Laura Margarita Febres del Corral
Conmemorar el centenario de Rafael Caldera, para aquellos que lo conocimos, es una tarea que no podemos eludir al ser convocados a un foro como este.
No olvidamos los seductores que eran sus discursos televisivos como también sus escritos, impregnados de la racionalidad que un profesor universitario debe conservar en los análisis de los tópicos sobre los cuales discurre. A veces, recordamos, que su búsqueda de claridad parecía ser como un juego que descomponía el todo en sus partes y lo volvía armar frente a la sorpresa de quienes lo escuchaban.
El mismo en “Una milicia espiritual” discurso pronunciado en 1973 con motivo del cincuentenario del colegio San Ignacio de Loyola, nos explica el origen de esta búsqueda de claridad:
“Nos hacían recitar: Manuel Aguirre me conminaba contra el “tonillo” tradicional de nuestros oradores del tiempo del romanticismo, mientras de manera implacable Víctor Iriarte tacha y tachaba adjetivos, luchando contra los epítetos del llamado “tropicalismo literario”. Uno y otro insistían en que la primera virtud del hablar o el escribir era la claridad, el lograr ser entendido, el quitar galas superfluas, el tratar de expresar la idea, de establecer comunicación con el auditorio;” p.12
Sin embargo, pienso que aún no se ha hecho un estudio paciente de toda la obra de Rafael Caldera, de manera de seguir el desarrollo cronológico de esas ideas fuerzas, por las que lucharon Aguirre e Iriarte, las cuales motivaron su producción oral, escrita y práctica, en relación con el momento histórico en que surgieron, continuaron practicándose, o desparecieron en su ideario o práctica política posterior. Esto ha sido reconocido también por Abdón Vivas Terán en su artículo Rafael Caldera y la Inspiración Cristiana de su Acción Política: “No pretendemos agotar esta materia sino tan solo señalar algunos aportes que pueden ser útiles para seguir adelante en la evaluación histórica, aún no concluida, del personaje que analizamos.” p.3
La hipótesis que viene a mi mente en este momento es que en Rafael Caldera este trabajo podría ser más sencillo en un sentido al que el acometí con Mario Briceño Iragorry, porque he ido observando en Caldera una preocupación por mantenerse fiel a un ideario formulado desde un principio de su carrera política. Del cual puede ser muestra el libro Copei en el principio fue la U.N.E. Sin embargo, está necesidad de mantenerse fiel a un ideario también puede haber rigidizado su pensamiento y no haber permitido la transformación de él con respecto a las circunstancias que le planteaba el momento histórico. ¿Acompañó siempre su acción este ideario? Es otra pregunta que un trabajo serio y complejo como el que propongo, podría responder.
Sin embargo, resultaría mucho más complicado que el que realicé sobre Mario Briceño-Iragorry desde el punto de vista del análisis de la práctica política por la magnitud de los resultados que observamos en él, que no pertenecen únicamente al campo de las ideas.
En este sentido cuando leo algunos trabajos que analizan la trayectoria de Rafael Caldera, me planteo porqué sus ideas son analizadas en relación con obras, documentos y producciones muy respetables y válidas, pero que no se originaron en él. En estos trabajos echo de menos la búsqueda de las ideas propias de Caldera. Algunas de estas ideas con respecto a la relación del su ideario con la política práctica ya las enunció esta mañana del 23 de noviembre Rafael Tomás Caldera en su discurso en la apertura de este evento.
Esta introducción viene motivada por la pregunta de este foro, pero también voy a analizar primero un fragmento del ensayo escrito en 1953 titulado “Lo político y lo religioso dentro de lo social” publicado en el libro Ideario. La democracia cristiana en América Latina, porque hacer un análisis completo de su producción como el que propongo, lo dejo a aquellos que dispongan del tiempo, la objetividad y los medios disponibles para acometerlo.
Allí nos dice: “¡Fuera la religión de la política!” ha sido el estribillo de quienes aspiran a manejar el Estado prescindiendo de las normas éticas, como un simple aparato de poder.” Este me lleva al entender que de quienes Caldera habla, identifican la ética con la religión en lo que a política se refiere. Por supuesto que pienso como Caldera, que están equivocados, porque la religión y la ética no son lo mismo. Son dos campos explosivos cuando se pretenden mezclar con el poder.
El terreno del poder, como dice nuestro pensador José Gil Fortoul, proviene de la evolución orgánica. Los animales generalmente tienen un jefe de la manada que dominará a todos los demás. “La etnografía y la historia nos revelan como únicas bases originales del gobierno la necesidad y la fuerza. La forma primigenia del gobierno es el despotismo absoluto.” Sin embargo, con la evolución de las formas políticas el Estado se vuelve más complejo y comprende la inclusión de la ética dentro de él. La inclusión de los principios éticos dentro de la política es el resultado de una conquista de la racionalidad en un terreno que en un principio le era ajeno. Aristóteles asume a la política como una rama de la ética, es decir para él la política debe ser racionalidad. Nosotros creemos que ignorar la lucha que implica imponer la racionalidad al poder, es no ver muchos episodios o casi todos los episodios de la historia universal. En este sentido Caldera como pensador democrático estuvo tratando de imprimirle racionalidad a aquello que, en principio, según Gil Fortoul, no la tenía. La lucha entre la racionalidad y el poder nunca será definitiva, el poder intentará socavar la racionalidad.
