Alfredo Infante sj
A todos ha sorprendido la renuncia del Papa. Se ha despertado mucha curiosidad en los medios y en las redes sociales. Los vaticanólogos, estudiosos de las dinámicas de poder internas del Vaticano, han hecho de las suyas levantando innumerables matrices de opinión en los pasillos del mundo global. En el fondo, en este mundo, donde se proclama “la libertad de conciencia”, sorprende y se sospecha, cuando la misma implica una libertad ante el poder.
Según el más reciente estudio de Pew Forum on Religion & Public Life la población católica se sitúa alrededor de 1,1 millardo de personas extendida a lo largo y ancho del mundo. ¿Cómo puede un hombre, desde su libertad de conciencia, y como un acto de fe personal, renunciar a tanto poder? En definitiva, la libertad de conciencia personal, que brota de un auténtico acto de fe, capaz de renunciar al poder, es escandalosa para la mentalidad de un mundo, en el que la libertad está atada al poder.
Benedicto XVI, con su renuncia, nos ha dado señal de que es un hombre de iglesia, un hombre de fe y sobre todo un hombre de una profunda libertad de Espíritu. Un acto sublime para celebrar el año de la fe, en memoria del Concilio Vaticano II, cuando la iglesia liderada por Juan XXIII, abrió las ventanas para que entraran nuevos aires, aires renovadores.