(breves reflexiones sobre el primer boletín)
Guillermo T. Aveledo
“Es fácil tomar una inspiración mancillada
por una inspiración pura, pero es aún
más fácil resbalar de una inspiración
auténtica a una inspiración corrompida.
Y sabemos que optimi corruptio pessima,
la corrupción de lo mejor es lo peor que hay”
– Jacques Maritain,
L’Homme et l’Etat, París,
Presses universitaires de France, 1953:131.
Ha sido una larga jornada. Larga para los líderes, movimientos y partidarios de las opciones políticas enfrentadas, larga para la miríada de voluntarios que vigilaron cada voto, larga para los electores comunes que aguardamos con paciencia -y no sin tensión- la voz del Consejo Nacional Electoral. Larga también, por qué no decirlo, para dicho Consejo, con todos sus funcionarios y gerentes. Para muchos la noche culminó en el hoy de los mensajes de reconocimiento y felicitación, para otros -no tan pocos- ha seguido en proseguir las tareas propias de los últimos trotes de todo proceso electoral.
Sería una exageración decir que la de ayer ha sido la elección más importante de la historia venezolana. Otras, por sus resultados inmediatos y por su importancia eventual, deben ser tomadas en cuenta. Sin embargo podemos decir que ha sido la elección más dramática de este largo y accidentado proceso de transición política iniciado hacia mediados de los 1990, y que puede convertirse –más allá de lo emotivo y lo inmediato- en la votación que puede definir la política venezolana de las décadas venideras.
Decimos esto porque, dados sus resultados concretos (lo que detiene) y la actitud de los contrincantes (lo que genera y decanta), puede ayudar –partiendo de un diagnóstico adecuado- en la normalización de nuestro crispado ambiente político. Esta no es una historia que se inició esta madrugada, claro, sino que corresponde a una serie de eventos y mudanzas de nuestras suposiciones que vienen desarrollándose desde hace ya bastante tiempo.
Seguimos polarizados
El estrecho margen de diferencia que definió los resultados presentados en el primer boletín (1.41% para el bloque A, 2,11% para el B), dice que no hay una victoria aplastante. Si bien será necesario estar atento a las variaciones regionales y locales (de modo de hacer las lecturas pertinentes para las elecciones venideras), eso confirma la polarización entre dos grandes bloques que ha venido ocurriendo desde 1998. Eso es una buena noticia.
Aunque en este caso la opción del NO, como opción alternativa al esquema dominante, resultó vencedora, no significa que se pueda -o sea bueno- volver a las condiciones de aquél año. Es hora de asumir las ventajas de esta polarización y construir con ellas un esquema de relaciones políticas más o menos estable. La polarización lleva, de haber partidos o coaliciones estables, al bipartidismo y así a las posibilidades reales de tener un gobierno ‘alternativo’, y aún más al enfrentamiento no existencial, al reconocimiento de la existencia del adversario. Nada hay más deseable y sensato, si se está de acuerdo con el centro de la política nacional (pese a que existan profundas diferencias en la aplicación específica de medidas y políticas).
El verdadero centro
Creo que fue Raúl Leoni quien, en la comisión redactora de lo que sería la Constitución de 1961, apuntó que el texto que debía servir de proyecto era la Constitución de 1947. En esa comisión se encontraban rivales enconados de las lecturas que de sus principios hicieron los aplastantes mayorías de 1945-1948. Sabemos como terminó el trienio, y sus lecciones perduran en el necesario consenso de 1958-1961, y deben ser tomadas en cuenta hoy.
Los principios políticos y sociales contenidos en la constitución de 1999 pertenecen, con sus debilidades institucionales y de aplicación (derivadas del triunfo de la antipolítico en toda la década anterior), siguen progresivamente los logros de las Constituciones democrático liberales anteriores (1947 y 1961). Puede decirse que los profundizan, como gusta decir al sector dominante, o que los actualizan, como podemos decir desde la alternativa.
Reconocer esto no pasa por tragar todo el historicismo revolucionario de esta década, sino admitir que ese texto se nutre también de los principios políticos que circulan entre nosotros desde 1936. Es decir, un Estado social y de derecho, con instituciones representativas y mecanismos regulares de participación, con respeto a las libertades y a los principios de justicia social, con sobriedad y normalidad republicana.
Esos principios no pertenecen a un solo sector, sino que son una herencia común de los venezolanos. Una herencia que contiene sus activos (una tolerancia y una práctica cívica en la que afanosamente insistimos) y sus pasivos (la asimetría entre el Estado y la sociedad, el caciquismo, el rentismo, el parasitismo y la consecuente prolongación de las desigualdades sociales y políticas). Debemos reconocer esa herencia y trabajar con ella.