La racionalidad que intentaba Rafael Caldera imprimirle al poder, viene también sustentada en las encíclicas papales que para él son profundamente racionales.
“si remedio ha de tener el mal que ahora padece la sociedad humana, este remedio no puede ser otro que la restauración de la vida e instituciones cristianas” p.262
Sin embargo, esta racionalidad de los principios de la Iglesia Católica, tampoco fue siempre así. Recuerdo que a Santo Tomás le costó mucho esfuerzo combatir la religiosidad de los agustinos que mantenían llegar a Dios, solo por la fe y no por la razón.
Entonces en la ciudad de Dios, como llamaba San Agustín a la Iglesia, también se ha luchado por defender la razón.
Para Caldera entonces: “La doctrina está clara. Confusión, no. Flujo y reflujo de influencia recíproca. Para dar al Cielo lo que al Cielo toca, hay que hacer justicia en la Tierra. Para hacer justicia en la Tierra hay que extender los ojos hacia el Cielo. Lo político y lo religioso son materias distintas: pero como ambas miran dentro de lo social a fines que no pueden oponerse, es imposible la ignorancia recíproca, inaceptable la dicotomía.” p. 271
Por eso para él, la democracia cristiana era la forma política necesaria para lograr una paz social. Y siguiendo las enseñanzas de Luigi Sturzo: “Así también, el católico no puede, en mi parecer, asociarse a partidos que quieren instaurar formas de gobiernos dictatoriales y suprimir la libertad cívica y política; que si esto sucediera, concurriría a hacer del Estado el amo de los cuerpos y las almas, de las personas y las cosas, de la vida pública como de la privada; coadyuvaría a establecer una discriminación continúa entre vencedores y vencidos”. p. 273. Maldición de la cual no nos hemos podido librar en la historia de Venezuela que parece dictaminar que pueden comer los que están cercanos al poder y pasar necesidad, por no decir cárcel y exilio, lo que se encuentran lejos de él.
Rafael Caldera escribió sobre mi abuelo Pedro del Corral. No es descabellado esta asociación en un foro titulado Los cristianos y la política porque recuerdo que continuamente nos decía él que la política era como un sacerdocio. Y de esta forma mi abuelo la ejerció. No consiguió nada económico en ella, pero creo que sí muchas satisfacciones interiores. Consiguió llevar a Rafael Caldera a la Presidencia de la República. Muere durante el Gobierno de Luis Herrera Campins y es velado en el salón elíptico del congreso y enterrado con honores militares. Nos entregan, en acto solemne en el cementerio del Este, la bandera de Venezuela. Honores que no he visto hayan sido concedidos a los Presidentes de la República de los partidos de oposición que luego murieron.
No vio la división de Copei, ella estamos seguros le hubiera afectado mucho. Murió el 13 de noviembre de 1986, el mismo día en que les estoy escribiendo estas líneas, hace 30 años. No crean que lo hago por esto, porque no me había percatado de la coincidencia.
Sobre él en su libro Moldes para la fragua en la edición de 1980, nos dice Rafael Caldera: “Tiene muchos motivos el doctor Pedro del Corral, venezolano fervoroso y acendrado cristiano, para dar gracias a la Providencia al celebrar sus ochenta años de existencia. (p. 285)
Sabemos que a él le basta con dar gracias a Dios, por haberle dado una noble vida, por haberle proporcionado una hermosa familia, y por haberle permitido ocupar una posición de primera línea en la creación de una nueva Venezuela. Esto le satisface y colma su única ambición: la de estar en paz con su conciencia.” P. 289
Sin embargo, como crítica histórica, puedo ahora después de años de experiencia en este país, afirmarle, al expresidente que me dejó sin habla en la siguiente anécdota: “No pienso ahora que estábamos en una nueva Venezuela sino en la misma en la cual mi abuelo tuvo que denunciar al boticario Manuel Chollet que ejercía sin licencia, y éste decide matarlo y le da varios tiros, de los cuales uno le roza el torax y el otro le entró en una pierna. Bala que siempre recordaba y sentía, ya mayor, en los días húmedos días caraqueños. Tuvo que hacerse el muerto para engañar a su enemigo, a quien luego perdona.” http://www.cazadoresdemicrobios.com.ve/consulta_biografia.php?id_biografia=23
Estoy inmunizada contra los mitos que pretenden hablar de un país nuevo. Debemos partir solamente del que tenemos y no vivir de tantas ilusiones que escucho proferir frecuentemente.
Para terminar esta pequeña disertación que luego abrirá paso a las preguntas del debate, quisiera finalizar con el hecho que se conserva más nítidamente en mi memoria sobre la figura de Rafael Caldera. Como solía decir Teresa de la Parra la memoria no es objetiva, sino que subjetivamente rescata del pasado, aquellos hechos que la impactaron que, a veces, no tienen nada que ver con el poder o con la historia oficial, calificada por algunos como objetiva.
