La esperanza es el hilo que sostiene a las sociedades en tiempos de crisis, infundiendo fuerza para resistir y construir un futuro mejor.
Entre los años 2013 y 2020, la economía venezolana enfrentó innumerables problemas, sin precedentes, no solamente para nuestro país sino también a nivel regional. Una crisis prolongada caracterizada por una devastadora hiperinflación que duró tres años, un desplome (que según estimaciones no oficiales se situó entre el 75 % al 80 %) del Producto Interno Bruto (PIB), aumento del desempleo, una dolorosa migración, grave crisis de abastecimiento de productos básicos y un extenso etcétera.
En medio de difíciles situaciones, la esperanza emerge como un recurso invaluable que permite a los ciudadanos soportar las adversidades. En Venezuela, la esperanza no es solo una emoción pasajera; es una fuerza que moviliza, inspira y, en muchos casos, motiva la resistencia y la resiliencia ante un entorno económico adverso. Obviamente a la esperanza tenemos que acompañarla con acción, con cambios, transformaciones, pero también con análisis, escenarios y estrategias centradas en nuestras realidades.
En las siguientes líneas hablaremos de cómo la esperanza se mezcla con la economía venezolana, considerando su impacto en el comportamiento social y económico, así como su potencial para estimular cambios positivos y promover el crecimiento. Sostenemos que, si bien la esperanza no puede revertir por sí sola la crisis económica, representa un factor estimulante que contribuye a la estabilidad social y económica al influir en decisiones personales y colectivas.
¿Dónde estamos?
Venezuela, un país que en algún momento fue una de las economías más ricas de América Latina, ha atravesado una profunda transformación, convirtiéndose en una de las naciones más pobres de la región. Indicadores como PIB per cápita, pobreza, desigualdad, entre otros, reflejan el deterioro de un país atrapado en una espiral de bajo crecimiento, incertidumbre, poco atractivo a la inversión extranjera, sanciones, además de complicados problemas políticos y sociales.
La producción petrolera venezolana es hoy un tercio de lo que era hace quince años, las posibilidades de recuperar aquellos niveles de producción son bajas, al menos en el corto y mediano plazo. Esta situación compromete que la economía cuente con suficientes recursos para financiar un mayor crecimiento, desarrollo, pero también la estabilidad cambiaria y de precios. Y es que pensar que la economía venezolana pueda crecer a tasas elevadas y consistentes por varios años, con la situación en la que se encuentra actualmente la industria petrolera, es utópico.
En paralelo, desde el Gobierno, como una forma de compensar la caída en los ingresos petroleros y disminuir el financiamiento monetario del déficit fiscal, se ha impulsado una política de incrementar el cobro de impuestos al sector privado del país, aumentando de manera importante la presión tributaria. Esto ha traído consecuencias negativas para el sector empresarial, desde el desincentivo a la formalización, menores inversiones, hasta la evasión.
Por otra parte, en los últimos días, el país ha vuelto a padecer problemas en su sistema cambiario. Luego de apenas crecer un 3 % en los primeros nueve meses del año, en octubre la tasa de cambio aumentó un 16 %. Ese incremento empujó los precios de los bienes y desató los temores al revivir episodios pasados de volatilidad cambiaria y aumento importante en los precios (inflación alta). La inestabilidad retorna a nuestra economía, dificultando el desarrollo y profundizando la crisis.
Esperanza y resiliencia en medio de la crisis
En un contexto tan desafiante, la esperanza se convierte en un recurso de supervivencia. La esperanza es un motor que permite a los individuos y a las comunidades resistir, adaptarse y, en algunos casos, prosperar en medio de la adversidad. En Venezuela, la esperanza no solo se expresa como una actitud, sino como un impulso que ha dado lugar a iniciativas innovadoras, redes de apoyo comunitario y emprendimientos que sirven para aliviar los efectos de la crisis económica.
La esperanza, en este sentido, se manifiesta en las diversas iniciativas ciudadanas que buscan construir una economía alternativa. Emprendimientos y proyectos de economía solidaria son un reflejo del espíritu emprendedor venezolano y de su capacidad para adaptarse a circunstancias extremas. Desde la creación de pequeñas empresas familiares hasta el uso de criptomonedas, los venezolanos han encontrado formas ingeniosas de mantenerse a flote en una economía que ha fallado en satisfacer sus necesidades básicas.
