Graduado en el Colegio de Belén en 1945
Jesús María Aguirre
Es un tópico decir que los jesuitas ofrecen una educación de calidad en sus colegios y universidades y que la excelencia es una marca de su pedagogía. Pero como ocurre en las mejores familias no todos los hijos salen con el cartabón impuesto por sus padres. De las aulas jesuíticas egresaron desde Voltaire hasta Fidel Castro por no mencionar sino algunos nombres, que no se caracterizaron precisamente por seguir los lineamientos de sus respectivos centros educativos.
Digamos que la excelencia se dispara en múltiples direcciones. Nadie hubiera pensado que el Fidel modelo de estudiante, quien en su discurso de graduación de 1945 defendió la libertad en la enseñanza, criticando los modelos estatistas, pasaría a ser el dictador que cerraría numerosos colegios católicos, expulsaría a sus maestros jesuitas y cerraría el Colegio de Belén.
En un artículo firmado por Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo, originalmente publicado por Alfa y Omega y difundido por Reportecatólico.com se nos ofrecen unos rasgos notorios del alumno del Colegio de Belén, Fidel Castro, en los que se resalta su liderazgo.
Se basa en unos testimonio del Padre Armando Llorente, quien evoca «En la graduación del curso de Fidel Castro, la gente le dio un aplauso de diez minutos cuando escuchó su nombre, porque se graduaba un atleta, un gran jugador de baloncesto y de béisbol y un estudiante brillante».
El mismo jesuita Armando recuerda cómo en 1958, disfrazado de ganadero, se adentró en Sierra Maestra, donde Fidel se escondía del régimen de Batista. «Él me confesó que había perdido la fe, y yo le respondí: Fidel, una cosa es perder la fe y otra la dignidad».
En una entrevista a EFE, unos años antes de su muerte, el jesuita reconocía que «si en algún momento de lucidez Fidel me llama para encontrarme con él, iría inmediatamente para confesarle». «Y lo primero que haríamos –imaginaba el padre Llorente– sería darnos un abrazo tremendo, y reírnos recordando las aventuras que tuvimos juntos. Y luego le diría: Fidel, ha llegado el momento de la verdad».
Sin embargo, esta crónica adolece de una laguna, porque ignora que Fidel, antes de la visita de Juan Pablo II a Cuba en 1998, invitó al P. Armando Llorente a La Habana para instruir a los dirigentes comunistas sobre la Iglesia Católica. Estando yo en La Habana en la residencia de los jesuitas en 1997, el P. Federico Arvesú -jesuita cubano y exprovincial de la Provincia Antillense- fue quien me informó de este último encuentro del P. Armando con Fidel y me describió la cita con dos pinceladas: En ningún momento de la visita pudieron estar solos los dos, apenas en el último momento en la despedida del aeropuerto, cuando por última vez le recordó su responsabilidad ante Dios.
El alumno modelo de los jesuitas será juzgado, no por la historia, que incuba interpretaciones contradictorias, sino por los tribunales populares e inapelables del cielo sobre la dignidad tanto de sus seguidores como de sus víctimas.
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NOTA. – Hace diez años escribí para la Revista Jesuitas (primera etapa) un artículo con el título de:
LOS JESUITAS EN “FIDEL Y LA RELIGIÓN”, que adjuntamos parcialmente a continuación:
Los jesuitas en “Fidel y la religión”
Siguiendo con la serie sobre la imagen de los jesuitas entre amigos y enemigos, esta vez presentamos las opiniones vertidas por Fidel Castro en torno a los jesuitas a propósito de sus conversaciones con Frei Betto. El éxito de este libro, difundido por el mismo Gobierno cubano, es sintomático del deshielo que se está operando en Cuba en torno al problema religioso y de la presencia viva de la religión en el pueblo a pesar del postergamiento institucional. Para los jesuitas el libro constituye una lección para revisar su acción a partir de los juicios críticos, a veces muy duros, de uno de sus alumnos más ilustres de la historia contemporánea de América Latina. Las siguientes referencias están tomadas de la edición de la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado (La Habana, 1985).
El alumno de los jesuitas
En el álbum de graduación del Bachillerato en el Colegio de Belén de los jesuitas, junto a la fotografía de Fidel Castro a los 18 años ·puede verse el recuadro con el siguiente texto: FIDEL CASTRO (1942-1945)
“Se distinguió siempre en todas las asignaturas relacionadas con las letras. Excelencia y congregante, fue un verdadero atleta, defendiendo siempre con valor y orgullo la bandera del Colegio. Ha sabido ganarse la admiración y cariño de to dos. Cursará su carrera de Derecho y no dudamos que llenará con páginas brillantes el libro de su vida. Fidel tiene madera y no faltará el artista”. (p. 313).
