La ocasión de este escrito es la creación de la “Comisión de Género e Igualdad” en la provincia de la Compañía de Jesús en Venezuela[1]. El problema específico que nos ha movido a echarle cabeza a este asunto es el de los abusos contra mujeres, que, desgraciadamente, no son excepcionales y que no los podemos pasar por alto, sino tomar todas las medidas que sean necesarias para que se minimicen y, si es posible, desaparezcan. Pero el tema de fondo de lo que diremos es la transformación de la mujer, que es un acontecimiento muy relevante y poco tematizado. Esta transformación fue en parte propiciada porque desde hace más de un siglo sí hubo en muchos países políticas encaminadas muy concretamente a la inclusión de las mujeres en aspectos concretos de la vida pública deslastrándolas de su confinamiento en lo doméstico[2]. Pero nosotros sostenemos que este cambio se debe principalmente a ellas mismas, aunque estas políticas hayan estimulado, sin duda, ese dinamismo.
Tanto entre las mujeres como entre los varones existe una gran variedad; por eso no podemos medirlos a todas ni a todos por el mismo rasero. Sin embargo, también es verdad que hay tendencias, que varían conforme esté configurada la época y en ella cada situación y que a su vez esas tendencias contribuyen a modificar las situaciones. Por eso para comprender el maltrato a mujeres por parte de varones, que viene dándose inveteradamente, y que, aunque en unas áreas casi ha desaparecido, en otras no ha disminuido, es imprescindible hacerse cargo de la época y la situación en la que viven tanto las mujeres como los varones. Si prescindimos del contexto, no podremos comprender el significado del maltrato ni, por tanto, proponer soluciones efectivas. Es lo que queremos llevar a cabo someramente, aplicándolo luego a la institución eclesiástica.
En qué consiste la novedad histórica
Lo primero que hay que notar como una novedad histórica que se viene acentuando desde hace algunas décadas es el desarrollo y la promoción de la mujer en todos los aspectos. Está motorizado por una nueva conciencia de sí como individuo y de sus posibilidades inéditas en esta sociedad. Por eso ha ido ocupando puestos que tradicionalmente los ejercían los varones.
Vamos a explicarnos qué queremos decir cuando afirmamos esta nueva conciencia como individuos. Los seres humanos tenemos tres dimensiones: somos individuos, sujetos y personas[3]. Individuo viene del latín; indivisus y en este caso designa nuestros haberes y contenidos, eso que somos siempre, aunque no lo reconozcamos y miremos a otra parte. Hay que decir que de buenas a primeras no somos trasparentes a nosotros mismos: para hacernos cargo tenemos que hacer silencio y mirarnos a nosotros mismos, mirar nuestra realidad queriéndonos percatar de ella y hacerla justicia, lo que implica tener en cuenta tanto cada elemento, como su interrelación, como, más aún, desarrollar lo más genuino que hay en nosotros y desarrollarlo armónicamente y en el seno de la realidad de la que hacemos parte. Actuamos nuestra condición de sujetos cuando nos responsabilizamos de nosotros. Pero podemos hacerlo genuinamente, cuando hacemos justicia a todos los elementes de nuestra realidad desde lo más medular de ella, o podemos privilegiar un elemento que no contiene calidad humana, pero que es muy útil en este orden establecido y poner todo lo demás en función de ello. En este caso seremos sujetos, pero nos estaremos deshumanizando. Nuestro ser personas se constituye aceptando las relaciones de entrega de sí de otras personas, una entrega gratuita, horizontal y abierta y respondiendo del mismo modo.
Pues bien, lo que afirmamos es que muchas mujeres han percibido dotes y capacidades que en la época anterior estaban relegadas, por haber aceptado el estereotipo que había de ellas, forjado, obviamente por varones, y por eso estaban desatendidas y, al hacerse cargo de esas dotes, las han desarrollado con toda eficiencia. Ahora bien, en unas ha predominado el desarrollo de lo valorado en el orden establecido y por eso han desarrollado exponencialmente cualidades muy apreciadas en el establecimiento y por eso han subido vertiginosamente en él. Otras han percibido también nuevas posibilidades de ser personas, no restringiéndose a su hogar y, como han querido entregar lo mejor de sí, han tenido que desarrollar lo más posible sus cualidades para que su entrega sea fecunda. Como se ve, son dos direcciones en cierto modo opuestas y también se da la mezcla de ambas.
