Honegger Molina
Francisco Rondón fue en vida capellán General de Prisiones de Venezuela desde el año 2006, aunque se marchó demasiado pronto y con sueños y proyectos sin ejecutar, también hay que decirlo. ¡Qué bueno que existió un cura así! Es bueno que haya existido este hombre que desde su entrada al Seminario de Caracas (1961) no hizo otra cosa que testimoniar con su vida humilde y pobre lo que representaba de Dios. Vivió para la gente, especialmente para los presos, luchando por servirles como atenuante de su dura realidad.
Dionisio Gómez, actual capellán de La Planta, recuerda que desde 1994, Francisco, ya tenía predilección especial por los jóvenes que estaban retenidos en el Centro de Reclusión Penal de Coche, donde era párroco. Gastaba su tiempo con los niños en situación de calle y con los indigentes. Y desde entonces promovía y defendía los derechos humanos. Incluso dejaba de comer y descansar para servirle a su gente. Practicaba una caridad pastoral muy libre de normas moralizantes, pues iba más allá, rompía formalismos y podía convertir con facilidad una actividad pastoral, en pura y efectiva acción del Evangelio de Jesús.
En La Planta, y desde los trabajos que planificaba y ejecutaba con Dionisio en favor de los privados de la libertad, se constaba su profunda cercanía, efecto y preocupación por aquellos hermanos y por sus derechos. Solía entrar a cualquier hora del día o de la madrugada a los penales para estar ahí en el momento que se le necesitaba.
Para Aurora Belandria, perteneciente a la Confraternidad Carcelaria de Venezuela, Francisco fue una ofrenda permanente a Dios. Recuerda que en un primer momento creyó que se trataba de un religioso franciscano por su sencillez, su pobreza y la humildad que traslucía. Para él la prioridad eran los pobres y los presos. Y la urgencia; sus problemas. Era buscado por todos y en todos lados, y por eso llegaba tarde a muchas de sus misas y reuniones. Le urgía más un preso y sus penurias que lo establecido en su agenda. Así se metía entre los presos y se hacía uno con ellos. Esto no se ha dicho públicamente, pero durante el tiempo en que vivió en el 23 de Enero pasó mucha hambre por dedicarse a la atención de los pobres y a luchar por sus derechos.
Finalmente, tenía una vida de piedad edificante. Aurora dice que se dirigía a Dios como pocos sacerdotes por su autenticidad y hondura espiritual. Y, amaba tanto a Dios, que lo trasmitía con cada palabra y cada gesto. Esto condujo a que muchos descubrieran y amaran al Dios de Jesús, tanto como él, hasta en la cárcel. Vivió siempre alegre y sin pesimismos y murió con una sonrisa en sus labios.