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El Frankenstein de Guillermo del Toro: arte y reflexión

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Toda adaptación es riesgosa, más, si se emprende la aventura buscando concretar un sueño, intentando cristalizar un logro que torne un deseo de siempre en realidad palpable. Eso hizo el cineasta mexicano, consciente de la dificultad de su trabajo, cerró una película en la que se evidencia su fascinación por la novela de Mary Shelley, texto del que siempre se ha declarado fanático y obra que siempre quiso llevar al cine… Lo hizo con la maestría que su trayectoria permitía augurar.

Lo que a continuación se presenta no es una crítica cinematográfica, tal pretensión superaría ampliamente mis capacidades y no es la motivación al momento de escribir. Lo que compartiré es una mirada, tan personal como discutible, de lo que me produjo ver la versión más reciente de Frankenstein, obra ampliamente conocida que, si se acoge con ojos de primerizos, siempre puede dejar flecos interpretativos nada desdeñables.

A propósito de esos flecos, mencionaré los cinco que considero más sugerentes, los que utilizaré como base de este breve escrito. La interrelación entre ellos o el orden de importancia, obedecen a una elección absolutamente arbitraria que no busca jerarquizar; lo que expongo es una suerte de hoja de ruta para acercarse, desde mi mirada, a una propuesta que, en el año 2025, se me antoja de lo más refrescante que se ha presentado en cuanto a cine se refiere[1].

  • La pertinencia de recordar a Prometeo

Casi nunca se enuncia el título completo de la novela de Shelley: Frankenstein; o, el moderno Prometeo. Vale rescatar el vínculo entre el doctor Víctor Frankenstein y el personaje de la mitología griega, ya que ambos representan y comparten una condición: desafían a los dioses, cuestionan su sabiduría, están convencidos de poder superarlos y corregir sus errores; claro está, amparándose en una auto seguridad que hace de la soberbia un motor que enciende luchas internas, guerras propias que necesitan tener al mejor enemigo posible para que el triunfo sea perfecto.

El desarrollo científico – tecnológico que hemos alcanzado como humanidad es motivo de orgullo y, en ocasiones, impacta positivamente las condiciones de vida de las personas; no obstante, y en sintonía con la película, conviene mantener encendidas las alarmas ante las demostraciones de poder de pequeños grupos, de élites que basadas en la concentración de recursos económicos, aspiran frenéticamente cambiar las reglas del juego, delinear nuevos horizontes en los que el ser humano, su dignidad, su singularidad y su sentido de trascendencia pueden diluirse para dar paso a el futuro.

Los Frankenstein y los Prometeo de hoy siguen jugando a ser dioses. Muchas personas, voluntariamente, ofrecen los sacrificios que estos exigen; otros, sin capacidad real de elegir, son arrastrados por los rituales contemporáneos; también hay un grupo, importante, que discierne, piensa, propone más allá de la mera reacción… Las nuevas deidades y sus apetencias son, o han de ser, objeto de reflexión y análisis para que no se normalice el delirio neo fundacional con el que se promete alcanzar todo.

  • El peso de los rechazos

Joven, huérfano de madre (centro de todo su mundo afectivo),  con un padre que lo presionaba con rudeza para que siguiera sus pasos en la medicina, y con un hermano menor que era colmado con todo el afecto que él nunca recibió, Víctor vivió un ámbito relacional en el que no ser aceptado era la rutina y, como mecanismo de defensa, desarrolló la obsesión por ser el mejor, por destacarse haciendo algo que, definitiva e indudablemente, le otorgaría todo el reconocimiento y aceptación que nunca tuvo y que tanto deseó.

Inmerso en la destructiva carrera por brillar, cada decisión que tomaba, cada movimiento dado lo conducía a la cosificación de quienes lo rodeaban, en quienes no observaba más que instrumentos para alcanzar sus objetivos u obstáculos para llegar a su meta. Desde una narrativa victimista, el protagonista construyó un andamiaje de justificación para sus obras, sin darse cuenta de que haciendo eso profundizó el rechazo y el temor que sentían hacia él; incluso, su auto rechazo y temor, el cual nunca fue capaz de reconocer.

El envilecimiento progresivo de Víctor Frankenstein bien puede considerarse un retrato del deterioro humano que se evidencia al no encontrar el equilibrio entre debilidad y bienestar, entre miserias y grandezas propias de la vida. El doctor nunca supo estar en paz con lo que supone la fragilidad y, con altanera pretensión, creyó que el desprecio recibido lo podía borrar con exhibición de conocimientos, con ostentación de capacidades únicas…El error de Víctor es hoy, lamentablemente, tan palpable como repetido.

  • Los mercaderes de la muerte

Considero que la inclusión del personaje Henrich Harlander, que no está en la obra original de Mary Shelly, es uno de los mayores aportes personales de del Toro a la película. Un empresario de la guerra, alguien que lucra con la desgracia y se granjea posiciones de privilegio por atizar conflictos, encaja perfectamente con la megalomanía de Víctor, quien, necesitado de medios económicos, se asocia con el que, además, es tío de Elizabeth, prometida de su hermano William[2].

Inicialmente, el interés de Harlander en financiar los experimentos de Frankenstein, parece brotar del deseo de contribuir con una revolución en la medicina y la forma de concebir la relación vida – muerte. Con el desarrollo de la trama, queda expuesta la verdadera motivación del acaudalado hombre: obtener la inmortalidad, ser propietario de la técnica que lo salvaría de su crónica enfermedad, la sífilis.