El incorporar el uso de criptomonedas ha ofrecido una alternativa para realizar transacciones y proteger ahorros de la inflación, además de convertirse en ejemplo claro de adaptabilidad ante la crisis, permitiendo a comunidades sostenerse y encontrar soluciones innovadoras en medio de las turbulencias económicas. Comercios y pequeños negocios aceptan criptomonedas como bitcóin o stablecoins para compras de alimentos, medicinas y otros productos esenciales, proporcionando a las familias un respiro financiero y acceso a una economía paralela más estable.
Un ejemplo de esperanza económica en Venezuela es el papel de las remesas enviadas a familiares y amigos por quienes han emigrado. Para muchas familias estas transferencias de dinero representan no solo un alivio financiero, sino una conexión emocional con aquellos que se han visto forzados a emigrar. Las remesas, que representan una inyección económica significativa, permiten que muchas familias puedan acceder a bienes y servicios básicos y brindan una base de esperanza para un futuro mejor.
Esperanza como fuerza de cambio económico
La esperanza, cuando se traduce en acción, tiene el potencial de generar cambios económicos reales. En Venezuela, el comportamiento económico de las personas está influido por su percepción de las posibilidades futuras. La esperanza impulsa a los ciudadanos a invertir en educación, emprender o explorar nuevas oportunidades, acciones que, a su vez, pueden contribuir a la recuperación económica. La esperanza es una fuerza poderosa que va más allá de la motivación individual, actuando como un factor clave en el cambio económico y el desarrollo social. Cuando una sociedad tiene esperanza en su futuro, sus integrantes se sienten motivados para superar adversidades, buscar oportunidades y construir soluciones creativas. En el contexto económico, esta esperanza se traduce en confianza en el crecimiento y la mejora de las condiciones de vida.
La esperanza como fuerza de cambio no solo impulsa a los agentes económicos individuales, sino que también fomenta un entorno favorable para la colaboración y el desarrollo. Gobiernos, comunidades y organizaciones se ven motivados a crear políticas y proyectos que apoyen el crecimiento empresarial y el bienestar económico de la sociedad. Este entorno, a su vez, alimenta la confianza de los emprendedores para seguir invirtiendo, innovando y expandiéndose, creando así un ciclo positivo de progreso económico. Por lo tanto, la esperanza actúa como un recurso intangible que, aunque difícil de medir, tiene un impacto real y profundo en la capacidad de una sociedad para transformar su economía.
La diáspora venezolana también representa una fuerza de esperanza para la economía del país. Muchos de los venezolanos que emigraron mantienen un fuerte vínculo con su país de origen, y algunos incluso están invirtiendo en pequeñas empresas o enviando recursos para apoyar a sus familias. Esta conexión entre los venezolanos en el exterior y los que permanecen en el país es un recurso valioso que, bien canalizado, podría contribuir a la recuperación económica.
Retos para la economía venezolana
Las perspectivas para la economía venezolana dependen en gran medida de la capacidad de la nación para superar sus problemas estructurales y crear un entorno económico que favorezca el crecimiento, atraiga inversiones, mantenga estable la tasa de cambio y pueda aumentar su producción petrolera. La esperanza juega un rol importante en este proceso, ya que la percepción de un futuro mejor puede influir en la disposición de las personas para invertir y participar activamente en la reconstrucción económica.
Una manera de potenciar la esperanza económica, es promover la educación y el emprendimiento. La educación permite que los individuos adquieran las habilidades necesarias para adaptarse a las cambiantes condiciones económicas, mientras que el emprendimiento fomenta la innovación, la creación de empleo, la generación de valor, la resolución de problemas. Estos dos sectores tienen el potencial de transformar la esperanza en acciones concretas que contribuyan al crecimiento económico.
El emprendimiento emerge como una manifestación concreta de esa esperanza, donde la creatividad y la iniciativa individual se canalizan hacia proyectos con potencial para transformar el entorno económico y social. Los emprendedores no solo buscan oportunidades de negocio, sino también soluciones a problemas específicos, adaptándose a las limitaciones del entorno e impulsando el desarrollo de sectores emergentes. Este proceso es vital para diversificar la economía, reducir la dependencia de recursos naturales y generar empleos en áreas de alto impacto, como la tecnología, los servicios y la economía digital.
