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Fratelli tutti: condiciones para el reencuentro y la paz

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Con el deterioro de las democracias se han producido “sombras globales” expresadas en rupturas, sufrimientos, llantos, gritos, que parecieran “golpes de Dios”, como lo poetiza César Vallejo o lo recita el salmista: “… crueles me acechan emboscados, sin que yo haya cometido pecado” (Salmo 59,4).

Todo reencuentro y proceso de paz comienzan ahí, con el rostro y voz sufriente, en lo concreto y no en lo ideológico. El rostro consiste en la expresividad de la vida que nos interpela a actuar. En estos días un joven me decía: “Padre, necesitamos que se pongan de acuerdo, ya no aguantamos tanta violencia y represión”.

El rostro tiene y no tiene contexto. Tiene contexto por la historicidad que lo acoge y lo circunda, pero no lo tiene, porque sin ella, se sigue mostrando humano. Todas las víctimas de conflictos y violencias duelen, aunque es verdad que, por su proximidad y trayectoria, unas duelen más que otras.

El Papa Francisco (2020), en su carta encíclica Fratelli Tutti (2020), emplaza a toda persona, grupo, comunidades, sociedades, enfrentados a construir caminos de reencuentro y paz (capítulo 7, # 225-270).

Al tiempo que reflexiona sobre condiciones que lo posibilitan, las cuales contrastaremos aquí con capacidades sociales que hemos observado en el acompañamiento. Para el Santo Padre, es más una cuestión de calidad humana que de método, sin minusvalorarlo como mediación necesaria.

Conversaciones incómodas pero necesarias

Sí, lamentablemente, hay individuos que de tanto practicar la crueldad, su ser (integridad, bondad, verdad, belleza) se ha disminuido ¿o tal vez, perdido? (Heidegger). En éstos pareciera que no queda humanidad. Lo sabemos porque instrumentalizan todo para su provecho, algunos con maldad explícita y otros “bajo apariencia de bien”.

Solo el Señor, con su fuerza vivificante, los podría regenerar. Hacer posible lo que aparenta ser imposible. Entonces, vivimos con la esperanza fundada en la acción salvífica cotidiana de un Dios-que-está-con-nosotros en medio de las sombras, para vencerlas con su luz de fraternidad (Mt 1,3).

Pero la esperanza es pragmática. En la sociedad observamos que hay ciudadanos que no se enmudecen ante los crueles, ni ceden a sus provocaciones ni se dejan atrapar en su laberinto hostil, sino que conversan con prudencia y verdad invitándoles a cambiar.

Como siempre deciden movidos por cálculos y ganancias a favor, la gente del barrio les propone alternativas más convenientes para que renuncien a ejercer el poder opresor, desbloqueen iniquidades y aporten a nuevos caminos.

Interioridad y espiritualidad movilizadoras

En situaciones hostiles, se destacan personas con interioridad y espiritualidad, que integran el sentir, pensar y actuar. El pensar consiste en una especulación comprensiva del porqué de la violencia padecida; el sentir procesa el sufrimiento y el actuar trabaja por el espacio público. En su conjunto, esos tres estadios coadyuban a los sobrevivientes con la elaboración del duelo social.

La búsqueda del porqué se manifiesta con las preguntas ¿por qué pasó eso? ¿Por qué en contra de él/ella, nosotros? ¿Por qué Dios dejó que aconteciera? Estas interrogantes, por un lado, llevan a contar con un mejor juicio sociopolítico; pero, por el otro, en lo religioso (la cuestión referida a Dios todopoderoso), los sobrevivientes se encierran en una aporía que los enfrenta con la imposibilidad de hallar una respuesta plena al origen del mal.

Debido a esa limitación, la espiritualidad acoge el sentir como inteligencia emocional. No se escapa a la desesperación, racionalización ni al activismo, sino que asume la tensión afectiva como oscuridad que alumbra el camino de continuación.

Quien ha sufrido hondamente a causa de la violencia quiere curar su corazón. En la interioridad descubre que a pesar de lo que ha sucedido, debe seguir adelante. En efecto, no hace alianza con el odio y el remordimiento, porque encarcelan en otra aporía existencial, la de la venganza. Sino que pacta con la acción pública para que impere la justicia y no haya más caídos.

Disponibilidad para transcenderse

Cuando la auto referencialidad (individualismo, egocentrismo, narcicismo) domina, las posibilidades genuinas de reencuentro y paz se deterioran.

En las mediciones de condiciones de vida de las juventudes, por ejemplo, la auto referencialidad está incrementando. La cultura actual la incentiva, lo cual torpedea en este tiempo intercambios, diálogos, negociaciones.

Esa dificultad la vence el rostro y grito descarnado de las víctimas cuando tienen medios para expresarse con fuerza. Se requiere astucia y técnica comunicacional para que no saturen, ni naturalicen, ni causen reactancia en la audiencia. Encauzada con creatividad, esa voz sufriente rompe solipsismos en toda persona de buena voluntad y, a veces, en los crueles.

