Comunicado de la comisión episcopal de familia e infancia
CEV
Introducción
- La Comisión de Familia e Infancia de la Conferencia Episcopal Venezolana, después de consultar a obispos, sacerdotes, secretariados diocesanos, a numerosas familias y personas diversas, ante la preocupación por el incremento del fenómeno migratorio en Venezuela, y de sus consecuencias, quiere enviar una palabra de aliento y esperanza a las familias que sufren con dolor y angustia la migración parcial o total de sus miembros. Estamos conscientes de los problemas humanos que se generan tanto en las familias que se quedan, como en algunos de sus miembros que se ven en la necesidad de migrar. Sobre este drama queremos reflexionar.
Migrar o no migrar
- Irse o quedarse muchas veces es una decisión valiente cargada de consecuencias buenas y edificantes, y a la vez, dolorosas e inciertas. Migrar a no migrar ciertamente se puede calificar como una decisión fruto de la libertad, pero en estos momentos, para la gran mayoría, se ve forzada por las circunstancias.
- Por una parte, muchos migran buscando su seguridad personal y la de su familia, algunos buscando estabilidad laboral, otros se sienten perseguidos. Muchos ven el establecerse en otro lugar una ocasión de ayudar a los que se quedan; otros, porque están iniciando la vida y van en busca de oportunidades de mejoramiento profesional o porque están constituyendo familias y quieren mejores condiciones para ellos y para sus hijos. Son razones muy válidas y nobles que manifiestan bondad, sacrificio y empeño pero que en algunos se percibe subjetivamente como un exilio forzado por las circunstancias.
- Al leer el Evangelio, encontramos que José, el padre de Jesús, quien lo debía cuidar por ser su principal responsable, escucha del Ángel: “Toma al Niño y a su madre y huye a Egipto. Estate allí hasta que yo te diga”. Y añade la causa: “Porque Herodes busca al Niño para matarlo” (Mt 2,13). Y obedeció. Emigró inmediatamente y corrió los riesgos, la zozobra, el miedo, la angustia y la incertidumbre. Jesucristo y sus padres han vivido la situación de migración: “nos enseñan”.
- Por otra parte, muchos no migran, bien sea por sus condiciones y limitaciones o porque sienten que con su permanencia luchan por la libertad, la justicia y la verdad; la mayoría de las veces soportando precariedad, carencia e incertidumbre en relación a su futuro y al de su familia. Esta opción de no migrar ha desarrollado innumerables oportunidades para la solidaridad, el amor y el servicio a los demás.
Compasión con todos
- Nos duelen particularmente las personas que migran por necesidad. Se rompen lazos familiares y sociales por lo que la afectividad en general queda herida. La lejanía quita inmediatez a los problemas y a la vez los agranda en la imaginación. Casi todo son retos en las nuevas situaciones de los migrantes: tienen el desafío de establecer nuevas relaciones humanas que dignifiquen sus vidas y las enriquezcan como personas.
- De la misma manera nos duelen los que se quedan. Sufren a causa del hambre, de la parálisis de los servicios públicos, de la falta de medicinas, del sometimiento de los más débiles al poder político, de la injusticia, de la inseguridad y de la inexorable mengua de la salud por la ausencia de servicios hospitalarios adecuados.
- Con mucho gozo constatamos que en ambas situaciones, resplandece la apertura de nuestro pueblo a Dios, a Jesucristo, se puede observar en la ejemplar actitud de muchos católicos y gente de buena voluntad de fomentar la ayuda mutua, en los pequeños emprendimientos que denotan el amor y la solidaridad en la familia y en las comunidades y el afán de trabajo y de servicio que llevan en el corazón y realizan nuestros compatriotas en migración.
