Por Ramón Guillermo Aveledo*
Conozco gente que se ha molestado porque el papa Francisco, a través de un videomensaje dirigido a la 109ª Conferencia Internacional del Trabajo, en el contexto de la defensa del derecho de los trabajadores a sindicalizarse y el aliento a los empresarios por su noble vocación de producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, recordara que la propiedad privada es un derecho subordinado al principio del destino universal de los bienes de la tierra, que es el que abre a todos el derecho a usarlos y, lógicamente, el de ser propietarios.
“Un grave precedente –se denunció en seguida- que se puede convertir en legitimador de populismos y comunismos”. En el colmo del positivismo más combativo, se alega que eso no está en ninguna ley, tratado o declaración universal de derechos. Al argumento de que Francisco no es legislador, diplomático ni gobernante, y que habla en términos de doctrina social, válida para quien quiera seguirla, la contra réplica instantánea fue “Pues si no es jurista que no opine”, razonamiento con olor a corporativismo medieval, según el cual solo los de cada profesión pueden hablar de las materias de ese campo. Con lo cual el Papa no podría referirse a la guerra y la paz porque no es militar ni diplomático, o tanto o más peligroso, por antidemocrático. Solo los políticos y los politólogos podrían meterse en política, monopolio que nadie consentiría.
Es la misma familia argumental que critica Laudato Sii porque: ¿A cuenta de qué se mete el Papa éste en el medio ambiente? Lo más curioso es que tales posiciones provengan de algunos que al mismo tiempo le reclaman tratar más la cuestión de los derechos humanos en Venezuela, que por cierto lo ha hecho, aunque quien escribe quisiera que lo hiciera con más énfasis.
Francisco lo que ha hecho es insistir en la función social de la propiedad, una pieza fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia desde León XIII en Rerum Novarum de 1891. Allí se criticó la “solución socialista” de abolir la propiedad privada desde el punto de vista de los trabajadores “…puesto que privándolos de la libertad de colocar sus beneficios, con ello mismo los despojan de la esperanza y de la facultad de aumentar sus bienes familiares y de procurarse utilidades”.
La propiedad se reconoce y valora, tanto que se considera que tiene una función social. En realidad, casi textualmente repite el actual pontífice lo que ya afirmara en Fratelli Tutti, su encíclica de 2020. El principio del uso común de los bienes, derecho natural, originario y prioritario, lo consideró Juan Pablo II “primer principio de todo el ordenamiento ético social” Laborem Exercens (1981), cuya realización no debe ser estorbada sino facilitada por cualquier otro, como la propiedad privada, diría Pablo VI en Populorum Progressio (1967).
Desde finales del siglo XIX, todo el XX y lo que va de XXI, todos los papas sin excepción han venido desarrollando el reconocimiento y valoración de la propiedad privada y su función social, porque primero va el destino universal de los bienes de la creación que van a requerir del trabajo para su aprovechamiento y multiplicación, para su transformación a través del trabajo, los descubrimientos científicos, las innovaciones tecnológicas y las inversiones necesarias, las cuales individual o en conjunto, generan derechos que a su vez han de ser respetados, porque mucha historia humana hay desde la caza, la pesca y la recolección. La libertad económica tiene un sentido humanista que le es inseparable.
*Doctor en Ciencias Políticas. Profesor universitario. | @aveledounidad