En la época anterior la educación y el cuidado, en el que se incluye la medicina, eran los ámbitos en los que ella estaba más presente en la vida pública, sobre todo en la educación primaria y algo menos en la media y excepcionalmente en la universitaria, y en el caso de la medicina, sobre todo como enfermeras; además de puestos de venta de comida y de otros productos o como empleadas en establecimientos de ventas de diversos géneros o como empleadas de hogar. Eso fue lo que yo conocí hasta mi edad adulta. Las mujeres eran, se decía, en cuanto esposas y madres, las reinas del hogar, y además una parte cada vez mayor de ellas, se dedicaba a esos oficios a los que nos hemos referido.
Ahora se puede decir que la mujer está presente en todos los oficios y en todos los rangos, de tal manera que gradualmente va desplazando a los varones. Así sucede hasta en las Fuerzas Armadas y la policía, que parecían tareas exclusivas de los varones y desde luego en todos los rangos de la administración pública. Hay casos especialmente llamativos, por ejemplo, en México, país tan tradicionalmente machista, en las últimas elecciones los dos candidatos que tenían opción al triunfo eran dos mujeres y una de ellas acaba de tomar posesión de su cargo.
Esta promoción de la mujer se inicia ya en la educación: cada vez van superando más en número las mujeres a los varones desde primaria a doctorado. Eso implica que los cargos cualificados que exijan esos títulos van a ser mayoritariamente para las mujeres.
En ningún medio de comunicación ni en la opinión pública se ha señalado que este predominio implique una baja en la calidad. Parecería, por el contrario, que, si las oposiciones las ganan las mujeres, a pesar de la novedad que supone, es porque han superado el rendimiento de los varones que concurrían. Lo mismo podemos decir de su desempeño. Se critican aspectos específicos de mujeres concretas; pero nadie critica el desempeño de las mujeres en general. Va pareciendo cada vez más normal que estén en todas las partes y que desempeñen todo tipo de oficios.
Ahora bien, en esta sociedad este auge en la autoconciencia de su valor y de sus posibilidades va unida, en no pocas de ellas, a la acentuación de su condición de individuos y más restringidamente de individuos que viven en el presente, que es una característica de esta nueva época[4]. No buscan establecerse fecundamente en la vida ni su opción es el largo plazo. Por eso en las sociedades en las que predominan este tipo de mujeres ha disminuido drásticamente la natalidad. Tácita o expresamente renuncian a ser madres, por lo que esas sociedades se están quedando sin generación de relevo y por tanto prevén que, si se mantiene la tendencia, como van a bajar drásticamente los contribuyentes, no van a poder mantener el estado actual de las pensiones y de la salud gratuita. Dependen de que las reemplacen un número equivalente de inmigrantes que se inserten al sistema con todas las cargas y beneficios. Por eso el empeño creciente en estas sociedades en seleccionar el tipo de emigrantes que se reciben como ciudadanos para que la transición no conlleve una discontinuidad que parezca una ruptura que entrañe una disminución en el bienestar[5].
Lo mismo que hemos dicho de que este tipo de mujeres tácita o expresamente deciden no tener hijos, por la misma razón también deciden no entrar en la vida religiosa ya que el apostolado en la vida religiosa no es algo que complementa a la dedicación a ellas mismas como individuos empoderados de sí mismas, sino que es una dedicación que expresa su condición primordial de hijas de Dios y hermanas de todos en el seguimiento de Jesús, que es el que las hace hijas y hermanas. Por eso las congregaciones que siguen teniendo abundantes vocaciones son aquellas en las todo está establecido y ellas entran a ser hijas de las superioras y por eso obedecen puntualmente lo que mandan, porque han venido a vivir en una estructura ya establecida y no a establecerla ellas conjuntamente con las demás. Así pues, la mayoría de las nuevas religiosas (gracias a Dios, no todas) son parte de las mujeres que no dan el tono a esta época.
