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Exhortación del Cardenal Baltazar Porras en la ceremonia de clausura en la exhumación de los restos del Dr. José Gregorio Hernández

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Foto archivo WEB

Queridos hermanos:

Brota de mi corazón y de mis labios las palabras del salmo: que nuestra oración suba hasta el Altísimo con el suave olor del incienso que llega hasta el trono del Señor Yahvé (salmo 141). La ceremonia de la exhumación de los restos de nuestro Doctor José Gregorio Hernández Cisneros, ha sido una experiencia mística, misionera, singular, que nos invita a potenciar más la condición de bautizados, lo que “implica ser fermento de Dios en medio de la humanidad. Anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino” (EG 114).

El pasaje del evangelio de San Mateo que acabamos de proclamar nos llama a ser la sal de la tierra y la luz del mundo. No podemos ocultar estos talentos. José Gregorio no hizo alarde de ellos, pero su testimonio fue tan trasparente que brilló, y su resplandor nos está convocando en esta hora a caminar con él. Estos días son testigos de la expresión de fe de millones de personas. Viendo nuestras buenas obras, dan por sí solas, gloria al Padre que está en los cielos.

En esta semana la comisión de médicos patólogos y forenses, junto con el tribunal eclesiástico y todo el personal auxiliar, reconocieron y autenticaron la veracidad de los restos encontrados en el moisés que exhumamos el lunes pasado. Ha sido un trabajo científico de calidad repotenciado con la devoción y recogimiento que les dio alas para trabajar sin denuedo. Como los peregrinos que recorren miles de kilómetros para llegar a orar a los pies de los santos, ellos tocaron los huesos con la convicción de que había que descubrirse porque estaban ante reliquias sagradas. Como el pueblo elegido, mientras Moisés conversaba con Yahvé, nuestro pueblo oraba expectante a la espera de lo que hoy estamos contemplando.

A la vez, las comisiones diocesanas para la beatificación, las parroquias y movimientos, instituciones públicas y privadas, junto a la comisión nacional, rodeados de una pléyade de personas, numerosas como las arenas del mar, tejieron con primor el anuncio singular de la fuerza de la buena nueva del evangelio. Más allá, en silencio y recogimiento, -cerca y lejos-, se entonaban cantos de alabanza reconociendo el bien y la belleza sembrada en cada uno de nosotros. “Es ciertamente un misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene su concreción histórica en un pueblo peregrino y evangelizador, lo cual siempre trasciende toda necesaria expresión institucional” … “porque la salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia” (EG 111 y 112).

Hemos ascendido en el tiempo a una cima, bella y hermosa como el Ávila que nos arropa, para otear otros horizontes. Es la tarea que debemos continuar de cara a la esperada celebración de la beatificación de José Gregorio, Dios mediante, el año próximo. Entre tanto, querido beato, observa desde el cielo, quienes te rodean hoy en este santuario de la Candelaria, en las inmediaciones de la plaza adyacente y más allá, donde la vista no alcanza a ver dónde se unen cielo, mar y tierra.

Aquí están los jóvenes a quienes les trasmitiste la ciencia y los valores de la vida. Ellos son el futuro hecho presente.

Aquí están tus queridos colegas, médicos y enfermeras, pendientes de curar y sanar, acompañando a todo el que sufre alguna dolencia.

Aquí están, gentes de La Pastora y La Candelaria, donde viviste y te topaste a cada paso con gente buena, sencilla, con olor a pueblo.

Aquí están familias, marido y mujer, sin los hijos por razones del cuidado ante el Covid-19 que te evocan los momentos felices al lado de tus padres en Isnotú, y a quienes siempre tuviste contigo, en las buenas y en las malas, siendo para ellos sostén y estímulo. Tus parientes, aquí están, felices de ser herederos y recibir el testigo que tú les dejaste.

Aquí están, también, los que no vemos con los ojos, pero están muy cerca, en las ciudades y pueblos, en el campo y en la selva, a orillas del mar o de los ríos, en nuestras fronteras y más allá en otros lares, con la nostalgia de la tierra chica, pero siguiendo tus huellas sanadoras.

Aquí están, los que hacen posible que la magia de la tecnología nos acerque y hermane, superando así el aislamiento al que nos somete la pandemia. Sean siempre agentes de bien, difusores de lo bueno, ajenos a todo lo que divide, degrada y no nos deja ser hermanos útiles.

