«Soñamos que él nos quiere contar lo que sucedió. Nos imaginamos cada momento que mi hermano, Geyner Enrique Polanco Amaya, quedó herido y no murió.
Nos preguntamos ¿cuánto dolor habrá sufrido? Sin ser médicos forenses, sabemos que lo asesinaron y torturaron.
Mi hermano era un padre, un hombre cariñoso, atento con su familia y conmigo. Dejó a una hija de solo 5 años, una hija que lo espera cada día para un abrazo y un beso, un saludo que nunca volverá a suceder. Con lágrimas en los ojos y el corazón arrugado. me lleno de valor para contar lo que sucedió. Esta es la historia de la ejecución de mi hermano.
Un domingo común
Era un domingo 15 de marzo a las 11 de mañana, cuando mi hermano sacó de la nevera cerca de 35 helados para entregárselos a uno de los vendedores que los distribuía.
El carro se le dañó a dos cuadras de la casa. Cuando bajé a realizar unas compras lo vi con algunos mecánicos vecinos, al parecer el carro tenía un problema en el motor. El vendedor buscó los helados y Geyner duró horas con el carro varado en el medio de la vía. Cerca de las 3 de la tarde de ese domingo llegó a comer, recuerdo que le había guardado pasta con atún y él mismo cocinó unas tajadas.
Yo no salí a verlo, pero escuché que habló por teléfono con mi mamá. En mi mente no pasó la remota idea de que sería el último momento en que lo vería con vida.
Él volvió a salir a buscar unas herramientas para reparar el motor del carro. En la noche vi el carro parado frente a la casa, pero él no llegó a dormir. Recuerdo que llevaba una bermuda color mostaza.
Al siguiente día, un lunes 16 de marzo, el régimen venezolano anunciaba la cuarentena radical y como de costumbre salí a trabajar. Terminaba de hacer un par de entrevistas con otra compañera de trabajo, cuando me llegaron unos mensajes. Pasé los mensajes rápido, porque no tenía tiempo para leerlos uno a uno. Pero en uno alcance a ver en mayúscula el nombre de mi hermano.
Le dije a mi compañera: Mataron a mi hermano. No podía respirar. Deseaba que fuese un error, pero en el fondo sabía que sí lo habían matado.
Me enviaron un escrito policial donde se decía que había ocurrido un enfrentamiento con efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana, adscritos al Comando Nacional Anti Extorsión y Secuestro. Ahí decía que mi hermano era conocido con el apodo de Pirulo y que tenía un amplio prontuario en comercio de sustancias estupefacientes y psicotrópicas, porte ilícito de armas y robo de vehículo automotor.
Según el reporte que circuló, mi hermano portaba un revólver y cartuchos, además de un teléfono. Luego de la explicación de cómo supuestamente se produjo el enfrentamiento, decía que lo habían trasladado herido al Hospital Central de San Cristóbal. Todo eso habría ocurrido el domingo a las 9:30 de la noche, según la minuta policial.
Ese lunes me acerqué a la morgue y pregunté a unos de los trabajadores por el cuerpo de mi hermano, pidiendo reconocerlo, pero la respuesta fue un rotundo no. Solo tuve como opción mostrar una foto de él y me dijeron que sí era él.
Llamé a mi madre y sin pensarlo le dije que habían matado a Geyner, que debía venirse a San Cristóbal. Mi mamá lo negó mientras lloraba, decía que a lo mejor era otra persona.
Una funcionaria del CICPC que tomaba mi declaración me dijo de manera insistente que mi hermano tenía contactos en la cárcel y armas. En pocos segundos logró desestabilizarme y con toda firmeza le dije que si algo no le había visto a él eran armas, pues vivía conmigo, y mis hijos y yo teníamos acceso a su habitación.
Mi hermano había salido de prisión unos 5 meses antes de su muerte, estaba bajo medida de presentación en la Prefectura de La Concordia y en varias ocasiones lo acompañamos a presentarse. Había estado en prisión cerca de 10 años, luego de que lo condenara el juez Diego Molina, quien hoy día huye de la justicia por presuntamente haber ayudado a la huida de un narcotraficante.
