El pasado 14 de enero de 2019, en ocasión de la Visita 163 de nuestra querida Divina Pastora a Barquisimeto, se llevó a cabo una creativa puesta en escena, a lo largo del recorrido, organizada por las Organizaciones de Derechos Humanos que hacen vida en el estado Lara.
Para esta ocasión, el Padre Alfonso Maldonado, Vicario de Derechos Humanos de la Arquidiócesis de Barquisimeto, nos comparte en las imágenes y narra en el siguiente texto, el significado y la vivencia de esta actividad:
Un grupo de jóvenes mira con atención a la mujer de fresca y firme hermosura. Es Yubiris Terán, de la Vicaría de Derechos Humanos de la Arquidiócesis. Ella explica, una vez más y con voz firme y convencida, como si fuera la primera vez, de que se trata lo que se va a hacer. Son muy jóvenes, pero saben que lo que será importante.
Acto seguido, cuando giran la orden, pasan en tropel, sin los desórdenes propios de la edad de escuelas y liceos con mucha energía, al salón contiguo de la casa sindical. Las antiguas columnas soportan el techo de madera con diseño de antaño. La pintura de las paredes quizás no resista contener tanta energía. La construcción ha desafiado con éxito el tiempo, con sus ventanas de hierro basculantes, y las ínfulas modernizadoras de la ciudad, el trazado de la avenida Venezuela. Un pacto de caballeros sacrificó una parte del terreno a cambio de la vida de la otra, para que el ciudadano contase con el canal de mantenimiento de la avenida, a todo lo largo de la orilla norte de esta, que va de este a oeste.
Pero la tranquilidad atropellada del caserón distaba mucho del trazado que los fieles iban creando en la calle. En todas direcciones había un inquieto movimiento, como se observaba desde la ligera altura de la entrada de Fetramagisterio. La muchedumbre no era tanta como la que después inundaría las calles. Pero ya comenzaba a ser contenido por las tarimas y las construcciones de ambos lados. Los sonidos también se entrecruzaban en el aire, como serpentinas. Imposible distinguir si las notas las originaba de algún instrumento que sonaba una gaita o si la percusión provenía del tamunangue. El sol canicular se estrellaba contra el hormigueo humano, sin conseguir revotar sobre el pavimento.
A la hora indicada, la voz de la radiante coordinadora hizo que los jóvenes salieron del escondrijo. Sobre plataformas bien aseguradas, de fácil movilización como para instalar y retirar, se fueron colocando. La vivacidad de las primeras décadas de vida quedó entonces congelada. Una muerte fingida pero sobrecogedora, que invitaba a ver en el mármol de sus carnes la obra de algún ignoto escultor.
Fueron 5 las plataformas con sus divinas pastoras y adláteres. Rostros petrificados por la magia del maquillaje. Vida paralizada, como el paréntesis de 20 años de ensoñación social.
En uno, la Virgen mostraba el drama de las madres en el país, cuando ni siquiera pueden amamantar a sus hijos: identificada con ella, exhibía la impotencia de un pecho postizo una clausurada “X”. Una fusión entre una medieval “Virgen de la leche”, que amamanta a Jesús, con una Divina Pastora madre, que se duele y nos recuerda el mismo Derecho a la Lactancia que toda madre y todo niño y niña. Un “tuve hambre y me disteis de comer” queda cimbreando en las conciencias.
En otra, estaba retratado el insulto del empobrecimiento de unos 13 millones de nuevos pobres, que alguien decía, y que necesitan dignificarse en el encuentro con el Dios que les llama “bienaventurados”, porque Dios quiere que su situación cambie; “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, por lo que en sus manos el pan coexiste con el rosario. Del pan común y la oración en común brota la fraternidad de tener un solo Padre, que hace que su problema sea también nuestro. La indiferencia no es la respuesta, como el tampoco es solución el acostumbrarse. Menos permitir que surjan, algo así, como nuevas castas, donde las desdichas de una no son noticia para las otras.
Las carencias de insumos y de atención médica, incluso por la situación de exclusión que obliga a la migración forzada de talentos formados en medicina y enfermería. Esto hace que los enfermos busquen la mano de la Virgen para continuar buscando reivindicarse como seres humanos ante la indolencia estatal. No basta con “estuve enfermo y me visitasteis”, cuando el sistema sanitario está por el suelo.
Una justicia ambigua, quizás como Pilato, la mitad exhibiendo un boato como pocos, complaciente con el lujo; la otra mitad, callada y ciega. Un Jesús ultrajado como nuestros presos de conciencia, los que llaman políticos por querer ajustarse a Derecho y ceñirse a lo estipulado por la Constitución, está a sus pies. María, Divina Pastora, lo acompaña cercana, amorosa, dolida y solidaria.
