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Francisco Javier Pérez: “En Venezuela hablamos con solvencia, pero escribimos de manera limitada”

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Por Hilda Lugo Conde*

Secretario General de la Asociación de Academias de la Lengua Española desde 2015, lexicógrafo, licenciado en Letras, doctor en Historia e individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua, considera que el español vive un momento de expansión y fortalecimiento. No está de acuerdo con el lenguaje inclusivo y afirma que la Real Academia de la Lengua Española ha evolucionado con el tiempo.

Francisco Javier Pérez (Caracas, 1959) lo dice con satisfacción: el idioma español vive uno de sus momentos más felices en cuanto a expansión y fortalecimiento. Desde 2015 se desempeña como Secretario General de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale), organismo institucional internacional encargado de reunir a las distintas Academias de la Lengua Española con el fin de impulsar la unidad, integridad y desarrollo del español. Y, desde esa posición privilegiada, dice, puede observar cómo evoluciona el idioma.

Licenciado en Letras, máster y doctor en Historia, fue profesor titular de la Universidad Católica Andrés Bello y director de la Cátedra Andrés Bello. Presidente de la Academia Venezolana de la Lengua entre 2011 y 2015, es autor de numerosas publicaciones, entre las que destacan Historia de la lingüística en Venezuela (1988), Diccionario del habla actual de Venezuela (1994), Estudios de lexicografía venezolana (1997), Diccionario venezolano para jóvenes (2002), El insulto en Venezuela (2005), Diccionario histórico del español de Venezuela (2012) y Diccionario visual del español en Venezuela (2020).

No está de acuerdo con el lenguaje inclusivo. “Me resulta un gesto muy pobre frente a situaciones tan graves como la desigualdad social, la falta de pluralidad y el desconocimiento de la tolerancia en nuestro tiempo actual”, comenta. Reconoce que la Real Academia de la Lengua Española (RAE) se ha modernizado. Y sobre el español que se habla en Venezuela, dice:

Sigue manteniendo sus valores de creatividad, ingenio verbal, notable expresividad, humor inteligente, recursividad hiperbólica, locuacidad y gusto por la muletilla y por la pluralidad semántica concentrada en una misma palabra, entre otros rasgos, como tradicionalmente han quedado establecidos en la oralidad de nuestra manera de hablar el español.

–¿Qué es la lengua?

–La lengua es la realización práctica, específicamente, social, de una capacidad humana que nos permite comprender y construir el mundo de una determinada manera, y comunicar cómo comprendemos y cómo construimos esa realidad. Gracias a la lengua, el lenguaje, el pensamiento y la realidad se encadenan para fecundarse permanentemente.

–¿Cómo se desarrolla y evoluciona la lengua?

–Una lengua es un organismo que está siempre transformándose y cambiando. En la lengua nada está hecho para siempre y nada está hecho de la misma manera. Cada sociedad y cada hablante que la compone perpetúan o modifican la lengua al mantener sus rasgos esenciales o al proponer nuevas maneras de comprensión y comunicación. De esta suerte, la lengua evoluciona más por adulteraciones que por mantenimiento de sus formas. Ocurre, sin embargo, que estos cambios son muy lentos y se dan durante períodos muy largos de tiempo. Esto hace que aquello que modifica el cuerpo profundo de una lengua no se perciba entre una generación y otra, y que ello nos afiance en la idea de que la lengua nunca cambia en lo sustancial.

–¿Dónde se habla el mejor español?

–El criterio de corrección lingüística tiene mala prensa. Por ello no resulta fácil determinar dónde encontramos la mejor manera de hablar español. Yo diría que se habla en todas partes, bien o mal, tal como los hablantes de una comunidad determinen cuáles son las mejores formas para hablar español. En teoría, si a un hablante le funciona su forma concreta de hablar, este hablante hablará bien. En la práctica, ningún hablante está solo y su manera de hablar viene condicionada por la de los otros hablantes. El ideal es un punto medio entre lo que funciona para un hablante y lo que funciona para todos. Nacionalizar o regionalizar el mejor uso del español atenta contra un principio que caracteriza nuestra lengua que es ser al mismo tiempo unitaria y diversa; orgullosamente una y diferente.

