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Fundamentación teológica de la pastoral de salud

Padre Alexander Quintero

hospital san juan de dios

El hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones, el cristiano sabe que el  sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma”[1].  El hombre frente a la experiencia traumática de la enfermedad se  encuentra con dos grandes problemas:

  1. La pregunta qué soy y por qué a mí[2].
  2. ¿Hasta cuándo el sufrimiento?

La pastoral de la salud como parte de la teología intenta caminar junto a los hombres en busca de la respuesta a estas interrogantes. Ella misma no es la respuesta sino un modo de hacer más vivible, más saludable y lo más santo posible este camino[3].

Es la presencia y la acción que, en nombre del Señor Jesús, realiza la Iglesia como un verdadero ministerio de relación de ayuda. Ministerio específico, entusiasta, encarnado y capacitado, iluminativo, celebrativo, creativo y organizado que tiene como modelo acabado la espiritualidad del Buen Samaritano.

La pastoral de la salud se convierte en una relación pastoral de ayuda en cuanto es un proceso relacional entre un operador sanitario preparado y un enfermo y/o sus familiares con el fin de ayudarlos a utilizar los propios recursos humanos, espirituales y sobrenaturales para hacer frente, creativamente a la difícil situación de la que son víctimas y, al final, transformarla en ocasión de crecimiento.

Por ser un servicio llevado a cabo desde la fe, por el anuncio y testimonio de toda la comunidad cristiana (específicamente por el obispo, sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, ministros extraordinarios de la comunión, agentes de pastoral, profesionales cristianos de la salud y por el mismo enfermo) apoyándose en los auxilios de la gracia divina que son dados en la vida sacramental, en la escucha de la palabra revelada y en la vida profunda de oración[4].

Podemos señalar los siguientes criterios para la fundamentación teológica de la pastoral de la salud, aunque reconocemos que son más amplios y no pueden ser tratados en este espacio por lo limitado del mismo. Estos criterios serían, el teocéntrico, el cristológico, el antropológico y el eclesial.

1.- El criterio teocéntrico, por el cual afirmamos que Dios es el “Dios de la vida”, aliado del hombre en el momento del dolor y la desgracia, fuente de esperanza para el decaído. “Antes te conocía de oídas, ahora te han visto mis ojos” (Job 42,5).De este criterio podemos resaltar  cinco los aspectos: realismo, lucha, juicio, búsqueda y escándalo.

2.- El criterio Cristocéntrico, donde descubrimos que el dato de la encarnación, muerte y resurrección de Jesús se convierten para el cristiano en la base fundamental para leer la experiencia de la enfermedad. El Crucificado es el Resucitado: esta afirmación comprende dos cosas, que Jesucristo ha padecido y ha muerto aceptando la voluntad incomprensible del Padre, en actitud de absoluta obediencia y fidelidad. Y que ha resucitado como respuesta amorosa del Padre a su oferta. Con esta fórmula, los textos neotestamentarios quieren decir que Jesucristo, con su actitud obediente mantenida hasta la pasión y en la muerte, ha dado un sentido también a su sufrimiento y muerte. Esto es “sacrificio”, es decir, expresión de la autodonación del amor fiel y obediente. Y la resurrección, como respuesta del Padre a la obediencia fiel, manifiesta el sentido y la fecundidad de aquella muerte, su poder liberador, su poder de rescate, el valor para la salvación de los hombres.

Por eso la conciencia del creyente frente a la experiencia del dolor y frente a la muerte, está ahora dominada por la presencia del Resucitado.

Del criterio cristológico podemos resaltar:

a.- El sufrimiento que los cristianos padecen «a causa de Jesús».  (2 Cor 4,9-14).

b.- Los sufrimientos vividos «en unión a Jesús»

c.- Los sufrimientos vividos «por Cristo»

3.- Criterio antropológico, desde una antropología integral que contempla al hombre no solo en su relación con Dios, sino también en todas las demás relaciones. Esto nos lleva también a realizar cambios en nuestra visión pastoral. Dentro de este criterio podemos resaltar estos aspectos:

a) El hombre en su unidad integral.

b) La autotranscendencia.

c) Una existencia dialogal.

