Alfredo Infante sj*
Hace poco me reuní con un grupo de docentes de una de nuestras escuelas de la parte Alta de La Vega. Una había renunciado porque el salario se le consumía en pasajes y, por tanto, trabajar era una pérdida económica. No le daban las cuentas.
Las otras tres, que estaban viviendo la misma situación, continuaban trabajando. Entonces le pregunté por curiosidad ¿Cuál es la razón? Una me respondió «es que si dejo de trabajar me empobrezco, enseñar me hace sentir bien y me enriquece como persona». Las otras asintieron, se sintieron interpretadas. Yo me quedé contemplando en silencio reverencial aquellos rostros de heroínas. Unas maestras que sienten y piensan así se merecen el salario más alto del mundo y una estatua al mérito.
En medio de este fuego está brillando el oro. Soñemos y luchemos con el día en que estas mujeres tengan un salario a la altura de su dignidad.
Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega
Caracas-Venezuela