–¿Cómo habla hoy el venezolano?

–En relación con esto, diría que el español que se habla en Venezuela sigue manteniendo sus valores de creatividad, ingenio verbal, notable expresividad, humor inteligente, recursividad hiperbólica, locuacidad y gusto por la muletilla y por la pluralidad semántica concentrada en una misma palabra, entre otros rasgos, como tradicionalmente han quedado establecidos en la oralidad de nuestra manera de hablar el español. En cuanto a la lengua escrita, habría que decir que cada vez más se perciben muchas carencias estilísticas, faltas de concordancia, pobreza en el uso de la declinación verbal, uso limitado del léxico, pobreza morfosintáctica y apego disparejo de la ortografía y la ortotipografía. Si se me permite una síntesis, diría que hablamos con solvencia, pero escribimos de manera limitada.

–¿Cuál es su palabra preferida del español?

–Siempre me cuesta escoger dentro del interminable espectro de posibilidades léxicas de nuestra lengua una palabra que me guste más que las otras. A lo largo de los años he dado distintas respuestas a esta pregunta. Para un lexicógrafo, no hay una palabra preferida, porque todas a la larga terminan siendo importantes por alguna razón. Sin embargo, puesto a escoger una dentro del español general de hoy diría que sería la palabra compasión, pues nos acerca a la comprensión del dolor de los demás y a los mejores ánimos para la solidaridad con los que sufren. No sé si fue Todorov o algún otro pensador moderno que dijo que en la escuela lo único que había que enseñar a los niños es la compasión hacia el dolor de los otros. A este respecto, hay un libro de Susan Sontag que no puede postergarse, Ante el dolor de los demás, una reflexión sobre el daño profundo que causa la violencia de los hombres, tanto en la guerra como en la paz.

–¿Y cuál la que menos le gusta?

–En seguimiento del planteamiento anterior, diría que no tendría ninguna palabra que me desagradara, aunque aquellas en donde la fonética de la voz resulta mal diseñada, me gustan cada vez menos.

–¿Enriquece la migración la lengua?

Nada ha sido más determinante en la historia de las lenguas que los intercambios lingüísticos provenientes de los procesos migratorios. La lengua viaja junto a las personas y las personas van estableciendo relaciones lingüísticas a la par que hacen también relaciones humanas. Dicho esto, creo que las migraciones venezolanas de hoy se dejarán sentir en los dos extremos de la cadena lingüística: en la lengua del migrante que se acogerá a nuevas formas de hablar en español y en la lengua del país hispanohablante de acogida. Quizá sea este un aspecto positivo de la marcha forzosa de tantos y tantos venezolanos en la actualidad. Por otra parte, la recepción o implantación de nuevas formas en el habla de las personas que emigran hará que su conocimiento del español venezolano quede parcialmente detenido en el tiempo, debido a la natural pérdida de competencia, especialmente léxica, por efecto de su salida drástica del espacio lingüístico de origen.

–Cumplirá siete años al frente de la Asociación de Academias de la Lengua Española. ¿Cómo ha visto la evolución del español desde esa posición? ¿Qué destacaría?

–Mi posición como Secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) me permite tener una visión privilegiada para seguir los derroteros del idioma y para pulsar la acción que ejercen las corporaciones dedicadas en cada uno de los países hispanohablantes. En este sentido, los proyectos de descripción de la lengua que realiza la Asociación (diccionarios, gramáticas y ortografías) son las más claras evidencias de la situación del español y de su fortaleza. La lengua evoluciona muy lentamente, pero, así y todo, podemos decir que su simbiosis con los intereses del momento en que vivimos está permitiendo dejar testimonio, especialmente en el Diccionario de la lengua, de los afectos, la sensibilidad y el pensamiento de nuestro tiempo. En este sentido, la ASALE ofrece los instrumentos y promueve la gestión de estudio e interpretación mancomunada de las veintitrés academias afirmando, una vez más, la rotunda unidad del español y la generosa diversidad –apertura, variabilidad y democracia de la lengu–- de la que hace gala.

