpiar ocurrencias del pajarito que a veces lo visita.

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