Corría el año de 1977, mi último año de la carrera de letras en la Universidad Católica Andrés Bello. En la materia Historia de la Cultura el profesor José Luis Alvarenga nos enseñaba las etapas evolutivas del pensamiento que recorría el niño para ser luego hombre. De esas etapas que iban desde el hombre arcaico hasta el reflexivo filosófico, el último era el más desarrollado. A nuestro equipo de tres estudiantes, una ya fallecida Milagros Rodríguez de Di Polo y otra, Maricarmen Baldonedo viviendo hoy en Galicia, nos correspondió explicar las características del hombre reflexivo filosófico, por supuesto que queríamos sacar buena nota. Después de una excelente exposición sobre Leonardo Da Vinci, pensamos que Rafael Caldera podría ser la figura viva que andábamos buscando de este modelo. No recuerdo de quién fue la idea, pero de pronto me encontré yo ejecutando un plan bastante ilusorio de llevar al ex-presidente a la UCAB a dar una charla sobre la democracia. Sistema de gobierno del desarrollo político que correspondía al hombre reflexivo-filosófico, según nuestra percepción en aquella época.
Llamé a mi abuelo Pedro del Corral y le dije que queríamos que Rafael Caldera nos diera esa conferencia, que si él podía llamarlo por nosotras. Evidentemente que me dijo que sí y Rafael Caldera también dijo que sí, porque Pedro del Corral nunca le había pedido nada y ante una petición así, no podía negarse.
Tremendo embrollo en el que me metí, porque cuando lo comuniqué en la UCAB, me dijeron que necesitaba cumplir el protocolo y la seguridad en los cuales, por supuesto, yo no había pensado, El ex-presidente tenía un tiempo largo que no visitaba la Institución y debería ser acompañado por el Rector.
La conferencia se realizó, dejando a todos muy complacidos, menos a quien escribe estas líneas que se quedó sin habla en la mitad de la presentación que hizo de Caldera de memoria. Desde aquellas fechas hasta hoy, no dejo de escribir lo que voy a decir, cuando me encuentro frente a un público desconocido, para que no me ocurra una experiencia parecida. No me sucede ya, y tampoco me sucedió nunca frente a mis estudiantes, no sé si debido a la práctica, o a que siento ilusoriamente que me pertenecen. Ellos no me enmudecen. Tampoco he dejado de organizar eventos y soy más previsiva en cuanto a los múltiples escollos que ellos plantean.
En esa conferencia pronunció una frase que quedó grabada en mi memoria. La encontré nuevamente leyendo para escribir esta disertación: una de las maldiciones que Dios había expresado al hombre, cuando cometió el pecado original, era la de gobernarse solo. Pienso que nosotros los venezolanos la hemos compartido junto con aquella de una historia dividida entre buenos y malos, que les cité anteriormente:
“Recuerdo que una vez el gran intelectual peruano Vítor Andrés Belaúnde me decía que el hombre en el Paraíso Terrenal había sido objeto de una maldición implícita. Dios le impuso explícitamente castigos de los cuales le ofreció redención; “morirás”, pero la muerte es el comienzo de una nueva vida; “comerás el pan con el sudor de tu rostro”, pero el trabajo será fuente de dignificación; a la mujer le dijo: “parirás tus hijos con dolor”, pero al mismo tiempo señaló como la mayor fuente de bienes la maternidad divina de María. Pero, decía él, hubo una maldición que Dios no pronunció, frente a la cual no ofreció redención: implícitamente, y sin que lo pusiera en la Escritura, Dios le dijo al hombre: “Hombre: no has querido que yo te gobierne; de ahora en adelante te vas a gobernar tú mismo”. (Caldera, 1971. Los valores cristianos. pp. 8-9)
Con esta frase final de esta pequeña exposición debo decir que concluyo que es muy difícil estudiar el pensamiento de Caldera y me atrevo a decir su vida, si no compartimos con él su profunda fe religiosa y su conocimiento de las encíclicas y textos religiosos, que siempre utilizaba como referencia.
Muchas gracias.
Bibliografía:
Caldera, Rafael Tomás (1970) Rafael Caldera. Ideario La democracia cristiana en América Latina. Barcelona, Ediciones Ariel.
Caldera, Rafael. (1971). Los valores cristianos. Caracas.
Caldera, Rafael. (1973) Una Milicia espiritual. Caracas, OCI.
Caldera, Rafael. (1980). Moldes para la fragua. Editorial Dimensiones.
Febres del Corral, Laura Margarita.“Biografía de Pedro del Corral” http://www.cazadoresdemicrobios.com.ve/consulta_biografia.php?id_biografia=23
Vivas Terán, Abdón.“Rafael Caldera y la Inspiración Cristiana de su Acción Política”. http://reportecatolicolaico.com/2016/01/29798/. Recuperado el 1/10/2016.