Desde lo dicho, lo primero que hay que destacar y que todos tenemos que hacernos cargo es del cambio que ha experimentado la autopercepción de la mujer: ella ha tomado conciencia de su condición de individuo autónomo y se ha dedicado a desarrollarse, a insertarse cualificadamente en la sociedad y a vivir cada día según su querer, contribuyendo cualitativamente a la sociedad y viviendo del modo que ella concibe que tiene más calidad. Puede unirse a un varón o incluso casarse; pero ordinariamente desechando la condición de madre que con su pareja comparte la dedicación a ellos mismos con la dedicación a la generación que nace de sus entrañas y de su amor. Eso queda fuera de su horizonte, ocupado todo en el aporte profesional a la sociedad y en el gozo presente, sea sola y con amigas, sea también con la pareja.
Esto no implica que vivan de manera egoísta, ya que en muchas de ellas el desempeño profesional es no sólo cualificado, sino expresamente dedicado al bien de la sociedad en ese aspecto específico. La evidencia de esta carencia de hijos es que están siendo sustituidas por perros y gatos, tanto cuando viven solas, para que les hagan compañía, como cuando viven en pareja como sustitutos de los hijos.
Este cambio puede dar lugar, como hemos indicado, a dos caminos que se excluyen: el primero sería, irse al otro extremo de lo que ellas palparon en las generaciones de mujeres que les precedieron y que ellas desechan para sí, que era casarse y dedicarse fundamentalmente a su hogar dejando la vida pública y profesional en una medida apreciable para los varones. Esa opción sería, aunque ellas no se lo digan a sí mismas, hacer el mismo oficio que los varones, desplazándolos en buena medida, aun conservando en otros aspectos su condición de mujeres. O podría suceder, por el contrario, que, después de haber probado que también ellas pueden entrar en la vida profesional y pública con tanta eficiencia como los varones y aun más, retomen su papel de esposas y madres, pero compartiendo lo doméstico con sus esposos. Esa novedad ya se ve en no pocas familias, no sólo de gente joven sino de personas adultas y puede ser que en el futuro sea lo que dé el tono a la sociedad. Este es, obviamente, nuestro deseo y nuestra apuesta, y, a nuestro entender, lo que Dios quiere para las mujeres. Pero aún está por ver cuál de los dos caminos va a predominar.
El primer camino implica asumirse como del orden establecido, un orden que desconoce tanto el pasado como el futuro y pretende vivir un presente que se agranda interminablemente con la ayuda de la ciencia y de la técnica, tanto que ya se está ensayando cómo detener el envejecimiento. El segundo se afinca en la calidad humana como mujer y por eso se cualifica lo más posible para dar y recibir con la mayor calidad posible. En el primero el cultivo de las cualidades deja de lado el cultivo de la calidad humana; para estas mujeres se trata primordialmente de la realización propia en el orden establecido desde sus parámetros. En el segundo, el cultivo de la calidad humana incluye el desarrollo eximio de las cualidades para que la existencia sea lo más fecunda posible, tanto para ella misma como para la sociedad en la que vive. Para estas mujeres no se trata de escalar en el orden establecido, sino de hacer justicia a la realidad, tanto a su realidad de mujer, realizándola lo más posible, como a la realidad en la que está inserta, colaborando para que dé de sí superadoramente.
Así pues, lo primero de todo es hacernos cargo de este cambio en la mujer, en esas dos direcciones, y, complementariamente, comprender también que no pocos varones renuncian a cualificarse, incluso, renuncian a seguir estudiando y se emplean en trabajos no cualificados. Esta tendencia no es, de ningún modo, predominante, pero tampoco es excepcional. Ambas tendencias se solapan, de manera que puede dar la impresión de que las mujeres van para arriba y los varones para abajo, cosa que no es cierta, pero lo que acontece se presta para esa interpretación simplista, que, repetimos, no expresa la realidad ni su dinámica, pero sí una tendencia dentro de ella.
