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¿Fantasmas en la integración?

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Por Félix Arellano

Escasos resultados, bajo impacto y una actitud indiferente ante los problemas fundamentales que enfrenta la integración regional, podrían ser algunas de las lecturas que genera la intensa jornada que se vivió en Colombia como país anfitrión de una serie de reuniones de organizaciones de integración económica que incluyó: la XVI Cumbre de Jefes de Estados de la Alianza del Pacifico (AP), que se efectuó en Bahía Málaga en el pacífico colombiano el pasado 26 de enero; la III Cumbre de Jefes de Estado del Foro para el Progreso de América del Sur (PROSUR), realizada en Cartagena el día 27 y la II Reunión de Ministros del Mecanismo de Coordinación entre Colombia y el CARICOM que se celebró en Barranquilla el día 28.

La Cumbre de la Alianza del Pacifico ha sido el tema que generó mayor atención mediática, en particular, la suscripción, en el marco de la reunión, de un acuerdo de libre comercio con Singapur, el cual se convierte en país asociado del bloque que cuenta con más de 50 países observadores. Un acuerdo relevante en el plano económico comercial que va consolidando uno de los objetivos fundacionales de la AP: desarrollar una orientación geoeconómica al eje Asia-pacífico.

La AP constituye un ambicioso proyecto de apertura de mercados en bienes, servicios, capitales y libre circulación de personas, establecido en abril del 2011 y que está conformado por cuatro países fundadores: Chile, Colombia, México y Perú.

Adicionalmente, cabe destacar que, desde su creación, ha logrado importantes avances en el plano económico comercial, como la desgravación del 92% del comercio de bienes, una amplia liberación en el sector de los servicios y la conformación de un mercado integral de bolsas de valores (MILA).

Dentro del sombrío panorama que presenta la integración regional desde hace varios años, la AP ha destacado por su coherencia en el desarrollo de los objetivos de apertura de mercado y rechazo al proteccionismo e intervencionismo estatal, el pragmatismo de su regionalismo cruzado –al promover relaciones comerciales sin mayores consideraciones ideológicas– y el minimalismo institucional, evitando una pesada y onerosa burocracia.

Conviene destacar que la Cumbre de la AP contó con la asistencia de la mayoría de los Jefes de Estado (Chile, Colombia y Perú), –con la usual ausencia del Presidente de México, quien poco participa en reuniones fuera de su país y además presentaba una complicación de salud– lo que puede interpretarse como un importante respaldo político a la Alianza; empero, se desconoce si fue abordado el tema del fantasma ideológico, que con los nuevos gobiernos de izquierda de los países miembros se va posicionando en la institución.

Para los críticos, la Alianza constituye una manifestación del liberalismo rígido, sin mayor sensibilidad social, concentrando en los procesos de apertura e indiferente a los mecanismos de equidad, que permitan hacer frente a los problemas que genera el libre comercio para los sectores más débiles y vulnerables.

La tendencia al déficit de sensibilidad social en los procesos de integración económica, se ha convertido en una de las banderas que sostienen los grupos populistas y radicales en la región, utilizando la situación para conformar una narrativa desproporcionada que sataniza el libre mercado y menosprecia los beneficios económicos y sociales que genera el libre comercio.

Lo paradójico es que desarrollan una narrativa muy crítica por el déficit de equidad, pero no enfrentan efectivamente los problemas y, por el contrario, generan nuevas y mayores complicaciones, entre ellas, el estancamiento y fragmentación de la integración.

En efecto, con el ascenso de movimientos populistas y radicales en varios gobiernos de la región, que algunos definen como la ola roja, se inició un proceso de revisión y reconstrucción de la integración económica, desde una óptica eminentemente ideológica, dando inicio a la fase postliberal de la integración.

Dicha fase se puede caracterizar, entre otros elementos, por el estancamiento de los compromisos de libre comercio, el debilitamiento de los esquemas tradicionales de integración (Comunidad Andina, Mercosur) y la creación de nuevas instituciones (ALBA, Unasur, Celac) que se han concentrado en un debate político e ideológico, generando un burocratismo que duplica esfuerzos e incrementa costos con una marcada ineficiencia en términos de generación de crecimiento económico y bienestar social.