Cabe preguntarse si por parte de Fidel hubo una estima correspondiente a este reconocimiento manifestado por sus maestros, los jesuitas. De sus conversaciones podemos espigar los siguientes testimonios: “Yo estudié con los jesuitas. Eran hombres rectos, disciplinados, rigurosos, inteligentes y de carácter. Yo siempre digo eso. Pero conocí también la irracionalidad de aquella educación” (p. 17). Estas afirmaciones que hiciere ante el clero chileno revelan el aprecio básico de Fidel hacia sus mentores, que son reafirmadas más adelante al comparar a jesuitas y hermanos de La Salle.
Aunque las comparaciones son odiosas, y más si se basan solamente en alguna experiencia muy particular, sin embargo, pueden ser una forma retórica para resaltar su estima de los jesuitas: “Me refiero al Colegio de La Salle. Aquella gente no tenía la preparación que tenían los jesuitas (…). No eran hombres de la disciplina de los jesuitas. Yo diría que eran menos rigurosos, menos sólidos éticamente que los jesuitas. Es lo que puedo decir como crítica, y reconocer a la vez cosas positivas: el contacto del alumno con el campo, la organización de su vida, una buena enseñanza y otra serie de cosas” (p. 124-125).
Valores de la educación jesuitica
Fidel no escatima el reconocimiento de aquellos valores que le han parecido sólidos en el proceso de su formación juvenil. Recordando con entusiasmo su talante aventurero y su espíritu deportivo, comenta con entusiasmo: “Estaba ya en una escuela de gente más rigurosa, de mucha más preparación, de mucha más vocación religiosa; en realidad de mucha más consagración, capacidad, disciplina, que los de la otra escuela, incomparable mente superior; a mi juicio una escuela en la que me convino ingresar. Me encuentro con gente de otro es tilo, unos profesores y unos hombres que se interesan por formar el carácter de los alumnos. Además, españoles; por lo general, pienso que en estas cosas que hemos estado comentando se combinan las tradiciones de los jesuitas, su espíritu militar, su organización militar, con el carácter español. Era gente que se interesaban por los alumnos, su carácter, su comportamiento, con un gran sentido de rigor y exigencia” (p. 130).
Aunque no faltarán quienes se sientan poco felices por estos elogios de la formación militarista de los jesuitas, es justo apreciar en las opiniones de Fidel una estima que va más allá de los aspectos musculares o meramente tácticos de la educación: “Es decir que uno va recibiendo cierta ética, ciertas normas, no sólo religiosas; va recibiendo una influencia de tipo humano, la autoridad de los profesores, las valoraciones que ellos hacen de las cosas. Ellos estimulaban el deporte, las excursiones a las montañas, y, en el caso mío, me gustaba el deporte, las excursiones, las caminatas, escalar montañas, todo aquello ejercía gran atractivo sobre mí. Incluso en ocasiones hacía esperar dos horas a todo el grupo, porque andaba escalando una montaña. No me criticaban cuando hacía alguna cosa de esas; cuando mi tardanza obedecía a un gran esfuerzo, lo veían como prueba de espíritu emprendedor y tenaz; si las actividades eran arriesgadas y difíciles, ellos no las desestimulaban (ibid.).
Según Fidel si los jesuitas observaban algunas características con las cuales simpatizaban en sus alum nos -espíritu de riesgo, de sacrificio, de esfuerzo-, las estimulaban, no convertían al alumno en un blandengue. Incluso percibe cierta tendencia voluntarista cuando comenta: “Creo que un poco se inclinaban a la teoría, en aquella época, los que nos enseñaron en la escuela de los jesuitas, de que en el individuo no había nada de predeterminación y todo era responsabilidad personal. Yo creo que muchas veces hay una mezcla de las dos cosas: hay un importante factor que predetermina la conducta de los hombres, y hay también factores de responsabilidad y de culpabilidad en los hombres, si exceptuamos ya los casos netamente de enfermedad personal” (p. 344). Esta advertencia parece una crítica secularizada del perfil pelagiano, que desde antiguo se ha achacado a los jesuitas.
Ver el artículo completo en la revista jesuitas, primera etapa, año 1987
http://wuja.org/es/2016/10/22/historia-contemporanea-de-la-compania-de-jesus-en-cuba/
http://reportecatolicolaico.com/2016/12/las-tres-avemarias-de-fidel-castro/
http://papafranciscoencuba.cubaminrex.cu/articulos/fidel-y-la-religion-una-conversacion-trascendente