Significado actual del machismo
Cuando yo era muchacho los machistas eran varones que se creían superiores a las mujeres y, como no vivían con calidad humana, percibían las propias cualidades y las de los otros varones y despreciaban a las mujeres porque pensaban que no las tenían y despreciaban e incluso desconocían las cualidades de ellas y su papel en la sociedad, y, más en el fondo, desconocían la condición sagrada de las personas, tanto la de ellos mismos como la de las mujeres. Por eso llegaban a maltratarlas de palabra y aun de obra.
Hoy, por el contrario, los machistas son varones que, como indicamos, han desdeñado el estudio y la cualificación o no se han sentido con condiciones para ello y al ver que muchas mujeres se siguen desarrollando y consiguen puestos cualificados, sienten resentimiento, aunque no se lo digan a ellos mismos, y por eso denigran a las mujeres y aun las maltratan. A veces, como son sus esposas y las quieren, lo que hacen es echarles puyas constantes; pero otras, cuando el amor es menor que el complejo de inferioridad inconfesado, denigran de ellas y las maltratan. Este fenómeno no es de ningún modo predominante, pero tampoco excepcional; desgraciadamente, aunque minoritario, es numeroso.
Tiene consecuencias muy negativas el que, por lo general, no se toma en cuenta que el machismo actual es el polo opuesto del machismo de antaño. Por eso, al no partir de una fenomenología de la realidad, cuando se pide a los varones que no sean arrogantes y que tengan consideración con las mujeres, se agrava la situación, porque no se percibe que el maltrato verbal y físico es actualmente producto del complejo de inferioridad y no manifestación de pretendida superioridad inmisericorde, como era antaño.
Hay que evitar las agresiones, que llegan a incluir lesiones graves y aun la muerte. Y por eso hay que exigir que se implementen las leyes que existen prácticamente en todos los países al respecto, pero que no se aplican consecuentemente. Pero el mejor modo de evitar el maltrato y las agresiones es ayudando a los varones a que tomen conciencia de su situación y no se resignen a ella y menos aún la disfracen[6]. Tienen que aceptarla y ponerse en camino de superación. Y si la reconocen, es bueno que acepten la ayuda de sus mujeres, una ayuda horizontal, porque es amorosa y que por eso no disminuye al que la recibe.
Se habla mucho del abuso del poder por parte del varón; pero no se cae en cuenta que, aun en el caso de que se dé, ese abuso es muchas veces el modo inconfesado de desquitarse de lo que perciben de superior en ellas.
Esto es así, incluso en la Iglesia, donde hoy por hoy los puestos de mando están reservados exclusivamente para los varones; aunque en la Iglesia no debería haber puestos de mando en el sentido en que se entiende en el orden establecido (cf Mc 10,42-45). Veamos más detenidamente qué pasa en la Iglesia.
Las mujeres, sobre todo, llevan día a día el cristianismo a la vida y lo inculcan y trasmiten
En Nuestra América y concretamente en nuestro país, esa vivencia cotidiana del cristianismo en lo concreto de la vida, la llevan, sobre todo, las mujeres. Ellas son las que usualmente inician en el cristianismo a la generación que se levanta, ellas son las que toman la iniciativa de asociarse o responden mayoritariamente a la convocación del párroco o su equivalente, ellas llevan los rezos diarios; ellas, sobre todo, visitan a los enfermos y les llevan la comunión, ellas son mayoritariamente las catequistas…
No es verdad que el cristianismo es cosa de mujeres, como llegan a afirmar algunos varones, para justificar el no querer asumirlo para no verse afectados por él, pero sí que son las mujeres las que responden más explícita y organizadamente a la convocación y a la vivencia cristiana. Es una manifestación esencial de su calidad humana. Como el cristianismo se ejerce en la vida, en la familia, en la convivencia vecinal, en los grupos, en el trabajo y se celebra comunitariamente en el templo, hay que reconocer que las que realizan lo que se celebra en el templo son más importantes o, mejor, más decisivos para la vivencia cristiana, que el que celebra y que la misma celebración. Esto pasa sobre todo entre el pueblo y los sectores empobrecidos.
