Por Luis Ovando Hernández, s.j.
1.
La Cuaresma es acompañar solidariamente a Jesús en su camino a Jerusalén. Para la Sagrada Escritura se trata de un recorrido determinado por obstáculos y limitaciones, pero también por promesas que activan, promueven y cambian la realidad.
Abraham cree en Dios y sale en busca de la tierra prometida, pero siente miedo, la oscuridad lo cubre. Pablo es consciente que el amor que siente por los filipenses sabe a alegría y corona, es decir, también comporta sufrimiento. Y Jesús, en los momentos de mayor camaradería con los suyos y de intimidad con Dios, coloca las cartas sobre la mesa, para hablar con Moisés y Elías sobre el final de su vida en la Ciudad Santa.
Lo que quiero transmitir es más bien sencillo: que la “realidad cambie” no significa que pasemos de “negro” a “blanco”, sino que, no obstante estar hundidos hasta el cuello en lo “negro”, somos capaces de hacer experiencia de Dios y del amor de nuestros semejantes, gracias a la energía que posee Jesús de transformarlo todo, según palabras de Pablo.
La Cuaresma es la clara manifestación de la fe en Dios y en las personas. Abraham, ya anciano cuando deja la ciudad de Ur de los caldeos, cree en la promesa que Dios le hace de darle una descendencia aún más grande que las estrellas del cielo y una extensa porción de tierra y se pone en movimiento. San Pablo llama a los filipenses a seguir su ejemplo, que crean en él, que lleven una vida según su condición de ciudadanos del cielo que esperan por un salvador: Jesús. Finalmente, en el pasaje evangélico de san Lucas, es el mismísimo Dios quien pide a Pedro, Santiago y Juan de escuchar a su Hijo, el predilecto, de hacerle caso a él.
La Cuaresma es un momento privilegiado para mirar la realidad, que está compuesta también de pecado personal, estructural y real. Si bien la lectura dominical del Génesis no lo señala, el recorrido hecho por Abraham no fue cien por ciento puro, sino que, muy al contrario, está determinado por altibajos, cansancios, faltas graves y más. Pablo es más explícito: están los enemigos de la Cruz de Cristo, cuyo dios es su propio vientre y sus vergüenzas, el motivo de su gloria. Por lo que respecta a Jesús, es reo de muerte, condenado a morir en cruz por la estructura que lo adversa. Es el mal en acto, que dará muerte al Inocente.
2.
Pecado, sufrimiento, dolor, injusticias y muerte; los hemos visto desfilar últimamente, dejando su brutal estela. La injustificable y desigual guerra Rusia–Ucrania parece haber mandado al inodoro la “lección” que debió habernos dejado la pandemia. Es decir, que fue esta “normalidad” la que provocó el bio–patógeno, y que debió de transfigurarse. Cuando las cifras indicaban la salida del túnel, volvimos a éste por las demoníacas decisiones de un líder.
Esta es la realidad a transfigurar. En el caso de Jesús, Lucas señala que hace un alto en el camino a Jerusalén, y se aparta con tres de sus discípulos para orar. En este contexto, el Señor cambia de aspecto, concentrando en su persona las de Moisés, el gran profeta del Antiguo Testamento, y Elías, quien debe preceder al Mesías. Por su parte, los discípulos no resisten al sueño (el “sueño” es sinónimo de evasión de la realidad; cada vez que dormimos, abrimos un “paréntesis” y nos desentendemos de la realidad). Cuando finalmente abren los ojos, quedan estupefactos al contemplar la gloria que envuelve a Jesús, y viene un segundo intento de sacudirse la realidad: “quedémonos aquí”.
3.
Viene, entonces, el mensaje de este Segundo Domingo de Cuaresma: no se trata de “volver” a la “normalidad”, sino de transfigurarla. Pablo dice que Jesús transformará nuestros humildes cuerpos, convirtiéndonos a ejemplo de su cuerpo glorioso, porque tiene la capacidad para hacerlo: él carga con nuestra debilidad, quiebra el yugo a que nos somete la muerte, no elimina nuestros “defectos” sino que nos enseña a privilegiar nuestras fortalezas, nos hace solidarios, generosos, capaces de superar lo dado.
Termino con dos episodios que me han removido interiormente, relacionados con la invasión irracional a Ucrania. El pasado 2 de marzo supimos cómo una periodista argentina se llevó a una niña que le entregara un compañero ucranio, mientras le suplicaba: “que no le falte nada”. El amor que este hombre profesa por su hija, lo llevó, desesperado, a desprenderse de ella. El segundo episodio involucra directamente al Gobierno ucranio, que creó el 27 de febrero pasado un “sitio web” para que los rusos identifiquen a sus familiares caídos en esta horrorosa guerra, así como ofreció un camino humanitario para devolver al suelo ruso los restos mortales de los fallecidos en combate. Por cruenta que sea la realidad, se la encara despejando la angustia que viven los familiares, parientes y amigos de aquellos que parten para el campo de batalla.
Esta es la realidad a transfigurar. Este proyecto de los ciudadanos del cielo vale igualmente para nuestro país.