–¿Impusó la pandemia una nueva manera de hablar?

–Por supuesto que no. La pandemia ha significado la divulgación de un léxico cuasi médico que ahora todos utilizamos cotidianamente con mediana competencia. También, la creación por adaptación de algunos de esos tecnicismos a los modos más propios de cada comunidad hispanohablante, por ejemplo, mascarilla, tapaboca, nasobuco…

–Con la inclusión de nuevas palabras, acepciones y sinónimos en el diccionario, la Real Academia Española pareciera que se ha flexibilizado o modernizado. ¿Lo cree?

–Como institución de vida larga, la Real Academia Española es una institución que ha pasado por muchas etapas. Durante sus más de tres siglos de vida, ha actuado de muchas maneras y defendido modos de comprensión de la lengua que no guardan siempre una relación entre ellos. Me refiero a las prácticas puristas que ejerció por mucho tiempo y a los criterios de hegemonía lingüística que caracterizaron su trato con el idioma en un tiempo felizmente ya pretérito. Lo que hoy en día luce como modernización o flexibilización de la RAE no es sino el resultado de las actuaciones de una institución que quiere ser moderna en su evaluación de la lengua y que para lograrlo recurre a las prácticas de las modernas ciencias del lenguaje. En concreto, el Diccionario de la lengua española es una obra que no solo elabora la RAE, como fue desde el final del siglo XVIII y hasta el comienzo del siglo XXI, sino que es una obra que elaboran en pie de igualdad las veintitrés academias que conforman la Asociación de Academias. Esto supuso ya un primer avance en el proceso de modernización. El otro, de no menor trascendencia, es el que se refiere a los protocolos de decisión sobre aceptación de voces o acepciones amparados estrictamente en los corpus lexicográficos con los que cuentan las academias. Compuestos por millones de formas, se recurre para determinar qué palabras entran o no en el diccionario y de qué manera se las incluirá. Finalmente, la propuesta de elaborar un diccionario digital ha revolucionado la lexicografía académica, al punto de entenderse como la manera con la que se concebirán de hoy en adelante este tipo de obras, más abarcadoras y de mayor posibilidad de enmienda que el diccionario en papel.

–La Real Academia ha sido tajante: la “e” del lenguaje inclusivo es innecesaria. ¿Qué opina usted del lenguaje inclusivo cuando cada vez hay más personas hablando y escribiendo de esta manera?

–No estoy a favor de eso que llaman “el lenguaje inclusivo”, pues me resulta un gesto muy pobre frente a situaciones tan graves como la desigualdad social, la falta de pluralidad y el desconocimiento de la tolerancia en nuestro tiempo actual. Dentro de este panorama es un despropósito fijarse más en la forma del lenguaje y no en el poderoso contenido que es capaz de cuestionar o fortalecer. Está claro que la implantación de esta especie lingüística tiene un origen en la manipulación política de los partidos de izquierda, fundamentalmente. La sociedad actual tiene el difícil reto de hacerse activa y pugnaz frente a cualquier forma de exclusión, bien sea ideológica, política, social, racial, religiosa, sexual, económica, estética, intelectual, cultural o por la nacionalidad. La inclusión se reflejará de manera auténtica en el lenguaje cuando la verdadera inclusión se cumpla en la vida social y cotidiana de las personas. Las simplezas formales que quieren imponerse, el uso recurrente de los dobletes genéricos, el tercer género terminado en “e”, la incomprensión del masculino inclusivo, no son sino gestos torpes dentro de la inclemente realidad de la discriminación y los malos tratos que están presentes en las sociedades modernas.