Geyner Enrique había sobrevivido a diversas cárceles en Venezuela, cada vez que querían lo trasladaban. Esa pesadilla solo la conoció él y mi mamá, quien tuvo que ir a cada una de ellas para llevarle comida. En la última cárcel que estuvo fue en El Dorado, la peor del país, allí lo llevaron luego de haber sufrido tuberculosis, desnutrición y pérdida visual, allá sufrió fiebre amarilla.
Cuando salió en “libertad” llegó en estado de desnutrición. Entre toda la familia contribuimos para que se recuperara. Mi mamá le creó un trabajo para él con la venta de helados, aunque en casa no hacía falta nada.
En diciembre de 2019, cuando bajó a La Fría, funcionarios del CICPC le hicieron empeñar su carro por la suma de 2.800.000 pesos en casa de un prestamista, sino lo hacía le sembrarían marihuana y armas. Eran funcionarios del CICPC en vehículos particulares. Con ese incidente logramos que nos devolvieran el carro y el jefe de la Delegación pidió disculpas por la conducta de sus funcionarios.
Su pesadilla no cesaba. Él frecuentaba una zona llamada Palmira, porque allí vivía su novia, pero en varias ocasiones nos había manifestado que funcionarios del CICPC y GNB lo amenazaron con su foto, señalándolo como posible culpable de extorsiones en la zona.
Unos días antes de ser ejecutado, Geyner nos dijo que los funcionarios que lo extorsionaron en La Fría le habían enviado mensajes con calaveras, advirtiéndole que moriría.
Él sentía miedo, decía que un expresidiario no tenía credibilidad, se sentía inseguro de sí, al punto de auto llamarse Gabriel. Yo estaba pendiente de él, de sus conversaciones, de su habitación, de su comida, y muchas veces salíamos juntos a hacer diligencias.
Él decía que luego de pasar 10 años en prisión, lo menos que quería era volver a ese lugar.
En medio de los trámites funerarios, un testigo presencial de su muerte me dijo que él no tenía armas. La persona me aseguró que él recibió una llamada en Palmira, una llamada de una persona desconocida y que acto seguido se fue en un taxi. Personas de la zona me han confesado que solo escucharon muchas detonaciones.
Nosotros como familiares no hemos recibido información oficial directa de lo que sucedió. Solo tenemos el resultado de la autopsia.
Miramos las fotos de las supuestas armas y el teléfono que incautó la GNB, y no era el de él. Solo entregaron de sus pertenencias y su cédula de identidad, su billetera con el resto de documentos personales no apareció.
Las marcas
Luego de que nos entregaran el cuerpo, nos dimos cuenta que tenía un agujero de bala en la parte baja del pectoral, con salida por la espalda. Sus rodillas estaban heridas y tenía raspones en todo su cuerpo como si lo hubiesen arrastrado por el pavimento.
En unos de los medios de comunicación regional se contó que él estaba extorsionando con una vaca a un mecánico. Dudamos mucho de eso, no creemos que él hubiese ido a buscar una vaca en horas de la noche, sin vehículo, sin nunca haber manipulado un animal. Tampoco nunca nadie lo llamó por el apodo que inventaron sus asesinos.
Son muchos los pensamientos que nos agobian, qué habrá pasado, cómo habrá sufrido. Pienso si realmente él estaba haciendo algo malo y por qué no lo detuvieron, él apenas tenía 30 años.
¿Por qué lo mataron? Yo creo que lo ejecutaron solo porque era un expresidiario.
Mi madre cree plenamente en la palabra de su hijo, quien no quería regresar a la cárcel, él solo pensaba en ayudar a su hija de 5 años que conoció apenas salió de prisión.
Quisiéramos respuestas, pero él solo se nos presenta con vida en los sueños.
Le doy el voto de confianza porque en mi casa nunca vi un arma, ni nada extraño que indicara una situación de peligro. En su carro tampoco encontramos nada extraño, solo un anuncio de los helados.
Han pasado meses de su muerte, su pérdida sigue como si hubiese pasado ayer, una herida que nos duele más que nunca. Su hija continúa esperándolo cada día, al igual que nosotros»