El avance de la alternativa
Si la polarización de esta jornada confirma lo vivido desde 1998, esto tiene un giro: la mayoría emergente no puede asumir que debe acabar con la nueva minoría. Tan sencillo como que no puede exigirse el reconocimiento sin darlo.
Ya muchas voces influyentes dentro de la alternativa habían admitido, desde hace tiempo y tino político, esta necesidad. Convivimos con unos cambios sociales y políticos irreversibles, que escapan al voluntarismo personalista porque emanan, precisamente, de los cambios que durante las últimas tres décadas ha experimentado la sociedad. Y la sociedad es la base real de toda actividad política.
Esta sociedad, en los últimos setenta años, ha ido creando para sí modos de convivencia y participación que se adaptan a sus cambios, a la larga marcha de su formación como pueblo. En esos mecanismos, ya tradicionales (los cuerpos formales de representación nacional, regional y local), ya emergentes (consejos comunales, mesas de agua, asambleas de ciudadanos, etc.) debe estar la política. Queremos decir con esto que se debe lograr el surgimiento y la consolidación, desde los clivajes sociales existentes, de organizaciones estables y de reglas de competencia confiables representadas en partidos y sus redes de simpatizantes y aliados.
Esta posibilidad se verá fortalecida por una apreciación cabal de la importancia de los partidos para la democracia -en tanto que modo de hacer política, independientemente de sus expresiones concretas-, y de los diagnósticos que, sobre sus debilidades, hemos hecho históricamente los venezolanos. Sabemos como hacerlos bien, y sabemos qué los dañó; tenemos la oportunidad de enmendar la plana.
La peor hora de la antipolítica
Ha sido detenida la consumación totalitaria, y puede comenzar la normalización de las relaciones, entre sí y dentro de sí, para el bloque dominante y su alternativa. Ha sido desprestigiada la abstención cínica, revanchista y estéril, que peligrosamente arriesgó el logro de esta jornada. Ha sido sometido el personalismo, que deberá moderar su ímpetu desinstitucionalizador para transformarlo en creatividad constructora y republicana. Ha sido desactivada la violencia, tentadora e inútil.
Ha sido, pues, derrotada la antipolítica. Al ánimo puramente revolucionario, el admitir el alcance reformista puede ser un trago indeseable. Al ánimo francamente reaccionario, reconocer cambios y prácticas nuevas le es repugnante. Por otra parte, al ánimo democrático y pluralista estos atavismos deben serle despreciables, pero no desdeñables: la antipolítica es nuestro instinto, la política nuestra educación. La primera es la reacción gutural, que medra en nuestros temores, pobrezas y prejuicios; la segunda es el resultado del trabajo y la razón, de nuestra civilización y superación continua.
Defender la política, en adelante, es la tarea urgente de todos nosotros como sociedad. Institucionalizar la política –es decir, crear partidos- es la tarea de nuestro liderazgo. Conviene al bloque dominante, porque anula los temores de una revancha y canaliza las nada desdeñables tensiones que en su seno produce el voluntarismo desbocado. Conviene al movimiento alternativo, porque galvaniza en una coalición principista y eficaz a los movimientos que rechazan al autoritarismo, y propicia las aspiraciones de acción futura, hoy solo potenciales, en logros reales para las próximas elecciones (cuya inmediatez no podemos ignorar cándidamente).
Han triunfado (porque en efecto, hay un triunfo) aquellos sectores politizados constructivamente. Los que no se dejaron sumir en el fatalismo. Los que abandonaron los extremismos para defender la causa constitucional. Los que llamaron a votar frente a las suspicacias y a la intimidación. Los que votaron. Los que reconocieron su derrota. Los que celebraron moderada y felizmente la victoria. Los que se abrazaron pese a sus diferencias. Gracias a todos ellos.
Los retos de la realidad
El reto político, para la alternativa y para el bloque dominante, ha sido esbozado claramente: crear partidos y normalizar la polarización.
Los retos sociales y económicos, tanto o más difíciles (por su urgencia y su patetismo) también han sido identificados (y desde hace décadas): derrotar la violencia cotidiana de la delincuencia y la discriminación, promover la mejora social de las mayorías, crear una economía productiva que equilibre y sobreviva la influencia del petróleo. Puede haber posiciones divergentes al respecto de las medidas que pueden resolver estos problemas, pero para eso hay elecciones, y programas, y partidos, y alternabilidad. La competencia política estable y libre es el modo más seguro de experimentar con alternativas de gestión, si bien pueden sostenerse unos diagnósticos mínimos comunes.
Frente a esa realidad nacional, que está en la ciudad y en la provincia, que se ve en las estadísticas y en la reflexión intelectual, que afecta a todos los sectores sociales, deben tomar las riendas los dos partidos que, de esta derrota parcial a la antipolítico, podrán surgir en la Venezuela inmediata. No permitamos que se corrompa este momento feliz.