Por Luisa Pernalete / @luisaconpaz*
Para entenderse se necesita saber hablar y saber escuchar. No es tan simple como parece y se cree. La familia, los vecinos, la escuela, el país, requieren de ciudadanos capaces de hablar y escuchar, porque problemas hay muchos y necesitamos llegar a acuerdos para salir de problemas básicos. A veces las mediaciones son necesarias. Los venezolanos necesitamos saber hablar y saber escuchar
“Yo te lo dije, mamá, pero tú no escuchaste”, dijo la hija, después de un mal entendido. ¿No le suena conocido? A veces los malos entendidos ocurren por falta de escucha –se oye sin escuchar– o a veces porque hablamos de tal manera que no hay comunicación, no se dice lo que se quiere decir.
Parece sencillo, eso de “hablar y escuchar”, pero en realidad ambas son habilidades para la convivencia, y también para resolver problemas, más aún, para llegar a acuerdos. Eso vale para problemas menores, en la familia, y también para problemas mayores, en la comunidad o en el país.
No hay duda que en Venezuela estamos urgidos de ambas habilidades: saber expresar lo que sentimos y pensamos, y saber escuchar al otro. Para hablar y comunicarnos, se requiere que tengamos claras las ideas, ¿qué es realmente lo que queremos exponer? ¿Hablamos con sinceridad? ¿Estamos alterados y nos sale cualquier cosa? ¿Tenemos otras intenciones cuando hablamos? ¿Estamos juzgando al otro sin haber escuchado?
En el esquema básico de resolución pacífica de conflictos, lo primero que uno recomienda es calmarse, alterados seguro decimos lo que no queríamos decir. Eso en la escuela, la familia, problemas entre vecinos… En la escuela, por ejemplo, si los chicos que peleaban están muy enojados, lo mejor es distanciarlos, esperar que se calmen, antes de conversar. En conversaciones más amplias, entre partes opositoras en un país, es recomendable reconocer que hay diferencias, unas pequeñas y otras grandes, pero reconocer que existen es un paso importante.
Cuando se habla, si de verdad se busca entendimiento, no se puede en el discurso descalificar al otro, insultar. Gandhi, no agredía, ni descalificaba a los jueces en los juicios, ni a los oponentes. Dicen que, ganara o perdiera, los jueces terminaban apreciando al abogado.
Escuchar, la otra dimensión para entenderse, es todo un arte. Supone que se valora al otro, por eso se le pone atención, se busca escuchar –entender– que es más que oír. Se oye el ruido de la lluvia al caer, por ejemplo, se oye la música del vecino, aunque no se tenga intención de hacerlo, pero escuchar va mucho más allá. Se requiere conciencia, voluntad, decisión. Esos que antes de que el interlocutor termine ya tienen respuesta, es porque de verdad no están escuchando. Para ello, es importante escuchar sin juzgar, y eso lo hacemos con más frecuencia de lo que nosotros mismos estamos conscientes, y los prejuicios contaminan el entendimiento.
A veces, si la situación está muy difícil, si hay mucha distancia, hace falta un mediador: en la familia puede ser la madre; en la escuela, esa maestra tan inteligente que sabe calmar a los que hace un rato se daban golpes, que tiene las preguntas adecuadas para desbloquear a los que aún tiene rostro arrugado por la rabia… El mediador, tiene que ser una persona, o una institución si hablamos de conversaciones a escala de país, que sea aceptado por ambas partes, que merezca su confianza, que sea imparcial, que tenga autoridad.
Un país como el nuestro, agobiado por problemas muy serios, que están haciendo sufrir a buena parte de la población, y además que ha acumulado desconfianza, que está en medio de una Emergencia Humanitaria Compleja prolongada, con liderazgos dispersos, es muy probable que requiera de instancias mediadoras. Llegar a acuerdos consensuados, lo facilita una mediación inteligente, con experiencia, pues los procesos son inéditos, no hay recetas. Dice Boque Torremorell (2003) que “el mediador trabaja con personas únicas en situaciones irrepetibles y es en ese sentido que no puede prever que sucederá, ni planificar a priori el desarrollo del proceso” (p.49)1. Mediador no es cualquiera.
Finalmente, sentarse a conversar, para negociar, no se debe descalificar como una traición a los principios de cada parte. Claro, como lo recuerda Mandela, en el año 2000, cuando ya no era presidente de Suráfrica, y participó en el proceso de paz de Burundo, hay que saber, si se es líder de verdad, que:
en cada discusión terminas por alcanzar un punto en el que ninguna de las partes está totalmente en lo cierto ni completamente equivocada. Cuando el compromiso es la única alternativa para aquellos que quieren la paz y la estabilidad de verdad. (Mandela, Conversaciones conmigo mismo p.444).
De manera que hablar y escuchar, necesario para entendernos, son habilidades que se están requiriendo en Venezuela. El sufrimiento es muy grande, los dramas son dolorosos. Como le escuche decir una vez a Pedro Nikken, experto en negociación, defensor de los DDHH, único latinoamericano que ocupó la Presidencia de la Comisión Internacional de juristas, impulsador, hasta su muerte de un acercamiento de las partes opuestas en Venezuela: “hasta en El Salvador, después de más de 100 mil muertos, hubo que sentarse, ¿Cuántas víctimas tenemos que esperar aquí para hacerlo?”
*Educadora – Fe y Alegría. Activista y defensora de DDHH.
Notas:
(1) Boqué Torremorell, M.C (2003) Cultura de mediación y cambio social, Gedisa, Barcelona, España.