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Hagamos las paces con las mujeres: eduquemos a los hombres

Luisa Pernalete

Con motivo del Día Internacional de la mujer, creo que hay que detenerse en la necesidad de “hacer las paces” con esa mitad de la población históricamente maltratada, pues me parece que en la mala educación emocional que se le ha dado a los hombres radica buena parte de ese maltrato.

¿Cuántas veces hemos escuchado de padres –y madres–, maestros –y maestras–, decir “¡Los niños no lloran!”, o peor aún, ante el llanto de un niño, –en tono de regaño– “¡No llores que pareces una niña!”, cometiendo dos pecados con una misma acción: por un lado se reprime al niño la expresión de su dolor o desacuerdo, y por otro lado se descalifica a la niña y se distorsiona la legitimidad de sentimientos totalmente naturales. ¿Acaso es malo expresar dolor o tristeza a través del llanto? Creo que por cosas como éstas comienza la mala educación emocional de los hombres en nuestra sociedad, pues los niños reprimidos serán adolescentes y hombres incapaces de expresar adecuadamente sus sentimientos, que pueden terminar golpeando, con puños o con palabras.

Ese inicio del camino de la “educación machista” continua con discriminaciones negativas en la escuela y en la casa tales como “está bien que los niños hablen duro, pero las niñas no”, o “las niñas que ayuden a poner la mesa y lavar los platos, pero los niños no”, y si lo hacen se verá como algo extraordinario, o peor: como una “desviación” de su rol en la vida.

Estoy acordándome de una clase de sobre machismo que me dieron una vez unos niños, para aquel momento él de 8 años y ella de 5 ó 6. “¿Saben lo que es machismo”, les pregunté, y él dijo muy serio: “¡Si, que los hombres somos ‘egoistos”. Así, con la palabra egoísta en masculino. Yo me sonreí y asentí. Y luego le tocó el turno a ella. “–Yo también sé lo que es machismo. Que la mamá siempre tiene la culpa de todo”.

¡Qué maravilla de conceptos! Pues bien, eso es lo que la sociedad va metiendo en la cabeza de los hombres. Luego, de adultos, les cuesta ponerse en lugar de ellas. Entender, por ejemplo, que si ellos se cansan de trabajar todo el día, ellas también y merecen descanso y recreación. O que si a ellos no les gusta que le griten, a ellas tampoco, que si a ellos les molesta las descalificaciones, a ellas también, aunque muchas veces callen. Nos parece bien que sean “egoistos” y que ellas siempre piensen en los demás.

En cuanto a echar la culpa a las madres de todo, la sociedad lo hace con frecuencia y con eso justifica y hasta fomenta la irresponsabilidad masculina. Está bien que “ellos desordenen” y ellas acomoden, por ejemplo, para comenzar por cosas simples pero cotidianas. Está bien que ellos ni sepan si hay clases o no, y ellas sean las que se ocupen de toda la relación con la escuela, de manera que si algo resulta mal, la culpa es de ella que no se preocupó lo suficiente.

Es obvio que la violencia contra la mujer debe ser sancionada, pero creo que la sociedad le ahorraría a las mujeres mucho sufrimiento si enfocara las campañas de prevención no sólo para que la mujer sepa reaccionar ante esa violencia- sea la física o la verbal de la que se habla menos y daña mucho – sino también para que el hombre reaccione frente a su manera de proceder y entienda que el respeto debe ser mutuo, que lo que siembre lo recogerá: una cosa es el respeto y otra el miedo.

Hacer ver al niño que tiene derecho a expresar sus sentimientos y eso no es signo de debilidad, es probable que le permita, posteriormente, al adulto, tener mejor manejo de sus emociones y tal vez se reducirían las lágrimas de muchas mujeres. Hacer ver al hombre que los victimarios no son felices, puede ser otra manera de enfrentar el problema de la violencia de género. No es lo único, pero es obvio que ante tanta mujer maltratada debemos buscar diversas vías de enfrentar el problema, y debemos apurarnos, pues vemos con preocupación como se está incrementando la conducta violenta en niñas y adolescentes en las escuelas. ¿Será producto de tanta violencia acumulada?

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