Por eso en la presente discusión de si las mujeres tienen que participar en la ministerialidad de la Iglesia y en qué grado, yo soy partidario de que, mientras el ministerio no se afinque, como insiste el Concilio, en este llevarse mutuamente en la fe y en la vida cristiana, que es en lo que consiste la sinodalidad básica[7], la primera eclesialidad, la primera comunión, las mujeres no deberían participar del ministerio, porque el papel que están desempeñando de vivir cristianamente como hijas de Dios y hermanas de los demás e impregnar los ambientes de cristianismo y trasmitir esa vivencia concreta, es más básico y por eso más importante que lo que están haciendo la mayoría de los clérigos y, por tanto, si ellas dejaran de hacer lo que hacen para desempeñar ese ministerio, la Iglesia se empobrecería enormemente.
Si la mayor parte de los clérigos aceptaran esta sinodalidad básica, si caminaran en la vida junto con los demás cristianos recibiendo el carisma de cada uno y comunicándoles el propio y si desde esa vivencia fraterna compartida, que es la decisiva, ejercitaran su ministerio, y si eso fuera lo que se enseñara en los seminarios, no tendría ningún problema en que las mujeres fueran ministros, incluso presbíteros, ni creo que se pueda oponer ningún argumento de peso para no nombrarlas, ya que no es ningún argumento decir que hasta ahora se hizo así, porque el cristianismo se desarrolló en una época patriarcal, que es la que está pasando aceleradamente. Por eso Jesús no escogió a ninguna mujer como apóstol: los doce apóstoles representan a las doce tribus de Israel. En una sociedad patriarcal era inconcebible e inaceptable que una mujer pudiera representara una tribu. Jesús no podía no tomar cuenta esta apreciación. Y, además, en contra de lo que acontecía en su sociedad, Jesús sí tuvo discípulas. Pero ser discípula, no en sentido genérico de escuchar a Jesús para seguir sus indicaciones, sino en sentido técnico (“estar sentado a los pies del maestro”: Hch 22,3) no se le ocurrió a Jesús sino a una mujer, concretamente a María de Betania que, cuando su hermana Marta lo invitó a su casa, “sentada a los pies del Señor escuchaba su palabra” (Lc 10, 38-42) y cuando su hermana Marta le pide a Jesús que la diga que le ayude, él le responde que “María escogió la mejor parte y no le será quitada”. Y ellas fueron precisamente las que se mantuvieron fieles hasta el final y a las que se les comunicó el acontecimiento de la resurrección del Maestro para que lo comunicaran a los apóstoles. Y se mantuvieron fieles porque su seguimiento se concretó como servicio (Mc 15,41), al contrario de los apóstoles que siempre aspiraron al ocupar los primeros puestos en el reino mesiánico que creyeron que inauguraría Jesús (Mc 10,35.41). Como también fue una mujer pagana, la sirofenicia, la que le mostró a Jesús que sí podía atender a los paganos, aunque hubiera sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel (Mt 15,21-28)
Pero mientras ese cambio en el modo de ejercer el ministerio no acontezca, creo que es preferible que sigan haciendo lo que hacen tan carismáticamente. Así pues, antes de plantear si las mujeres pueden ser diáconos o presbíteros, habría que adecuar esos oficios a lo que significaron primigeniamente y a lo que demanda la situación actual y Dios y Jesús en ella. Sólo entonces tendrá pleno sentido que ellas también participen.
