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Esperanza: cuando la justicia y el derecho se abracen en nuestro país

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Por Alfredo Infante, SJ

La Iglesia de Caracas, presidida por el cardenal Baltazar Porras, se dio cita en la plaza de la parroquia Nuestra Señora del Rosario, en la urbanización La California Norte –perteneciente a la nueva diócesis de Petare– para celebrar la acostumbrada Misa de la Esperanza, encuentro eucarístico que, en nuestra arquidiócesis, da apertura al ciclo litúrgico de Adviento y que este año tuvo como lema “Haz el bien: el Señor es nuestra Justicia”.

La Misa de la Esperanza fue un espacio privilegiado para agradecer a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que, con la práctica del bien y testimonio de servicio a los demás, mantienen viva la fe en una Venezuela justa y fraterna. En la celebración se tuvo presente, especialmente, a los educadores, trabajadores de la salud y catequistas como testigos de esperanza. Quienes tuvimos el privilegio de asistir salimos fortalecidos en la comunión y con la moción de que “para Dios nada es imposible”, pues hace retoñar la vida, sorprendentemente, ahí donde parecieran haberse agotado todas las posibilidades.

Cerca del altar estaba la imagen emblemática que nos propone el profeta Jeremías del tronco de Jesé, envejecido y retoñado, arropado por la bandera nacional, anunciando el milagro de que –en medio de la esterilidad, la adversidad y el cansancio– Dios hace surgir un retoño nuevo, anuncio de una nueva vida para su pueblo. Así lo explicó el cardenal Baltazar Porras en su homilía:

El Señor es fiel a su palabra, a su promesa (Jr 33,14-16). El profeta anuncia el momento en que del tronco seco de Jesé surgirá un retoño nuevo, un brote de David, que hará reinar la justicia y el derecho. En nuestro país el poder ha torcido el derecho y lo ha divorciado de la justicia, y esta distorsión ha generado una situación de incertidumbre y violación de los derechos humanos. Hoy, dolorosamente, el Estado venezolano posee una investigación abierta ante la Corte Penal Internacional. Es una evidencia clara de que la justicia y el derecho no existen en nuestro país, es decir, no hay Estado de derecho. Pero Dios, con su palabra, nos promete acompañarnos y nuestros esfuerzos, con su auxilio, se verán recompensados con el retoño del derecho y la justicia.

Es la práctica del bien, constante como la gota de agua que es capaz de romper la roca, es la que hace posible la transformación; por eso, continúa el cardenal en su homilía afirmando:

Hay muchas personas de buena voluntad –educadores, personal de salud, catequistas, defensores de derechos humanos entre tantos otros– y organizaciones de la sociedad civil que día a día practican el bien para que la justicia y el derecho se abracen en nuestro país, y podamos reconstruir el Estado de derecho que garantice la vida y la dignidad de todas las personas, especialmente de las más vulnerables.

Pero la tarea es mayor a nuestras fuerzas, es importante confiar en el auxilio del Señor. Por eso, subraya el cardenal Porras:

Jeremías nos dice que es un retoño, nuevo, tierno, signo de Dios. Por eso, aunque estemos muchas veces frustrados porque el restablecimiento de la justicia y el derecho en nuestro país no es fácil y no ha sido fácil, la palabra de Dios nos abre a la esperanza, porque él ya contempla el retoño y nos invita a confiar, contemplar y trabajar por la justicia y el derecho que retoñan en el tronco envejecido de nuestros corazones, cansados y afligidos como el tronco de Jesé. La práctica del bien, como al profeta, nos irá educando la mirada para contemplar el retoño y mantener viva la esperanza, confiados en que Dios es nuestra justicia.

Para que la práctica del bien sea fecunda, debe ordenarse y confluir en un propósito común, de modo que no sea un acto aislado, individualista. Por eso, continúa el cardenal:

En la primera carta a los Tesalonisenses se nos recuerda la eclesialidad de nuestra fe, la eclesialidad de la esperanza, que la práctica del bien y la búsqueda de la justica y el derecho, implican caminar juntos, sinodalidad, la construcción de un nosotros fundado en el amor, capaz de poner a un lado los protagonismos, los intereses particulares, las pulsiones de dominación, de poder, las rivalidades que nos fragmentan como sociedad. A esto, Pablo llama bajos instintos, bajas pasiones, y estas, cuando nos dominan, destruyen la convivencia y los esfuerzos por superar situaciones inhumanas como las que vivimos. Nos recuerda San Pablo, que la verdadera eclesialidad se basa en el amor mutuo, por eso, nos invita a crecer más y más en el amor mutuo, es decir que, mientras no entendamos que la corresponsabilidad que nace del amor es una fuerza transformadora, difícilmente seremos “retoño de esperanza”; urge, pues, pasar del “yo” al “nosotros”, un nosotros reconciliado y abocado a la vida y a la justicia con misericordia.

A la luz del evangelio, el cardenal Porras remarca:

Por eso, el evangelio nos invita a cuidarnos de nosotros mismos, porque si no trascendemos nuestros intereses egoístas, podemos matar el retoño del que nos habla Jeremías y, así, nos volvemos torpes y cerramos las posibilidades de liberación. Es hora pues de “levantar la cabeza” y confiar que se “acerca la liberación” y dejar que el retoño de Jesé, “justicia y derecho” renazca en nuestro país, en el corazón de cada venezolano. No podemos bajar la guardia, no podemos desmovilizar el espíritu, ni reducirnos a nuestros intereses bajos, es hora de practicar el bien, orar intensamente por nuestra conversión y ordenar nuestra vida y misión en aquel que es el Señor de la Esperanza, porque no sabemos “el día ni la hora”, pero si sabemos que el Señor es buena noticia y cumple su palabra: porque él es nuestra justicia.

Así, abierta a la esperanza, iluminada por la palabra y conducida por el Espíritu Santo, nuestra Iglesia se prepara, en medio de esta emergencia humanitaria sistémica, para la venida de nuestro Señor. “Haz el bien: el Señor es nuestra justicia”.


Fuente:

Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco del 26 de noviembre al 02 de diciembre de 2021/ N° 126.

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