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Guayana: del mito del dorado a la falacia de la cultura minera

Guayana

Por Irene Caballero.

Ante el súbito interés por la explotación intensiva de oro y otros minerales, promovida por el actual gobierno venezolano en el Estado Bolívar y la afirmación sobre la “vocación” o “cultura minera” de sus habitantes, asumimos la tarea de esbozar un recuento histórico de las principales actividades económicas y modos de vida que se han realizado en el territorio guayanés desde la época colonial hasta los inicios del siglo XXI. Esto nos permitirá vislumbrar la existencia en el tiempo de otras actividades y potencialidades económicas en la región, y afirmar que la “vocación minera” es una orientación propia de los habitantes de regiones donde la minería tiene cierto arraigo, pero no de toda la Guayana venezolana.

Comenzaremos por una aproximación general a la ecología del escudo guayanés que nos permitirá adentrarnos a los distintos modos de vida que allí se han desarrollado. Partiendo de ese marco general conoceremos las actividades realizadas por los pueblos indígenas que habitaban el territorio al momento del contacto, y finalmente presenciaremos la instauración y primeros avances del mito del dorado, momento que asumimos como el primer y gran hito que marcó la entrada de la lógica extractivista en el territorio guayanés. Por razones de espacio esta revisión tendrá un carácter introductorio y por ello invitamos a profundizar en los temas de interés a partir de la bibliografía sugerida al final.

Caracterización general del Escudo Guayanés

El estado Bolívar forma parte del escudo guayanés, una extensa región de 425.000 km2 que en el territorio venezolano incluye al estado Amazonas y que ha sido caracterizada como una de las tres áreas vírgenes tropicales del mundo, además de las islas de Nueva Guinea y Melanesia y la cuenca del Congo. En general, se caracteriza por la presencia de suelos escasamente evolucionados, pobres en nutrientes y muy ácidos, resultando poco atractivos para la agricultura extensiva. En cambio, el escudo es uno de los principales reservorios de biodiversidad del planeta, por lo que ha sido incluido en los 25 puntos calientes o hotspots biológicos reconocidos en el mundo1.

Las diversas especies animales y vegetales que conforman el carácter único del escudo, así como los diversos grupos humanos que lo habitan se sustentan en su enorme potencial hídrico. El Orinoco es el río más grande de Venezuela, el segundo más caudaloso de América y el tercero del mundo, superado solamente por los ríos Amazonas y Congo. Junto con sus tributarios forma una extensa red de comunicación que no solamente ha servido como sustento para la vida, debido a la diversidad y abundancia ictiológica que lo caracterizan, sino que hasta mediados del siglo XX fue la principal vía de comunicación de los grupos étnicos de la región.

Desde el punto de vista de su potencial para la ocupación humana, Guayana ha sido dividida en diversos hábitats que incluyen llanos inundables, sabanas de tierras bajas y altas, bosques de galería, bosques tropófilos y ombrófilos, caatingas y áreas inhabitables. Se ha estimado que, con excepción de las zonas que han recibido mayor impacto de las actividades agrícolas, mineras e hidrológicas, la región comparte si no las mismas, características muy similares a las que gozaban en el siglo XVI2.

Guayana en el período prehispánico y los primeros contactos

Al momento del contacto, el territorio guayanés estaba habitado o recibía la influencia de al menos diecisiete grupos indígenas cuyas lenguas han sido clasificadas en tres grandes troncos lingüísticos: Caribe, Arawak y Sáliva3. En general, estos grupos compartían un patrón de dispersión, movilidad espacial y bajas tasas de crecimiento que les permitieron adaptarse a los cambiantes patrones de distribución de recursos. Su modo de vida se basaba principalmente en la agricultura, la cacería, la pesca y la recolección de frutos de estación. También practicaban la alfarería, la cestería, la manufactura de algodón y de otros productos como el casabe y el curare.

