Isaías Covarrubias Marquina
Según datos del Banco de México, en 2017 el flujo de remesas mexicanas alcanzó los 28.770 millones de dólares, la cifra más alta históricamente registrada, aumentando un 6,6% respecto a 2016. Una explicación sencilla de este crecimiento descansa en el hecho de que la economía de Estados Unidos, país de acogida de la mayoría de los trabajadores inmigrantes mexicanos, tuvo un relativamente buen desempeño en el 2017, creciendo en 2,3%, generando una importante cantidad de nuevos empleos y una leve mejora en los salarios. También influyó en el crecimiento del flujo de remesas la depreciación del peso mexicano frente al dólar, especialmente en diciembre, mes en el que varió un 6%, lo cual incentivó a los trabajadores a enviar una mayor cantidad de dólares para aprovechar el abaratamiento relativo del peso. Como aspecto desfavorable destaca que la tasa de inflación anual de México en 2017, de 6,8%, restó poder adquisitivo al ingreso de las familias que reciben remesas, estimándose sean alrededor de 24 millones. Para muchas de estas familias las remesas son su ingreso más importante y no es ninguna sorpresa que estas representen la segunda fuente de divisas de la nación azteca, por delante de las exportaciones de petróleo y detrás de las del sector automotriz.
Menciono lo del comportamiento de las remesas mexicanas para subrayar que la economía venezolana ha comenzado a ser impactada de manera relevante por las suyas. Como ha ocurrido en México, por lo menos en las últimas dos décadas, la dinámica del flujo de remesas a Venezuela comienza a tener efectos significativos. La economía venezolana sigue basándose en las exportaciones de petróleo, la mayor fuente de divisas, concentrando cerca del 95% del total, pero el flujo de remesas gana terreno y ya se encuentra entre las principales fuentes de divisas del país. No obstante, existen diferencias relevantes cuando se comparan las remesas de Venezuela con las de la nación azteca, especialmente cuando se toma en cuenta la situación macroeconómica de cada país. Una diferencia es la falta de información oficial sobre las cifras periódicas de esta fuente de divisas, situación similar a lo que ocurre con otros datos macroeconómicos. Otra es el régimen de tipo de cambio controlado que impera en Venezuela desde 2003, lo cual generó un mercado negro y una serie de obstáculos para la correcta fluidez de las divisas, lo cual distorsiona su verdadero valor. Una tercera diferencia estriba en que las estimaciones de la variación del nivel general de precios y del mercado negro, el llamado dólar paralelo, son extraordinariamente altas. La tasa de inflación anual, a falta del dato oficial, puede haber sido tanto como 2.616% en el 2017, mientras el dólar paralelo, a pesar de las fluctuaciones que regularmente experimenta, ha aumentado explosivamente y solo en noviembre del año anterior se incrementó un 135%, para tener una referencia.
Aunque no se conoce oficialmente la magnitud del flujo de remesas venezolanas, la orientación de los efectos que tiene y tendrá sí es más o menos similar al caso de México. Probablemente se observará un incremento de su flujo mensual, en razón de la posible profundización de la crisis económica, especialmente reflejada en el comportamiento del dólar paralelo y en la tendencia hiperinflacionaria. Por ello, una vez convertidas a bolívares, el valor de las remesas sufrirá casi inmediatamente una aguda pérdida de poder adquisitivo. Es probable también que para algunas familias venezolanas su ingreso fundamental sean las remesas recibidas de sus miembros trabajando en el exterior, los cuales se reparten principalmente entre España, Italia, varios países de América Latina y Estados Unidos.
A pesar de la falta de datos oficiales, hagamos un ejercicio sencillo, a partir de algunas suposiciones, para visualizar el probable impacto que tienen y tendrán las remesas en Venezuela. Se calcula conservadoramente que en el exterior trabajan alrededor de 1,5 millones de venezolanos y suponemos que las dos terceras partes envían remesas a sus familias: un millón de trabajadores. Si envían en promedio 100 dólares mensuales, un poco más de lo que actualmente cuesta en bolívares la canasta básica mensual, estos equivalen a 1.200 dólares anuales por trabajador. Esto supone que ingresan al país 1.200 millones de dólares anuales en remesas, los cuales reciben aproximadamente un millón de familias. Si estimamos tres miembros por familia en promedio, se está beneficiando de las remesas alrededor del 10% de la población venezolana. La posibilidad de enviar remesas forma parte de la explicación del éxodo masivo de los venezolanos al exterior en busca de trabajo y se ha convertido para muchas familias en un paliativo con el cual afrontar la dura crisis económica. Análisis más rigurosos acerca del impacto económico, social y hasta político alrededor del flujo de remesas a Venezuela espera por investigadores.