Aquí están, un grupo de seminaristas, de sacerdotes, de religiosas, de seminaristas y formandos; la mayoría de ellos viven y trabajan en zonas populares, cerca de la gente con quienes comparten penas y alegrías, aprendiendo a ser pastores con olor a oveja.

Aquí está Yaxuri, a quien encomendaste al buen Papá Dios para que superara el peligro de la muerte ante el vil proyectil que penetró en su cabecita; hay quienes se sienten con derecho a arrebatar los bienes materiales y hasta la vida a inocentes convirtiéndolos en sus víctimas. No está sola, tiene el calor y el cuidado de su mamá y de su hermanita. El resto, allá en Mangas Coberas, -papá, abuela, hermanos y vecinos-, oran y te contemplan pidiendo que no los abandones.

Pero, aquí estamos, física y virtualmente, los que queremos caminar contigo, querido José Gregorio. Tú no eres una referencia del pasado, sino una luz puesta en lo alto de un monte y sobre el candelero para que nos alumbre a todos los de casa. Seguimos preparándonos para la beatificación y más allá, porque “cada porción del pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes, pues el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo” (EG 122).

El llamado de caminar con José Gregorio convoca a creyentes, practicantes, a los de otras orillas en quienes se asoman y dan fruto buenas obras. Son, somos hermanos, tenemos necesidad de encontrar caminos de reencuentro. Que el dolor, los enfrentamientos, las diferencias, los conflictos nos transformen. El Papa Francisco nos grita que “ya no hay lugar para diplomacias vacías, para disimulos, para dobles discursos, para ocultamientos, para buenos modales que esconden la realidad. Los que han estado duramente enfrentados conversan desde la verdad, clara y desnuda” (Fratelli tutti 226).

Sigue nuestro peregrinar. No nos podemos detener. Tenemos que identificarnos con el samaritano de la parábola. Como discípulos misioneros crezcamos en la fe, la esperanza y la caridad, que tiene nombre en la fraternidad y amistad que se nos quiere arrebatar. Que la sombra acogedora del ejemplo de José Gregorio sea motor de muchas iniciativas sanadoras de los males que aquejan a nuestro mundo herido por tantas carencias. Es el auténtico amor a Dios que tiene rostro en el prójimo necesitado.

La víspera de la fiesta de todos los santos, sea un incentivo para ser santos como Dios es santo. “Este llamado se nos trasmite, de manera sencilla pero profunda en el ejercicio callado y no suficientemente valorado de nuestros humildes catequistas y de tanta gente sencilla o importante que sirve a los demás sin distingos. En ellos, la cercanía del mensaje evangélico se hace adoración”. “Porque adorar es postrarse, es reconocer dese la humildad la grandeza infinita de Dios. Quizá una de las mayores perversiones de nuestro tiempo es que se nos propone adorar lo humano dejando de lado lo divino. ‘Solo al Señor adorarás’ es el gran desafío ante tantas propuestas de nada y vacío. Adorar es mirar con confianza a Aquél que aparece como confiable porque es dador de vida, instrumento de paz, generador de encuentro y solidaridad” (Jorge Mario Bergoglio, “en tus ojos está mi palabra”, pp. 259 y 260).

Concluyó con la oración por Venezuela: Jesucristo, Señor nuestro, acudimos a ti en esta hora de tantas necesidades en nuestra patria. Nos sentimos inquietos y esperanzados y pedimos la fortaleza como don precioso de tu Espíritu. Anhelamos ser un pueblo identificado con el respeto a la dignidad humana, la verdad, la libertad, la justicia y el compromiso por el bien común.

Como hijos de Dios danos la capacidad de construir la convivencia fraterna, amando a todos sin excluir a nadie, solidarizándonos con los pobres y trabajando por la reconciliación y la paz: Concédenos la sabiduría del diálogo y del encuentro, para que juntos construyamos la civilización del amor a través de una real participación y de una solidaridad fraterna.

Tú nos convocas como nación y te decimos: Aquí estamos, Señor, junto a nuestra Madre, María de Coromoto, para seguir el camino emprendido y testimoniar la fe de un pueblo que se abre a una nueva esperanza. Por eso todos juntos gritamos: ¡Venezuela! vive y camina con Jesucristo, Señor de la historia. Amén.

Iglesia Ntra. Sra. de la Candelaria, Caracas, 30 de octubre de 2020

 

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