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Esperanza con raíces

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Luisa Pernalete

fe y alegria altos de jalisco“Queremos a Fe y Alegría porque cuando en una comunidad abren una escuela de esas el barrio se vuelve galán”, dijo una señora en aquella reunión en Caja Seca, al sur del estado Zulia, a principios de los años 90 cuando se discutía la posibilidad de un centro educativo en aquel barrio sin calles, sin agua, ni luz: “el barrio se vuelve galán”. ¡Bonita expresión para resumir la bendición que significa tener una buena escuela! Recuerdo que el primer año de ese plantel, los maestros pusieron el énfasis en probar que se podía ser docente por vocación, y lo probaron. Al finalizar el año escolar los niños no quería irse de vacaciones, querían seguir yendo en agosto.

Fe y Alegría está cumpliendo 60 años. Nació en plena dictadura, gracias al atrevimiento de un sacerdote jesuita y a la generosidad del pueblo venezolano, representado en aquel momento en un artesano, Abraham Reyes y su esposa Patricia, que pusieron su casa a la orden del Padre José María Vélaz y unos estudiantes de la naciente Universidad Católica, que se ofrecieron de voluntarias para ser maestras.

A partir de ahí, la fe y la alegría se han ido sembrando en una red de escuelas, centros de capacitación laboral, emisoras educativas y colegios universitarios, siempre con programas que trascienden las aulas y entran en la vecindad. Se siembra donde le llaman. De muchas maneras se corrió la voz en este país que en Fe y Alegría no se tiene miedo a las adversidades. El norte es despertar capacidades. Sabemos que están instaladas, pero que hay que desarrollarlas. Con esa esperanza se abren las escuelas. En cada niño que empieza, se imagina uno todo lo que podrá llegar a ser con una buena educación.

Conviene recordar que muchas escuelas se han fundado en lugares donde antes hubo basura, escombros, terrenos donde nadie podía ver algo bueno, como la de “Altos de Jalisco” en Maracaibo, o la “Inmaculada” en Ciudad Bolívar. De un basurero, una escuela. ¿No es sembrar esperanza?

fya altos de jaliscoAlguna vez nuestro fundador, precisamente comentaba en una carta la importancia de ser atrevido. Dijo una frase que me encanta: “Donde no se podía se pudo”, es un llamado a doblegar dificultades. Así tenemos que seguir diciendo. Creo que esa frase nos anima hoy cuando enfrentamos entornos violentos. No se habla de huir, sino de insistir, de creer que será posible la convivencia pacífica. Que será posible que los padres maltratadores aprendan a corregir a sus hijos sin maltratar, creer que los estudiantes violentos pueden desarrollar sus inteligencias múltiples, crecer como personas y se convenzan de que no requieren de la violencia para hacerse notar.

Hay un dicho popular: “La esperanza es lo último que se pierde”, creo que en Fe y Alegría la esperanza no la vemos como lo último que se pueda perder, sino como lo primero que debemos tener: esperanza en que salga la bondad que todos los seres humanos tienen y que la educación es un medio imprescindible para que eso suceda.

Historias que se han vuelto raíces lo confirman. El país necesita de esa esperanza con raíces.

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