Aliento a todos
- En la línea de purificar nuestros sentimientos, vaya una palabra de aliento a los que han migrado porque son personas valientes y sensibles que asumen los retos para una vida mejor y más digna. Dios les ayuda en su trabajo, en el desarrollo y en el establecimiento de la familia. La vivencia de la fe cristiana será fuente de felicidad para ustedes. Les duele el país y lo llevan en su corazón. Los creyentes vemos la ocasión de la migración como una oportunidad para llevar el gozo del Evangelio a otros ambientes. El Señor los envía a su campo necesitado de obreros (cfr. Lc 10,2).
- Una palabra de aliento también a los que no migran. En muchos casos los mueve el amor a la patria y a la familia, y a la vez se sienten llamados por Dios a luchar por unas mejores condiciones de nuestra tierra, Venezuela.
- Queremos con sencillez recordarles a todos que nuestra patria ha sido y es fuente de bienes: le debemos mucho. Aun sabiendo que a causa de la corrupción de la autoridad, por la ineficiencia en lo social y lo económico, y por el deterioro de la institucionalidad, está desdibujado el país y para algunos tiene una apariencia deplorable, debemos amarlo en su realidad y llevar siempre su nombre en alto así como hicieron los hijos buenos de Noé con su padre cuando se emborrachó (cfr. Gen 9,21-23): lo cubrieron con su manto. El país puede cambiar porque los venezolanos estamos abiertos a la conversión personal que siempre conlleva consecuencias en el orden social, político, económico.
Lo central
- Como aspecto central de este documento queremos destacar que siempre, migrando o no, hay que estar convencidos que desde la familia se puede hacer mucho. En ella, se asienta sólidamente la patria. La familia es el primer tejido social que hay que cuidar: el amor fiel y exclusivo de los esposos, la tarea común del cuidado y educación de los hijos, y la atención a los miembros más vulnerables, especialmente los no nacidos, ancianos y enfermos. El amor, el respeto por la verdad, la austeridad, el servicio desinteresado y la religión son virtudes para siempre aprender en la familia.
- La autoridad y el Estado deben velar fundamentalmente por la familia y así asentar sólidamente el desarrollo que necesitamos urgentemente. El compromiso personal en el respeto a la dignidad de las personas, a su desarrollo en familia, es parte fundamental de nuestra fe cristiana y de nuestro amor a la Patria.
Conclusión y agradecimiento
- Queremos por medio de este documento agradecer al Santo Padre Francisco por sus constantes oraciones por Venezuela y a la Iglesia en América y en el mundo, por la atención y acogida humanitaria que les han dado a los venezolanos. De manera particular, agradecemos a las diócesis fronterizas de Colombia y Brasil que han acogido a tantos migrantes y se han apersonado ante los problemas que generan los desplazamientos de grandes cantidades de personas. Dios los bendiga por tanta bondad: “Fui forastero y me hospedaste” (Mt 23,35). La mirada de Dios no escapa a esa obra de Misericordia.
- Finalmente, recordarles que lo primero que debe hacer un cristiano es orar. Los obispos de Venezuela hemos invitado a todos a hacerlo en horas difíciles de la patria. Este momento exige que cada familia, cada comunidad, cada instancia eclesial, se organice para implorar a Dios ayuda por la familia, por la patria. Y a la vez todos y cada uno debemos comprometernos con algún acto concreto de caridad y misericordia como signo de amor a Cristo y compromiso en Cristo con los más necesitados.
- Qué nuestra Señora de Coromoto nos guie en todo momento y que sea una referencia de identidad nacional en este momento de la vida de la patria.
Con nuestra bendición,
Mons. Fernando Castro Aguayo
Obispo de Margarita
Presidente de la Comisión de Familia e Infancia de la CEV
Mons. Benito Méndez Bracamonte
Obispo del Ordinariato Militar de Venezuela
Mons. Ramón Linares Sandoval
Obispo Emérito de Barinas
Mons. Timoteo Hikmat Beylouni
Obispo del Exarcado Sirio Católico para Venezuela
Pbro. Juan Lara
Asesor del Departamento de Pastoral Familiar e Infancia CEV