Miguel Henrique Otero*
La pregunta de cuál sería el destino de Venezuela si Maduro permaneciera en el poder vive en las mentes de millones de venezolanos. Entre otras cosas, porque ella es indisociable de la pregunta de cuánta destrucción más puede soportar nuestro país. Esa inmensa mayoría de los venezolanos que desean que Maduro se vaya de inmediato, es la misma que se hace la pregunta a la que intentaré responder en este artículo.
En términos generales, hay que decir: el país se empobrecería a un punto que no tiene comparación posible ni en el siglo XX ni en el XXI. Venezuela alcanzaría una situación que hoy ni siquiera podemos imaginar. Pero basta con proyectar las tendencias ahora mismo en curso, para que podamos establecer un punto de partida de lo que pasaría.
Lo primero que hay que decir: la pobreza extrema alcanzaría a 90% de la población. No cabe esperar otra cosa en un país, cuyos gobernantes han destruido su única fuente de ingresos, la industria petrolera, al tiempo de que han acabado con más de 60% del aparato productivo nacional. En ese marco de cosas, más de 70% de la población quedaría desempleada.
¿En qué consistiría entonces la economía venezolana? El país de la pobreza extrema tendría dos fuentes de ingresos: las remesas y la economía generada por el narcotráfico, desplazarían la importancia del ingreso petrolero. De mantenerse en el poder, tanto Maduro como los militares de su banda, sin industria petrolera a la que robar de forma sistemática, con una industria minera repartida entre decenas de mafias, se potenciarán las condiciones que estimularán el auge de la actividad del narcotráfico.
En una sociedad donde 90% vive en condiciones de pobreza, Venezuela sería incorporada a la lista de los diez países más pobres del mundo, hoy integrada por naciones como Burundi, Sudán del Sur, Gambia, Mozambique, República Democrática del Congo, Libera, Afganistán y otras. Ello significaría dos cosas en un corto período de tiempo: reducción de la talla y del peso promedio (caída que ya viene ocurriendo). La esperanza de vida, que, en el 2016 era de 74,41 años, comenzaría a disminuir drásticamente. A modo de referencia, quiero anotar aquí que, ahora mismo, en países como Nigeria y Zimbabue, los promedios de esperanza de vida son 53,05 y 59,16 años, respectivamente.
No puedo escribir, como si fuese una posibilidad, que las enfermedades que habían sido erradicadas a lo largo del siglo XX, volverían. No lo puedo hacer porque ya volvieron. Es algo que ha venido ocurriendo en los últimos cinco años. En las páginas de El Nacional, el pasado 23 de abril, lo informábamos a Venezuela y al mundo: la malaria, la difteria, el sarampión, el mal de Chagas, el dengue, la tuberculosis y la escabiosis, han regresado. Están avanzando y es realidad que, ahora mismo, preocupa a las autoridades de Colombia y Brasil. De seguir Maduro en el poder, estas y otras enfermedades continuarán expandiéndose, en medio de un sistema de salud arrasado y sin capacidad de respuesta.
Uno de los fenómenos más característicos del caso venezolano será, sin lugar a dudas, la pérdida de población. Huelga decir que esa pérdida sigue ocurriendo. De no salir Maduro del poder, la situación continuará irreversible. Puede parecer una exageración, pero en una década, los venezolanos que viven en el territorio nacional podrían reducirse a 20 millones, lo que equivale a decir que, en aproximadamente tres décadas, el 33% de los venezolanos emigraría.
No quiero ni siquiera imaginar cuáles serían las realidades que alcanzarían a la educación pública venezolana. Ahora mismo, en pleno período escolar 2018, se están produciendo realidades como esta: aulas cuya ocupación no alcanza a 40% de la matrícula, porque los alumnos no pueden asistir porque no tienen zapatos, o no tienen dinero o porque no hay transporte, o no hay comida, o los niños, en vez de ir al colegio, salen a las calles a buscar comida en los basureros. Conozco de casos en escuelas de Caracas, donde niños de 10 y 11 años, presentan serias dificultades de comprensión de párrafos, de sus propios libros, que no exceden las 35 a 40 palabras, o que no son capaces de resolver problemas elementales con operaciones básicas. ¿Es posible imaginar cuál será la calidad de la educación venezolana en 5 o 10 años? Y, en adición a lo anterior, ¿es posible estimar cuántos niños en edad escolar estarán matriculados: 20, 30%?
