Piero Trepiccione
Las sociedades tienen sus ciclos políticos. Son etapas a través de las cuales la población apuntala sus procesos organizativos y establece parámetros en las relaciones de poder. Vienen dados por determinadas circunstancias que estimulan o promueven su concepción. Éstas pueden ser políticas, económicas, culturales, belicistas o de diversa índole, incluso mixtas producto de la combinación de múltiples factores disparadores de cambios. En la Venezuela de hoy estamos en presencia de un fin de ciclo. De un momento determinado de la historia que activa vectores de fuerza social y política cuyas consecuencias estarían por verse.
Para visualizar el momento político actual es necesario observar detenidamente el pulso que la opinión pública venezolana viene tomando en los últimos meses. Revisando estudios y promediándolos nos damos cuenta que más de noventa por ciento de la población se identifica con un cambio político. A esto le agregamos que ese mismo porcentaje está disconforme con la situación económica actual del país señalando que marchamos en la dirección incorrecta. Estos términos acompasados de opinión pública nos desmontan el fenómeno polarizante que fue la “marca” identificatoria del ciclo político que inició en 1998 con la victoria electoral de Hugo Chávez.
Pero hay mucho más. De cada diez venezolanos, casi ocho están de acuerdo en que se convoque a un referéndum presidencial este mismo año. Y casi siete de diez están dispuestos a revocar el mandato del actual presidente Nicolás Maduro Moros. Son cifras extremadamente contundentes que van más allá de los alineamientos políticos promovidos en polarización. Los bloques situacionales se ubican en menos de un tercio en el lado del polo patriótico y en un cuarenta por ciento del lado opositor. Vale decir que existe una concentración de clímax político alrededor del referéndum muy superior a las bases partidarias del universo polarizado. Esto en cualquier tipo de elección sea de referéndum nacional o regionales puede tener consecuencias políticas abruptas que rompan paradigmas.
Otro elemento característico del ciclo político actual es el agotamiento sufrido por efecto de la concentración de responsabilidades en relación a la situación económica que atraviesa el país. De cada diez venezolanos prácticamente ocho responsabilizan tanto al gobierno nacional como al primer mandatario de las consecuencias de la desaceleración de la economía y las penurias causadas por el desabastecimiento y la inflación. Esto se traduce en cansancio con respecto al esquema discursivo y remarcado en la ejecución de políticas públicas desde la perspectiva del gobierno nacional.
Es importante destacar que una crisis económica no necesariamente representa el fin de un ciclo político. Sin embargo, cuando las consecuencias de la crisis impactan el sentimiento nacional y generan una concentración de responsabilidades en los protagonistas del ejercicio del poder y además, en el modelo económico y político en ejecución, es muy difícil detener las percepciones de cambio en una sociedad. En la Venezuela de julio del 2016 se está concentrando a pasos agigantados un deseo de cambio que va a tener consecuencias políticas en el corto, mediano y largo plazo.
¿Habrá llegado la hora? La respuesta es sí. Todas las variables políticas, sociales y económicas están convergiendo ahora en un solo punto de concentración. Existen dos maneras para procesar esa concentración de vectores de fuerza. La primera vía –y además la deseada por la mayoría calificada de la población- es el procesamiento constitucional de las diferencias a los efectos de viabilizar un nuevo consenso y modelo de acción pública que atienda rápidamente las causas y consecuencias de la actual crisis del país. La segunda vía –rechazada ampliamente por el país pero respaldada por actores políticos minoritarios- es la aplicación de “embudos” para frenar los deseos de cambio y mantener el status quo actual cuyo desprestigio crece día a día.
En 1998 los actores políticos de aquel entonces se negaron a los cambios. No leyeron correctamente el sentimiento generalizado de una población que pedía cambio a gritos. Se produjo un embudo que catapultó una concentración de opinión pública cuya consecuencia fue la terminación de un ciclo político que había iniciado en 1958. Hoy, está ocurriendo un fenómeno que aunque dista de ser similar es equivalente. La concentración de fuerza popular en contra del manejo administrativo del país es extremadamente alta. Este es el mejor signo indicativo que –en efecto- ha llegado la hora…