Minerva Vitti
Josiah K’Okal es keniano y llegó a Venezuela en 1997. Recuerda que aun sin hablar bien el castellano alguien le dijo: “Aquí la vida va ser más fácil, porque usted viene de un lugar donde se hablan tantos idiomas, donde hay tantas culturas. Llegó a un país donde se habla una lengua y hay una sola cultura”. Sin duda esa persona estaba equivocada. Este religioso perteneciente a la congregación Misioneros de la Consolata vivió durante siete años entre los indígenas warao del bajo delta, quienes le enseñaron su cultura y su idioma.
Recuerda que una vez visitando a Víctor Pizzaro y a su esposa en la comunidad de Muaina, que queda a pocos minutos del océano Atlántico, y a aproximadamente diez horas de Tucupita, en una curiara con motor de 75 HP; este le comentó que un tal Cheche Rojas había invadido la isla de Tobejuba, que queda al frente de Muaina, y había metido ganados, destruyendo todo lo que la comunidad había sembrado en la isla. Los warao trataron de hablar con Rojas, pero el señor llegó a amenazarlos. Estaba conversando con Víctor y su esposa, y Víctor me preguntó, con lágrimas en sus ojos: ‘Bare, kasabasinadibute?’ (Padre, ¿quién hablará por nosotros?”.
En el 2009 hubo 39 muertos en varias comunidades del municipio Antonio Díaz, la mayoría de los cuales eran niños. Incluso, murió un joven de 22 años y su esposa. Las muertes ocurrieron en un espacio muy corto, y por una enfermedad muy extraña, que algunos médicos llegaron a sospechar que era rabia selvática. Algunos murieron en el dispensario de Nabasanuka, otros en sus casas, en la presencia de los religiosos que incluso tuvieron que trasladar a los algunos enfermos en sus embarcaciones. Y cuando los misioneros alzaron la voz para denunciar las muertes, inmediatamente los señalaron argumentando que estaba haciendo campaña política. K’Okal recuerda que una mujer warao le dijo: “Yo solo quiero saber de qué murieron mis tres nietos”.
El misionero asegura que hoy el pueblo Warao está más amenazado que nunca con el Arco Minero del Orinoco, que afectará aún más el río Orinoco que irriga todos los territorios de este pueblo indígena: “Los ríos y caños del delta están contaminados, cada vez hay menos fuentes de subsistencia. Mientras hablamos aquí los warao están tomando agua contaminada. Nunca se había visto migraciones warao con tanta frecuencia. Esto es la búsqueda de la respuesta a esos impactos ambientales porque nuestros bosques también están amenazados. Si no fuese por la presencia de los pueblos indígenas en estos lugares ¿hoy estaríamos hablando del Arco Minero? Solo habría desiertos”.
Justamente la semana pasada K’Okal caminaba por Plaza Venezuela y escuchó que alguien lo llamaba: “¡Baré!” (Padre). Era una mujer warao con su niño que estaba pidiendo. “En este momento tenemos a muchos indígenas en esa situación”.
Ahora el Arco Minero del Orinoco, que comprende una superficie de 111.843, 70 Km2 para la explotación minera, lo que representa 12 % del territorio nacional, viene como otra promesa de desarrollo pero la experiencia indica que no habrá ningún beneficio. Y pese a que el área cuatro de este megaproyecto (extensión del Arco Minero (Imataca), con predominancia de oro, bauxita, cobre, caolin y dolomita, y una superficie de 40.149, 69 Km) no alcanza a todas las comunidades del pueblo warao, igual van a ser afectados porque ahora lo que va descargar el río Orinoco es veneno.
K’Okal también hizo referencia a los impactos del cierre del caño Manamo en 1964, que generó grandes migraciones porque las tierras de los warao quedaron infértiles; a una demarcación hecha en Muaina en 2008 que generó más divisiones (la demarcación fue solo para la isla de Muaina, y el título de propiedad colectiva que les entregaron no abarca las islas aledañas); y a la explotación de petróleo en el municipio Pedernales. Asegura que cuando esto último comenzó también hubo una promesa muy grande al pueblo warao: acabar con su pobreza. El mega-proyecto traería desarrollo al pueblo Warao de Pedernales. Hoy estos territorios están más olvidados que nunca.
“Con el Arco Minero del Orinoco los indígenas van a ser víctimas del exterminio. Cuando se habla de desarrollo se mira hacia y desde Caracas y no hacia y desde los pueblos indígenas que son garantes de la conservación de esos territorios. Pero ¿qué significa tierra y territorio? Espero que todos podamos levantar la voz por el señor Víctor y su esposa: ‘Bare, kasabasinadibute?’ (Padre, ¿quién hablará por nosotros?”. Y alzarla aún más para que esos que dicen, erróneamente, que hay un idioma y una cultura en Venezuela, escuchen y se den cuenta que los indígenas estuvieron antes que nosotros en estos territorios, y que son más de 30 idiomas los que hay en Venezuela. Yo me uno a las voces de los pueblos indígenas que dicen no a este mega-proyecto.