Y en Venezuela, ¿cómo evalúa el lenguaje que se ha impuesto desde el régimen? Eso que llamamos neolengua.

Con el término neolengua se entiende la utilización manipulada de recursos de lenguaje al servicio de un proyecto político, en donde la discursiva pública se orienta a la descalificación política, a la exaltación de una facción en el poder y a la distorsión de la lengua general, con fines malintencionados. A pesar del nombre, no se trata de una lengua, sino de un vehículo ideológico. La neolengua actúa en silencio, sigilosamente y con alevosía para ir muy poco a poco instalando en la conciencia lingüística de los hablantes unos contenidos que tienden a cambiar modos de pensamiento y a producir militancias ideológicas sesgadas y perjudiciales. El caso venezolano no es diferente al ya vivido en otros países, en donde el proyecto antidemocrático busca fortalecer nuevos paradigmas de interpretación de la realidad –la historia es una de las primeras víctimas–, en donde la lengua queda herida de muerte, pues deja su papel de comunicación libre para hacerse un medio secuestrado por una parcialidad.

–¿Es el mejor momento del español en el mundo?

–El español vive hoy uno de sus momentos más felices en cuanto a expansión y fortalecimiento. Las cifras enormes que lo definen, esos casi 600 millones de hablantes, indican un destino cada vez más prometedor. Lo cuantitativo nos lleva a lo cualitativo, que es el ámbito donde la batalla se libra con tintes muy exigentes, pues tiene nuestra lengua que imponerse sobre el inglés, principalmente, para entrar a ocupar plazas representativas en cuanto a la cultura digital y de las telecomunicaciones. Es en este último terreno donde la calidad expresiva y la ductilidad del español tienen que jugarse sus mejores cartas.

–¿Cuáles son, en los próximos años, los retos del español?

–Los números que hoy determinan la lengua española no pueden dejar de fascinar por su enormidad y potencia al espíritu más impasible o de asustar al detractor más inclemente de nuestra lengua y cultura: 580 millones de usuarios potenciales tiene hoy el español, de los cuáles 493 millones de hablantes tienen al español como su lengua materna. El español es una lengua hablada en cuatro continentes y oficial en más de una veintena de países. Segunda lengua materna del mundo por el número de hablantes, después del chino mandarín; y la tercera en el cómputo global de hablantes, detrás del inglés y del chino. El español es la segunda lengua más estudiada, junto al francés y al chino, como segunda lengua; y la cuarta lengua más poderosa del mundo en atención a indicadores geográficos, demográficos, económicos y políticos. Constituye el tercer PIB mundial vinculado a las lenguas oficiales. En Internet, el español ocupa el tercer lugar en uso en la Red, el segundo en Facebook, LinkedIn, Twitter y en la Wikipedia. Asimismo, y este indicador es tremedamente significativo, es la segunda lengua en la que se publican más documentos científicos. En el Google Académico el español optiene la quinta posición según el índice de impacto de las 100 revistas más citadas. Dos países hispanohablantes, España y Argentina, ocupan los puestos octavo y duodécimo, respectivamente, entre los principales países productores de libros, de acuerdo con el reporte anual 2015-2016 de la International Publisher Association. El español es la sexta lengua del mundo desde la que más se traduce y la tercera a la que más se traduce. Y, un último dato, España, Argentina y México son los tres países hispanohablantes considerados entre los quince en la producción cinematográfica mundial, ocupando respectivamente, las posiciones octava, undécima y duodécima, según El español en el mundo 2021. Anuario del Instituto Cervantes. Si a toda esta estadística, le sumamos cualitativamente la trascendencia del español como lengua de cultura, literatura, pensamiento, arte, deporte y culinaria, entenderemos que los retos del español son muy grandes para el futuro inmediato como acción de sostenimiento y crecimiento de cada una de las anteriores parcelas de consideración.

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