Todos estos aspectos nos llevan a superar una dimensión dolorista y gris de la pastoral de la salud a hablar de una verdadera pastoral de la esperanza.

4.- Criterio eclesial, la pastoral de la salud tiene su basamento teológico también en la tradición y el magisterio de la Iglesia. Ya los Padres de la Iglesia reiteradamente invitaran a la atención a los pobres y enfermos viendo en ellos la figura de Cristo[5].

En tiempos recientes diversos documentos nos ayudan a iluminar nuestro trabajo a favor de los enfermos.

Como primer documento señalamos los documentos del Concilio Vaticano II de manera especial la Gaudiun est spes donde se nos invita a iluminar el camino del hombre en su búsqueda de sentido[6]. El 30 de noviembre de 1980 se publica la carta encíclica “Dives in misericordia”.

En 1984 aparece publicada la carta encíclica Salvifici Doloris: -11de noviembre de 1984-, Esta encíclica contiene en esencia toda la dimensión espiritual, pastoral y teológica de la Pastoral de la Salud. En ella se hace patente el llamado a salir de una pastoral basada en la exaltación del dolor en sí mismo y pasar al anuncio kerigmatico del hombre sufriente. El dolor es visto no como el fin sino como un medio por el cual es posible alcanzar la santidad[7].

El 30 de noviembre de 1988 es presentada la síntesis del  sínodo de los laicos bajo el nombre de  Exhortación Apostólica post-sinodal christifideles laici, sobre vocación y misión de los laicos en la iglesia y en el mundo.

La carta apostólica en forma motu proprio “Dolentium Hominum” escrita por el Papa Juan Pablo II en 1985 para la Institución de la Pontificia Comisión para la Pastoral de los agentes sanitarios. Por medio de la Constitución Apostólica Pastor Bonus publicada el 28 de junio de 1988 el Papa eleva la Pontificia Comisión a “Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud”

A partir del 11 de febrero de 1993 el Papa Juan Pablo II comienza a enviar un mensaje con relación a la jornada mundial del enfermo, instituida el 11 de febrero de 1992. En este mensaje se desarrolla un tema especial relacionado con el mundo de la salud actualizado en los valores teológicos, espirituales y pastorales de todos los agentes que trabajan en esta área.

En América latina, los documentos de Puebla de 1979 y más recientemente en el 2007 el documento de Aparecida nos invitan a fijar nuestra mirada sobre el rostro sufriente de Jesús en nuestra realidad[8]. Las Conferencias Episcopales de América Latina y el Caribe en el año 1989 publicó una guía de formación de agentes de pastoral de la salud, titulada: Guía de Pastoral de la salud para América Latina y el Caribe.

En nuestro país, el Concilio Plenario Venezolano, en el documento sobre la vida consagrada reconoce que aún nos hace falta mucho camino por andar en esta área pastoral[9].  También se recogen las aportaciones referentes a la pastoral de la salud en varios números –15, 26 y 108- del documento sobre la celebración de los misterios de la fe.


[1]JUAN PABLO II, CARTA APOSTÓLICA SALVIFICI DOLORIS, nº 2. De ahora en adelante SD

[2] SD, nº 26

[3]JUAN PABLO II,  Carta Apostólica en forma de “Motu proprio” VITAE MYSTERIUM con la que instituye la Academia pontificia para la vida, nº 2.

[4] BRUSCO A., PINTOR S., Tras las huellas de Cristo Medico. Manual de teología pastoral sanitaria, Sal Terrae, Santander 1999, p. 63.

[5] GREGORIO NACIANCENO, Virtudes cristianas (Discurso 14, 2-5)l

[6]CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la iglesia en el mundo actual, nº 12.

[7] SD nº 31.

[8]CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO, Documento de Aparecida. Texto conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latino-americano y del Caribe 13-31 de mayo 2007, Paulinas, Madrid 2007. nn. 392-393. Ver también números 31 al 38 del Documento de Puebla.

[9] Nº 68

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