No todos los indígenas realizaban las mismas actividades, ya que el acceso diferenciado a ciertos recursos, dependiendo de cada hábitat, permitió la aparición de variaciones en los modos de vida y especializaciones en la producción. Así, por ejemplo, en el bajo Orinoco, donde los suelos son arenosos e improductivos, los grupos humanos eran relativamente móviles debido a la práctica de la agricultura itinerante o de conuco, principalmente de yuca amarga. Aquellas poblaciones del tronco caribe complementaron su dieta con las proteínas provenientes de la cacería de tortugas de río, báquiros, roedores, aves y otras especies, así como la pesca en los afluentes del Orinoco, y la recolección de caracoles terrestres.

Mientras tanto, los indígenas que habitaban la cuenca del Caroní, que posiblemente correspondan con la etnia conocida en las crónicas como los guayanos, tenían un patrón de asentamiento semi sedentario y un mayor control de ciertas especies como la yuca, el maíz y otras gramíneas, gracias a la agricultura de vega que le ofrecían las islas del río. Asimismo, desarrollaron estrategias de adaptación ambiental que les permitieron aprovechar la abundante pesca y la diversa fauna terrestre y anfibia presentes en los raudales, así como en los bosques rebalseros, lagunas, sabanas y selvas tropicales característicos de ese río. Esta riqueza ambiental permitió a los guayanos construir grupos de aldeas alrededor de los raudales, como es el caso de Cachamay, Caruachi y Guri4.

Los alimentos y manufacturas resultantes de actividades como las descritas permitieron a los guayanos, como al resto de los grupos indígenas de la cuenca del Orinoco, participar en una extensa red de intercambio comercial y de relaciones interétnicas que abarcaba la cuenca y se extendía por el este hacia el río Esequibo, por el oeste hacia los llanos de Colombia y por el norte hasta las Antillas y Trinidad, donde a su vez se conectaban con otros circuitos que alcanzaban Florida y Honduras hasta México5,6,7,8.

Los sistemas comerciales que formaban la red, desde el Orinoco hasta las Antillas se basaban en dos modalidades: el intercambio recíproco y la utilización de objetos particularmente cargados de significado que servían como unidad de valor. En la primera se encontraban productos de uso como la sal, el tabaco y el algodón hilado. Y en la segunda se incluían objetos con valor simbólico y de intercambio, como los collares de conchas llamados quirípas que fueron muy utilizados en el período colonial, así como otros objetos de valor estético-ritual, que incluían las conchas de nácar, conchas marinas y amuletos de oro. En el caso particular del oro, las fuentes históricas revelan que los objetos elaborados con el metal precioso abundaban en las regiones andina y guayanesa y por ello existía un flujo desde Tierra Firme hacia las Antillas.

Cuando los primeros españoles preguntaron en las Antillas por el origen del oro, los indígenas indicaban hacia el sur y mencionaban a los caribes como “proveedores”8.

Pero, si bien es cierto que aquellos caribes, como fueron llamados los kariñas por los europeos, comerciaban con objetos de oro desde el Orinoco, las evidencias arqueológicas demuestran que ningún grupo indígena realizó actividades de extracción minera en la Guayana venezolana durante el período precolonial4.

En realidad, aquellos objetos que alimentaron el mito del Dorado en Guayana provenían del actual territorio colombiano y en su mayoría se trataba de pequeñas piezas ornamentales zoomorfas elaboradas a partir de una aleación de oro y cobre por grupos indígenas de culturas como la culturas muisca, quimbaya, calima, tairona, tolima y zenú, para quienes estas piezas tuvieron un profundo valor espiritual.

Sin embargo, los españoles llegaron a tierras americanas buscando riquezas, y fue suficiente con ver aquellos objetos de oro entre los indígenas para alimentar su ya instaurado deseo fantasioso de conseguir un paraíso lleno de tesoros escondidos, que sólo esperaban a ser descubiertos por los hombres más osados y aventureros9. A partir de esos primeros contactos la imagen de Guayana quedaría indisolublemente ligada al oro en la mente de los europeos y fue ésta la que logró que los exploradores más apasionados y convencidos de la veracidad de sus ideas lograran el patrocinio de ricas expediciones, la construcción de barcos y el envío de un contingente tras otro hacia un territorio donde durante casi dos siglos y medio sólo encontraron largas y penosas travesías, llenas de enfermedades y muerte.