Abusos y falta de sinodalidad
Si los presbíteros y los que pertenecen a congregaciones religiosas y regentan diversas obras vivieran esta sinodalidad básica, si en ese contacto diario se hicieran verdaderamente hermanos de esas mujeres, si se vieran y sintieran a sí mismos como condiscípulos con ellas del único Maestro y Señor Jesús, que es, sobre todo, nuestro Hermano mayor, el que nos hermana, no se darían abusos.
Lo más que podría darse es dejarse llevar ambos del deseo sexual. Pero, si se da esa fraternidad abierta, otros lo notarían y les corregirían para que no echaran a perder la fraternidad cristiana. Pero eso no sería ya abuso de poder sino debilidad humana, que hay que superar a base de amor del bueno, que es siempre discreto y no se sobrepasa.
Esto significa que antes de plantear si las mujeres pueden tener acceso al ministerio, hay que plantearse con toda seriedad sanear el ministerio de manera que sea, como insiste el papa Francisco, servicio y servicio por abajo, no un cargo que lo levante sobre los demás, porque de ese modo no se representa a Jesús de Nazaret, sino a un cristo moldeado según el orden establecido, que es piramidal. Por eso el papa insiste que en este orden establecido piramidal la Iglesia tiene que tomar la forma de una pirámide invertida en la que arriba esté el pueblo, más abajo, los presbíteros, más abajo todavía los obispos y el más debajo de todos el papa, que es “el siervo de los siervos de Dios”[8] (Gregorio Magno).
Mientas no entremos decididamente en este camino sinodal en el que nos hagamos hermanos y cada quien dé el don que Dios le da y reciba el de los demás y así las relaciones sean todas horizontales y mutuas, los que se sienten arriba tendrán la tentación de abusar de los que están abajo, de abusar de su poder, un poder, insistimos, anticristiano y por eso proclive a corromperse de múltiples modos, entre ellos el sexual.
Por eso, el modo más drástico de poner remedio a los abusos en la Iglesia es reformarla para que en ella los ministerios no sean cargos, según los entiende el orden establecido, sino que están sólo para cualificar la sinodalidad básica: el llevarnos unos a otros en la fe, en la vivencia cristiana cotidiana, y por ello se ejercen desde ella. Si nadie está por encima de nadie y todos buscamos edificarnos unos a otros, no es fácil abusar y es más fácil poner remedio.
En el caso de los que ejercen el ministerio presbiteral hay que decir que buena parte de los abusos de poder tienen que ver con la percepción intuitiva, es decir sin que se lo quieran decir a sí mismos, de que están bastante quedados en muchos aspectos, mientras que muchas mujeres viven dinámicamente, es decir actuando desde los diversos campos como pide la situación y por eso edificándose a sí mismas incesantemente. Es decir, que captan intuitivamente que la superioridad institucional (una superioridad de hecho y por tanto no legítima) no viene refrendada por un mayor desarrollo humano y, menos aún cristiano, y como no lo reconocen ni se dedican a superarse, ayudados por otros, entre ellos por las mujeres, descargan sobre ellas esa frustración y resentimiento inconfesados. Es bueno para todos poner las cosas en claro y jugar juego limpio.
Por eso es decisivo considerar todo esto una y otra vez hasta que forme parte de nuestro horizonte de vida, tanto personal, como comunitario y societal y también, de modo muy explícito, institucional.
La Compañía y la situación de la mujer en la Iglesia y en la sociedad
Desde lo dicho vamos a referirnos a lo que nos parece más significativo del decreto 14 de la CG 34, además de las denuncias al maltrato y las propuestas para evitarlo.