A medida que los emprendimientos crecen y prosperan, contribuyen al crecimiento económico al incrementar el PIB, diversificar la economía y mejorar los niveles de ingreso y calidad de empleo (además de generar ecosistemas tecnológicos y de innovación a la sociedad). En este sentido, cada nuevo negocio no solo ofrece empleo y bienes o servicios, sino que también siembra una red de impacto que genera oportunidades para otros, promoviendo una cadena de valor que impulsa aún más la economía.
La esperanza, entonces, se convierte en el núcleo de una dinámica donde la iniciativa y el esfuerzo individual se traducen en una mayor prosperidad colectiva, fortaleciendo la economía y ofreciendo a las personas la oportunidad de contribuir activamente a un mejor futuro. Esto, a su vez, alimenta la esperanza de una sociedad más sólida y resiliente, demostrando que incluso en los entornos más difíciles, el espíritu emprendedor es capaz de trazar el camino hacia un crecimiento económico sostenible.
Todo esto no significa que, por ejemplo, dejemos de pensar que aumentar la calidad de las instituciones no sea importante, o la necesidad de diversificar su economía, no estén entre los principales retos para el futuro económico de Venezuela. Un entramado institucional de calidad fomenta inversiones, facilita negocios y la creación de empresas, generando bienestar y crecimiento económico. Por otra parte, dependiendo casi exclusivamente del petróleo, el país se ha vuelto vulnerable a los cambios en los precios internacionales del crudo. Un modelo económico más diversificado, que incluya sectores como la agricultura, la manufactura, tecnología, gas, turismo, etcétera, permitiría a Venezuela reducir su dependencia del petróleo y desarrollar una base económica más sólida.
Ante estos desafíos, queda claro que la economía venezolana enfrenta una serie de complejidades que requieren no solo adaptabilidad, sino también una visión compartida de reconstrucción y resiliencia. Aun en este escenario, persisten oportunidades para transformar y revitalizar el entorno económico, especialmente si los actores nacionales se enfocan en iniciativas sostenibles y colaborativas. Con este espíritu, es crucial cerrar con una mirada optimista que reconozca el papel de la esperanza y la acción colectiva como motores para un cambio tangible en el país.
Ideas finales
La situación actual necesita medidas urgentes, pero al mismo tiempo disruptivas, creativas, pragmáticas. El empresario venezolano y, en general, la población, han aprendido a ser resilientes y al mismo tiempo trabajar con esperanza.
Sin duda, la esperanza y la economía están interrelacionadas, sobre todo en Venezuela, donde la voluntad de la población ha permitido que el país sobreviva a una de las crisis más graves de su historia. La esperanza es una fuerza intangible, pero poderosa, que influye en las decisiones económicas y en la disposición de las personas para luchar por un futuro mejor. Aprovechar esta esperanza y canalizarla hacia iniciativas de desarrollo puede ser clave para la recuperación económica de Venezuela.
La esperanza, el emprendimiento y el crecimiento económico están profundamente interconectados, formando un ciclo en el que uno refuerza y motiva al otro. En un contexto de desafíos económicos, como el que enfrenta Venezuela, la esperanza no solo representa un sentimiento positivo, sino también un motor esencial que impulsa a las personas a innovar y construir soluciones para mejorar su calidad de vida.
Aunque la esperanza por sí sola no puede resolver los problemas económicos, representa un recurso importante para la estabilidad social y la recuperación económica. Es fundamental que a esa esperanza la acompañen acciones concretas por parte de quienes hacen las políticas públicas, reconociendo, pero también incentivando y apoyando el potencial transformador de la esperanza en Venezuela, para que el país pueda superar sus dificultades y construir un futuro más próspero y sostenible.
Es fundamental que la esperanza por un futuro mejor se traduzca en acciones concretas por parte de quienes tienen la responsabilidad de diseñar políticas públicas. Para potenciar el espíritu emprendedor y la resiliencia de los venezolanos es urgente implementar políticas que reduzcan la carga tributaria sobre pequeñas y medianas empresas, faciliten el acceso al crédito y promuevan programas de capacitación en competencias digitales y empresariales. Solo a través de un entorno institucional que fomente la innovación y el desarrollo local, el país podrá canalizar esa esperanza transformadora en un crecimiento económico sostenible y en una mejora real de la calidad de vida para todos.
- Luis Oliveros .Economista. Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Metropolitana.
Leer también: El desafío de lo improbable