Luisa Pernalete
Isabelita estaba en tercer grado. Tenía poco tiempo en esa escuela. Su madre había muerto hacía poco y una amiga de su padre le consiguió cupo en un centro de Fe y Alegría.
“La maestra Ana María estaba mayor, perdía la paciencia con facilidad, pero conmigo era muy cariñosa. Le agradezco mucho ese cariño”, decía Isabelita. Ella hoy tiene 36 años, y todavía agradece a Ana María la comprensión, “esa escuela era otra cosa” concluye.
Una buena maestra puede ser la diferencia entre un futuro de éxito o de fracaso para un niño. He recogido historias de jóvenes que han tenido grandes dificultades en su infancia o adolescencia y han logrado enfrentarlas adecuadamente, en todas estas historias aparece un educador que confió en ellos, uno que les tendió la mano, qué les animó a perseverar, a emprender.
No es regaño, sólo un llamado de atención:
Los educadores debemos retomar el sentido de trascendencia de nuestro trabajo. A pesar de todos los competidores que tiene la escuela hoy, a pesar de la atracción a veces fatal de las redes sociales, a pesar de todos los “enemigos” del entorno, los maestros seguimos teniendo un poder muy grande que muchas veces no ejercemos, y ese “vacío de poder” lo llenan otras fuerzas, “fuerzas del mal” desgraciadamente.
Tengo bien puesto mi cable a tierra, sé que hoy los educadores estamos trabajando con muchos obstáculos. Sé que a una madre/maestra que no ha conseguido leche para su hijo le resulta difícil llegar sonriente al aula. Sé que un maestro por más que saque cuentas ve que el sueldo no llegará a final de quincena y ello interferirá en su labor. Sé que es cuesta arriba para un educador estar al día con las nuevas tecnologías, pues los equipos están muy costosos. También sé que las bandas del entorno asechan, ofrecen dinero y poder a los adolescentes.
Todo lo anterior es cierto, pero la escasez y la inflación afectan a la mayoría de los venezolanos, no sólo a nosotros. Pienso que tenemos dos alternativas: seguir en esta profesión tan importante arrastrando una carga, quejándonos, repitiendo esquemas que ya no funcionan, incluso en las luchas gremiales o hacer de cada día una aventura para nosotros y para los estudiantes que nos han confiado. Les advierto que vamos a ganar lo mismo, pero con la segunda vamos a tener más endorfinas y hasta puede ser que encontremos salidas diferentes a nuestros problemas cotidianos. Ser educador hoy es un desafío que para mí luce atractivo. El aburrimiento no atrae a nadie.
Las escuelas de educación se están quedando vacías. Es para preocuparse. Por eso me admiro cuando mi “heroinómetro” (mi aparato que detecta héroes anónimos) se sigue activando y se encuentra con casos como el de los maestros de Los Valles del Tuy quienes se resisten a dejar solas sus aulas a pesar de la violencia imperante en las mal llamadas “Zonas de Paz”. Sé de profesionales de Caracas que se apuntan como voluntarias para ir a trabajar a escuelas de la frontera y así sé de muchos maestros héroes en este país.
¡Ser educador vale la pena! Atrévete a ser la diferencia en la vida de tus estudiantes. Un abrazo a mis compañeros y compañeras en su día.