El decreto expresa su “Agradecimiento/ 10. Por lo que recibimos de la colaboración de las mujeres. Sabemos que nuestra educación en la fe y buena parte de nuestro apostolado sufrirían no poco sin la entrega, generosidad y alegría que la mujer ha aportado a escuelas, parroquias y otras obras en las que trabajamos juntos. Esto ocurre especialmente en el trabajo de laicas y religiosas entre los pobres de pueblos y ciudades”. En esto hemos insistido y por eso en la necesidad de que sigan haciéndolo. Es hermoso que lo reconozcan. Prosigue más específicamente:
“Además, muchas congregaciones religiosas femeninas han adoptado los Ejercicios Espirituales y las Constituciones como base de su espiritualidad y gobierno y forman parte de una amplia familia ignaciana. En estos últimos años, religiosas y laicas se han especializado en dar los Ejercicios Espirituales. Como directoras de Ejercicios, especialmente según la Anotación 19, han enriquecido la tradición ignaciana y nuestra visión de nosotros mismos y de nuestro apostolado. Muchas mujeres han contribuido a renovar nuestra tradición teológica de una manera que ha liberado tanto al hombre como a la mujer. Deseamos expresar nuestro agradecimiento por esta gran aportación y esperamos que esta reciprocidad en el apostolado continúe y florezca”. Como se ve, la gran propuesta es la reciprocidad en el apostolado.
Y propone, además de la escucha a las mujeres, como ejemplo de solidaridad:
“-la enseñanza explícita de la igualdad esencial entre la mujer y el varón, en todos nuestros apostolados, especialmente en colegios y universidades;
– el apoyo de los movimientos de liberación de la mujer que se oponen a su explotación, y la promoción de su participación en la vida pública; la atención particular al fenómeno de la violencia contra la mujer”
Como se ve, estas propuestas tienen que ver con lo que queda del problema inveterado y con lo que se ha generado por el cambio, tanto en muchas mujeres como en no pocos varones. A continuación, vienen las propuestas que tienen a ver con la percepción y el hacerse cargo de la novedad en las mujeres a la que nos hemos referido:
– “la debida presencia de mujeres en las actividades e instituciones de la Compañía, incluso la formación; su participación en la consulta y toma de decisiones de nuestros apostolados; la colaboración respetuosa con nuestras colaboradoras en proyectos comunes;
– el uso del lenguaje inclusivo cuando hablamos o escribimos;
– la promoción de la educación de la mujer y, en particular, la eliminación de toda forma de discriminación injustificada entre muchachos y muchachas en el proceso educativo. Felizmente, muchas de estas cosas se practican ya en muchas partes del mundo. Confirmamos su valor y recomendamos que se extiendan siempre que sea el caso”.
Se percibe, pues, la novedad y se pide que se obre en consecuencia.
[1][1] Es la concreción para nuestro país de la misma omisión creada para toda América Latina y de la creada para la Compañía universal
[2] Para ver un elenco de esas declaraciones y tomas de decisión en el mundo y en Venezuela ver Xiomara Alemán, “Marco referencial para apoyar la igualdad, la equidad y diversidad de Género”. Ver también Aguirre,J.M., Mujeres en la sociedad de comunicación –un contrapunto con Alain Touraine. Comunicación 207-208, 2024, 71-76
[3] Trigo, La Enseñanza Social de la Iglesia. ITER/Gumilla, Caracas 2022,121-172
[4][4] Esta nueva época, tal como la definen los que la diseñan y usufructúan, es un presente que se expande exponencial e indefinidamente, porque ya se acabaron los ensayos, ya hemos llegado al modo de entenderse y organizarse la sociedad, y ahora nos toca echar adelante todo hasta donde queramos y seamos capaces de hacerlo
[5] El caso más patético es el de Berlín: desde hace tiempo viven allí turcos que han ido llegando en varias generaciones. Los berlineses no tienen hijos y los turcos sí; si todo sigue así, se puede señalar la fecha en que Berlín será turca, posibilidad que suena a tragedias para la mayoría de los alemanes
[6] Hay que reconocer que esto lo ha tenido en cuenta el Concilio Plenario Venezolano (2000-005). Por eso en el capítulo sobre la Familia el primer desafío, con las correspondientes líneas de acción, se encamina a “promover la figura integral del padre” (49-59)
[7] La sinodalidad básica en la Iglesia latinoamericana. Buena Prensa, Ciudad de México 2023
[8] Papa Francisco, “Conmemoración del 50 aniversario de la institución del sínodo de los obispos”. Aula Pablo VI, 17 oct 2015