Pero la interesante dinámica política en los países con sistemas democráticos competitivos ha permitido que el voto castigo se imponga, generando un proceso de péndulo ideológico. Luego, en la llamada ola azul de gobiernos liberales que fue creciendo en la región, se inicia el desmantelamiento de las instituciones del populismo. Al respecto, cabe destacar que, de los 12 países miembros fundadores de UNASUR, solo quedan 4 miembros activos (Bolivia, Guyana, Surinam y Venezuela), se han retirado 7 (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Uruguay) y Perú se mantiene suspendido.

En el caso de la CELAC, no obstante los esfuerzos de reactivación que desplegó el gobierno de México como anfitrión de la más reciente cumbre, se mantiene prácticamente paralizada y Brasil se ha retirado. Pero la ola azul también ha dejado su impronta política en la institucionalidad de la integración, al promover el (PROSUR), proyecto suscrito en marzo del 2019.

Sobre PROSUR algunos críticos se preguntan si realmente constituye un proyecto de integración o simplemente una revancha política contra las instituciones del populismo radical. Otros van más lejos y cuestionan sus improvisaciones y poco protagonismo frente a los problemas que está enfrentando la región, en particular la integración económica.

Las recientes cumbres efectuadas en Colombia han podido constituir una oportunidad para analizar el problema del fantasma ideológico que, con la dinámica de un péndulo, está acechando la integración regional generando desintegración y fragmentación. En el caso de la Alianza del Pacifico los actuales gobiernos de México, Perú y el próximo gobierno de Gabriel Boric en Chile, –sin contar con las posibilidades de un triunfo de la izquierda en las próximas elecciones de Colombia–, son críticos frente a los objetivos marcadamente liberales de la Alianza.

Pero la situación es compleja, no debemos satanizar los nuevos gobiernos pues, en general, una es la opinión de los candidatos en la primera vuelta en elecciones democráticas competitivas donde el tono tiende a ser radical y estimular más pasiones que racionalidad. Otro tono más prudente se asume si pasan a la segunda vuelta. En las negociaciones, para atraer el voto de los sectores moderados y, otra diferente, más prudente y negociadora, se tiende a presentar si llegan al poder con el objeto de lograr la anhelada gobernabilidad.

En ese contexto, el caso del presidente Pedro Castillo resulta claramente ilustrativo. Al momento podemos identificar como mínimo tres posturas diferentes en su corta trayectoria política, además de mucha improvisación. Si nos guiamos por el discurso radical al iniciar su candidatura, fiel a los postulados extremistas de su partido Perú Libre, en particular del jefe del partido Vladimir Cerrón, se esperaba que Perú se retirara de los acuerdos de libre comercio por su naturaleza de “capitalismo salvaje”; ahora, en el poder, lo encontramos asertivo en las cumbres efectuadas en Colombia, apoyando las instituciones que, un tiempo atrás, satanizaba.

En ese contexto también destaca el caso de Manuel López Obrador en México que, en los primeros años de su larga carrera política, se presentaba como enemigo de la apertura comercial y, en particular, de las negociaciones del acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos; luego, varios años después, al llegar al poder, ha trabajado activamente con Canadá para enfrentar la embestida del presidente Donald Trump contra el TLC, vigente desde el 01 de enero de 1994.

En estos momentos nos encontramos con la incertidumbre que genera Gabriel Boric, un joven entusiasta de las tesis socialistas, quien asumirá la presidencia de su país el próximo 11 de marzo. Conviene recordar que Chile representa un país estrella del liberalismo económico en la región, paladín de las negociaciones de libre comercio, situación que fue sostenida incluso por anteriores gobiernos de orientación socialista, como fue el caso de la Sra. Michell Bachelet, quien ejerció en dos oportunidades la presidencia.

Si asumimos el discurso de los candidatos de la izquierda, el futuro de la Alianza del Pacifico y de PROSUR, se presenta muy incierto, pero no debemos prejuzgar y, además, en buena fe, debemos otorgar el beneficio de la duda. Ahora bien, deberíamos trabajar para superar el esquema del péndulo ideológico que afecta al funcionamiento de la integración económica en la región, pues la experiencia indica que solo genera pérdida de oportunidades, aislamiento e incremento de la pobreza.


Fuente:

TalCual Digital: talcualdigital.com

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