 

Promesa de una vida sin fin, de una existencia resistente a todo daño, enmascaraba (y siempre lo hará) la condición sine qua non de quienes ofrecen tal posibilidad: se alimentan de la muerte de algunos para forjar remedos de vida para otros. Harlander y Frankenstein compraban cadáveres, seleccionaban a los condenados a la horca y perseguían órganos en buen estado…Parece importante no olvidar que en la actualidad, en nombre de las ideologías, las preferencias políticas, las religiones y las procedencias geográficas se mercadea con la muerte, se pisotea la dignidad humana, se da la espalda al goce efectivo de derechos fundamentales y, siempre, quienes actúan de esa forma, lo hacen en nombre de una vida mejor, más justa, más deseable.

  • Escuchar, escucharse; reconocer, reconocerse

Él ya contó su versión, ahora yo contaré la mía. Con esa frase, la criatura abre la parte final de la película. Hasta este momento, la voz que comunicó la historia fue la de Víctor, elaborando un contexto en el que predominaban la violencia, la torpeza, el deseo de venganza y la imposibilidad de encajar en la sociedad por parte de la criatura monstruosa a la que le había dado vida y cuya existencia lo llenaba de repulsión, miedo y arrepentimiento por el resultado, no así por el proceso en sí mismo.

Al expresar su vivencia, al compartir cómo le había afectado cada situación por la que había tenido que atravesar, logrando captar la atención del capitán del barco quien, acaso sin saber, ofició de facilitador de un diálogo que fecundaría de forma insospechada, el engendro de aspecto intimidante por diferente y anti estético, se va tornando en humano, va dejando ver sus sentimientos y motivaciones, va sacando a la luz una serie de matices que facilitan conectar con él, que logran que se tienda un puente entre la oscuridad de una vida que no terminaba de serlo por completo y la luz que, por brillante, encegueció la razón del hombre que lo había creado, el portador del primer nombre que pronunció y quien lo era todo para él, Víctor.

Solo cuando se entrelazan las dos visiones en conflicto, el momento en que el dolor, la rabia y la frustración, con todo y su legitimidad dejan de ser el hilo conductor del relato, dando cabida a un desgarrador pero salvífico ejercicio de construcción de memorias compartidas, con afectaciones e implicaciones distintas y semejantes al mismo tiempo, se generaron las condiciones para lo improbable, emergió, tan incipiente como inseguro, un marco de reencuentro… Frankenstein y la criatura no rivalizaban más, no competían en el certamen de culpas y reacciones; eran, por primera vez, pares, se habían despojado del peso de las etiquetas y se reconocieron mutuamente.

  • El perdón como posibilidad

El gran cambio argumentativo de Guillermo del Toro es el final de su cinta. A diferencia del texto original, en esta ocasión, la criatura perdona y comunica ese perdón a su creador. Un giro fundamental que coincide, como no podía ser de otra forma, con el tratamiento que el cineasta mexicano da a sus personajes, generalmente representantes de los excluidos y marginados por ser diferentes, por no formar parte de los estándares sociales, políticos, morales o estéticos[3].

El ser que, en medio de su tristeza, con el dolor de saberse inmortal y asumiendo la profunda soledad que tal condición trae adosada logra perdonar a quién creándolo, en contra de toda lógica y ética, lo condenó al estigma y la errancia, constituye una poderosa imagen de la antropología de Guillermo del Toro y es, al mismo tiempo, una invitación a reflexionar desde el arte, en este caso, desde el cine, sobre el carácter posibilitador que tiene el perdón, lo complejo que resulta su abordaje y la inconveniencia de intentar forzarlo irrespetando los momentos y las historias de las personas.

Para que Víctor y la criatura pudieran sanar, llegando al perdón, se dieron una serie de pasos, en ocasiones caóticos, en ocasiones algo más calmos, que dieron cabida al reconocimiento y a la búsqueda de una verdad compartida que desplazara las versiones a medias, impuestas y siempre intencionadas. Aunque el cine solo sea cine, aunque Frankenstein solo sea una obra de literatura, aunque parezca que el perdón es una aspiración lejana y en ocasiones imposibles… destaco y agradezco la esperanza que Guillermo del Toro comunica en su más reciente película.

 Referencias:

 

[1] Si de propuestas refrescantes y llamativas se habla, recomiendo la película Los domingos, escrita y dirigida por Alauda Ruíz de Azúa. Esta obra obtuvo el galardón a Mejor Película del festival de cine de San Sebastián 2025.

[2] Este es otro gran cambio respecto al texto original. En esta adaptación, Elizabeth no es la novia de Víctor, aparece como la novia de su hermano menor. Este giro le da mayor peso específico a la joven dentro de la trama y ayuda a percibir el complejo mundo afectivo – emocional que generaba Víctor en su entorno.

[3] Películas como Hellboy, El laberinto del fauno, El callejón de las almas perdidas y La forma del agua, dan cuenta de la importancia que tiene para Guillermo del Toro que el espectador pueda captar la humanidad y la complejidad del mundo interior de personajes que, a simple vista, carecen de esos atributos y transmiten animadversión.

 

 

 

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