El Sumo Pontífice emplea la imagen del “corazón abierto”. Es decir, la persona capaz de transcender, de “salir de su propio amor, [sufrimiento, en el caso de víctimas], querer e interés” (Ignacio de Loyola) y punto de vista.

Un corazón abierto se manifiesta en predisposición a la escucha activa, al diálogo y a la acción junto a otros. Sin ingenuidad, evalúa críticamente alternativas ajenas. Se arriesga por el bien común y no solo por el propio. Porque descubre que aquel bienestar favorece también al suyo.

Reconocer y practicar la religación

La pandemia de la Covid-19 nos demostró que estamos religados. Que hay un hilo biológico, histórico y simbólico común. Lo que le sucede a uno, tarde o temprano, rebota a otros. Porque la religación humana nos junta en un mismo lugar y destino existencial.

El Evangelio invita a que ese hilo sea asumido con la relacionalidad de hermano, amigo, prójimo, compañero, cercano al enemigo (Mt 5,43-45). Por lo tanto, el Papa nos emplaza a ser artesanos de la paz. Cuidarse a sí es cuidar a los otros, y viceversa.

En el ethos venezolano, fuertemente marcado por la enseñanza católica cristiana, perviven historias, narrativas, tradiciones, juegos de lenguaje y prácticas sociales posibilitadoras de reencuentros. Refiere a una energía social activa, que se ha intentado manipular para reducir conexiones empáticas.

La empatía cohesiona; porque origina grupo, colectivo, comité, organización, con identidad, significados compartidos y compromiso para trabajar por mejores condiciones institucionales que respeten la dignidad y derechos de cualquier persona.

En instituciones del Estado también laboran personas con bondad que, en su campo de acción y decisión, contribuyen para que ciudadanos se reencuentren con la libertad, verdad y justicia. Actúan como Nicodemo (Jn 3, 1-21). No es conveniente desconsiderarlas, debemos trabajar con ellas.

Asimismo, en la sociedad existen organizaciones y redes (por ejemplo, la RASI, Ideas para la Paz) que trabajan arduamente por el reencuentro y la paz en diversos niveles del sistema social que nos incumbe.

Se han comprometido con el enfoque de la promoción y defensa de los derechos humanos. Superando polarizaciones internas optan por proteger a cualquier persona que ha sido vulnerada en su dignidad. En consecuencia, se tejen con la institucionalidad internacional que impulsa el objetivo de desarrollo sostenible 16: Paz, justicia e instituciones sólidas.

Atreverse al exceso del perdón

En cuanto al perdón, el Papa Francisco, en el numeral 241 de la carta encíclica lo expresa así:

No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable. Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño. Quien sufre la injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos y los de su familia precisamente porque debe preservar la dignidad que se le ha dado, una dignidad que Dios ama. Si un delincuente me ha hecho daño a mí o a un ser querido, nadie me prohíbe que exija justicia y que me preocupe para que esa persona —o cualquier otra— no vuelva a dañarme ni haga el mismo daño a otros. Corresponde que lo haga, y el perdón no sólo no anula esa necesidad sino que la reclama.

Los milagros del perdón

El perdón rehace los lazos entre las personas y de éstas con las instituciones. Pero, algunos actores lo manipulan para evadir responsabilidades judiciales. Mientras que otros utilizan medios de comunicación para bloquearlo difundiendo representaciones en torno al perdón como lo imposible -o innecesario- para las víctimas y la vía de impunidad para los crueles. Además, desacreditan agentes de confianza para quemarlos como intermediarios. En tal sentido, todo proceso de reencuentro y paz debe estar acompañado por acciones que lo protegen (Carlos Martín Beristain).

Desde la perspectiva cristiana el perdón acontece en la intercepción entre la misericordia y la ley. Como lo explica Kierkegaard, la misericordia es contenedor y contenido. Quiere decir que, en tanto contenedor persigue que la ley e instituciones de la polis reparen al infractor y a los sufrientes. Pero como contenido, el perdón se realiza dentro de mecanismos históricos, -hoy se podría decir en el ethos y Constitución- de la sociedad que lo reclama.

Entonces, creer en el perdón amerita empeñarse en re-construir un sistema de justicia más eficaz y educar para un ethos que incluye, reconoce, respeta y defiende la dignidad y derechos de cualquier persona.

Finalmente, solo actores con poder estratégico podrían conjuntar en una sinergia virtuosa esas condiciones supradichas para armar la tan necesaria “arquitectura para la paz” que, en el pensamiento del Papa Francisco, es responsabilidad de instituciones religiosas, políticas, educativas, económicas, culturales, diversas y, a veces, contrapuestas.

Referencias bibliográficas

Benjamin, W. O anjo da história. Belo Horizonte: Autêntica Editora, 2012.

Kierkegaard, S. Temor y temblor. São Paulo: Luana Editores, 2002.

Levinas, E. Ética e infinito. 2da. ed. Madrid: Gráficas Rogar, S.A., 2000.

Ricoeur, P. El Mal: Un desafío a la filosofía y a la teología. Buenos Aires: Amorrortu, 2006ª.

Leer también: El Papa invita a la Iglesia a sanar sus heridas.

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