Una última estatua, la del preso o presa, pues fue representada por mujeres, se encuentra desfallecida en los brazos no de Jesús, sino de la Divina Pastora, fiel seguidora de Jesús. Estatua significativa pues estuvo a cargo de la Pastoral Penitenciaria y de las madres y familias de esos presos. Esos mismos presos que hicieron el pendón que identificaba la estación: “Santa María y las bienaventuranzas”.
Las imágenes de los jóvenes que nunca debieron morir, los de las protestas de hoy y de ayer, también estuvieron presentes. Un recuerdo que se eleva como oración. Un “no es justo” que traspasa los tiempos. Antes la herrumbre deformará la esfinge de las condecoraciones asesinas puestas en los pechos de los asesinos.
Pastoral Penitenciaria, Hermanos Apóstoles de la Misericordia, MAPANI, Foro Penal, FUNDACONVIVE, Barquisimeto Actívate, PROVEA, Una Mano Amiga, Fraternidad Dominicana y la Vicaría de DDHH de la Arquidiócesis estuvieron diseñando y buscando lo necesario para esta especie de performance religioso. Organizaciones todas de Derechos Humanos, que tuvieron la valiosa colaboración en música y sonido de Los Hijos de Morán y el ministerio de música de la parroquia de Nuestra Señora de las Angustias de la Piedad. Una unidad y comprensión de propósitos, en lo que se quería hacer y mostrar. Voluntarios también los hubo, que se entusiasmaron con la idea y se ofrecieron a colaborar en la sagrada puesta en escena, en el sentido más regio.
No solo los Derechos Humanos fueron mostrados en el Derecho a la Vida, la Salud o la Alimentación, el Derecho a la Justicia o la situación humillante de nuestros presos, no solo privados de Libertad, sino de Dignidad. Hay más: cada uno de ellos tiene voz en Jesús que interpela y llama a la santidad. Era mostrar a “Santa María y las bienaventuranzas”.
La Ruta de la Santidad tenía esa consigna: estamos llamados a ser santos. Y tal cosa solo puede ocurrir en las circunstancias actuales, por penosas que puedan ser. Si bien el llamado es bíblico, el recorrido se inspira en la Exhortación Gaudete et Exsultate (“Alegraos y regocijaos”, que dice la primera línea del documento). Exsultare, exultar, es dar muestras de alegría. Pero etimológicamente es dar saltos de dentro hacia afuera. O sea, no es una alegría superficial, sino la que conmueve e involucra todo el ser. Y ya la primera línea del documento hace referencia a la última bienaventuranza: aquellos que son perseguidos a causa de Jesús.
El Papa dice que ser santo es ser bienaventurado, vivir las bienaventuranzas. Y esto es central, tanto en la espiritualidad del Papa como en su enseñanza. En el 2013 lo recordaba en Río a los jóvenes provenientes de su Argentina: exagerando, como es su estilo coloquial, les decía que se aprendieran el texto de las Bienaventuranzas y el que él llama el Protocolo por el que seremos juzgados, según Mateo 25: por nuestra actitud ante el hambriento, el sediento, el desnudo, el enfermo, el encarcelado, que con eso bastaba.
La santidad es vivir bienaventurado como Jesús de cara al necesitado. Y María, Divina Pastora, es modelo de esa santidad dispuesta, solidaria, solícita del necesitado.
Juan Pablo II indicaba, durante el Jubileo del año 2000, que el evento más importante del siglo XX había sido la Declaración Universal de los Derechos del Hombre por parte de las Naciones Unidas, en el año 1948. El cristiano está llamado a sentirse interpelado por lo que hace y deja hacer por su prójimo, especialmente cuando sus derechos le son vulnerados.
Vivir la santidad aquí y ahora pasa, para el cristiano de a pie, que no “vive” del altar (para referirse a la dedicación de los sacerdotes, que es bien que cubran sus necesidades con el trabajo de su ministerio, sin caer en abusos o simonías), que se desempeña como persona, con derechos y responsabilidades, por el ejercicio de la ciudadanía. No solo votando cuando existan las condiciones, sino de manera proactiva. Participando y proponiendo inquietudes y opiniones. Escuchando a los demás y no solo intentando convencerles. Ejerciendo los Derechos, promoviéndolos y defendiéndolos por los cauces establecidos en el Derecho Internacional y acuerdos internacionales, cuando son violados por los Estados. Para el cristiano es arriesgarse a ser bienaventurados, por perseguidos a causa de querer la justicia. Antes le ocurrió a Jesús. Y su entrega no solo culminó con la resurrección, sino que ha ido transformando el mundo.
Fuente: elimpulso.com