Por su parte, para los indígenas el mito del dorado fue un medio para sobrevivir, ubicándolo en tierras cada vez más lejanas a las suyas, logrando postergar al menos temporalmente la invasión de aquellos hombres que llegaron con sus armas, enfermedades extrañas y bestias desconocidas buscando unos objetos que para ellos guardaban significados completamente diferentes2.

Siglos XVI y XVII: exploraciones fallidas

Los siglos XVI y XVII estuvieron caracterizados por las expediciones de personajes como Diego de Ordaz, Alonso de Herrera, Gonzalo Jiménez de Quesada, Antonio de Berrío y Sir Walter Raleigh. Durante estos años se movilizaron por tierras guayanesas individualidades españolas, pero también aventureros, piratas y corsarios ingleses, holandeses y franceses que se desplazaron en busca del Dorado bajo la influencia de la obra escrita por Raleigh y publicada en 1596, titulada “El descubrimiento del vasto, rico y hermoso imperio de la Guayana”. En su libro el pirata inglés afirmó la existencia de una ciudad de oro llamada Manoa, que se encontraba en las orillas de una laguna llamada Parima10. Y mientras los exploradores buscaban la legendaria ciudad, progresivamente desarrollaron conocimientos de los grupos indígenas de la región, su distribución y sus formas de vida, a la vez que avanzaban en la cartografía y conocimiento de la geografía e hidrografía de Guayana2.

De esta manera los europeos formaron vínculos con los indígenas y fue gracias a ellos que lograron avanzar en sus objetivos. Estas alianzas también les permitieron incorporarse a los sistemas comerciales de la región, modificándolos de una manera tal que con el paso del tiempo llegaron a socavarlos a través de la incorporación de productos europeos, como alcohol, ropa, herramientas de metal y armas de fuego que intercambiaban por productos como sal, tabaco, onoto, carne de cacería, pero principalmente por indígenas esclavizados.

Esta participación en las redes comerciales no produjo cambios aparentes en las formas de vida indígenas durante los siglos XVI y XVII, pero poco a poco crearon profundas transformaciones al promover las guerras interétnicas y aprovecharlas para obtener esclavizados, generando conflictos y rupturas de las alianzas tradicionales entre los indígenas. Al mismo tiempo, estas guerras, junto con las enfermedades traídas del Viejo Continente, diezmaron las poblaciones guayanesas. Pero, además, la presencia europea provocó el desplazamiento de unos grupos hacia zonas alejadas de los centros europeos, mientras que otros, interesados en el comercio se agruparon a su alrededor. El resultado de este proceso fue el etnocidio, o desaparición de unos grupos, y la etnogénesis o surgimiento de otros en un contexto donde la formación y ruptura de alianzas siempre fue circunstancial5,8,9.

Así transcurrieron los siglos XVI, XVII e incluso los primeros años del siglo XVIII, en un continuo ir y venir por los suelos, pero principalmente a través de los ríos guayaneses, de los europeos guiados por los indígenas y de los indígenas realizando sus guerras y actividades comerciales, cada vez más influenciados por aquellos extranjeros que llegaron para transformar de manera profunda y definitiva la forma de vida de los antiguos pueblos guayaneses. La quimera de Manoa y la grandiosa laguna de Parima fueron las imágenes que movilizaron cuantiosas inversiones por parte de los imperios europeos y apoyaron las aventuras de piratas, corsarios y agentes de la corona, que se adentraron hacia tierras desconocidas e inhóspitas en busca del legendario Dorado, un sueño que durante los siglos XVI y XVII fue ajeno para los pueblos originarios de Guayana.

En la próxima entrega haremos un recorrido por el siglo XVIII y veremos cómo finalmente los españoles lograron consolidar una estrategia de conquista y colonización del territorio guayanés y cómo los monjes capuchinos instauraron una exitosa economía agropecuaria, a la vez que iniciaron las primeras exploraciones mineras en la región del Caroní.

Fuente: Boletín N° 2. Desarmando el Arco Minero (P. 39-44). [pdf-embedder url=”http://revistasic.gumilla.org/wp-content/uploads/2019/09/2do-Boletín-Desarmando-el-Arco-Minero.pdf” title=”2do Boletín Desarmando el Arco Minero”]


Nota: las referencias bibliográficas de este artículo las puede encontrar en la publicación original adjunta.

 

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