No habrá transporte, ni para los escolares ni tampoco para que las personas puedan ir a sus trabajos. No exagero: las llamadas “perreras” ya son una realidad en centenares de ciudades y pueblos de Venezuela. Que las dictaduras comunistas acaban con el transporte público, es una realidad experimentada por el pueblo en Cuba y en Corea del Norte. Los cementerios de autobuses comprados a China son una realidad inocultable, que cada día acumulará más y más chatarra. La desaparición de buses, camionetas y otros medios de transporte estará en relación directa con la destrucción de las vías públicas, calles, carreteras y autopistas, producto de la falta de mantenimiento, que es cada día más visible.
Agua: dos veces a la semana, como mejor promedio. Electricidad: dos o tres horas al día. Telefonía e internet: intermitente, sin que responda a ningún patrón, que no sea el puro caos. Semáforos: 70% sin funcionar. ¿Son estas cifras arbitrarias? No: son una realidad hoy, en algunas zonas del país, pero que, de seguir Maduro, se extenderán de forma irremediable por toda la geografía.
Del estado de la economía, es casi imposible establecer una proyección. Cualquier ejercicio hecho a partir de las tendencias del presente, es simplemente aterrador: producción petrolera reducida a 300 o 400 mil barriles al día; hiperinflación que habrá alcanzado niveles de 200.000 o 300.000% por año; precios de alimentos básicos que podrían alcanzar los trillones o los cuatrillones. En medio de semejante barbaridad, lo más probable es que comiencen a aparecer monedas locales y se institucionalicen los centros de trueque.
De seguir Maduro en el poder, Venezuela se aislará del mundo. Quiero decir, se aislará todavía más. El aeropuerto internacional Simón Bolívar será receptor de dos o tres vuelos diarios. Nuestro país quedará fuera de la gran mayoría de organismos internacionales. Decenas de embajadas y consulados deberán ser cerrados porque no habrá presupuesto para mantener oficinas y personal pagados en divisas.
Pueblos enteros y grandes zonas de las ciudades caerán, a plena luz del día, bajo el control de la delincuencia. Bandas armadas, colectivos, paramilitares, guerrillas colombianas, narcotraficantes, mineros y otros grupos se repartirán espacios urbanos con la Policía Nacional Bolivariana, la Guardia Nacional Bolivariana y otras unidades de la FANB.
¿Qué pasará con la oposición, con la disidencia, con los grupos que defienden a las víctimas de violaciones de sus derechos humanos? Estarán presos: miles y miles de presos por sus convicciones y por protestar. Miles de torturados. Miles de enjuiciados. Miles de perseguidos. ¿La corrupción? Todo, absolutamente todo, será canibalizado por la corrupción. No habrá intercambio, diligencia, papeleo, petición, servicio o denuncia, que no deba rendir tributo a la corrupción.
¿Y qué pasaría con el otro 10%, con el que no estaría sumido en la pobreza crítica? Formaría parte de uno o de varios poderes: el político, el policial-militar, el narcotráfico, las bandas armadas, el comercio y las empresas que se mantendrán para venderle bienes y servicios a los capos del régimen. El país derivará hacia una cada vez más estrecha y nepótica oligarquía roja, dominada por las familias Cabello, Flores, Maduro y Rodríguez.
Cada ítem de este este ejercicio se basa en tendencias en curso. No hay invención. Por el contrario, cualquier lector podría añadir temas y proyecciones que aquí no se han incluido. Todos en Venezuela, incluyendo a personas del propio gobierno, saben que las cosas están condenadas a empeorar. Que, es lamentable decirlo, nuestro país empeorará todavía más. Por lo tanto, no tenemos alternativa. Estamos obligados a provocar un urgente cambio en el poder. De inmediato.