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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Escuchar el grito de un mundo herido: “La investigación para la resiliencia comunitaria en un tiempo de frontera”  

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Foto: Archivo Fundación Centro Gumilla

 

Por Pedro Trigo, SJ*

Ante todo, quisiera manifestar mi alegría de compartir con esta comunidad universitaria a la que tanto estimo y de la que tan buenos recuerdos guardo y también quiero expresar mi agradecimiento a los organizadores de esta semana por haberme invitado a participar en ella. También me alegro de estar en la buena compañía del Maestro David Fernández Dávalos. Yo haré el abreboca y él la intervención de fondo.

Entro al tema. Primero quisiera decir cómo estoy viviendo este tiempo y desde ahí pasaré a considerar lo que veo que está pasando y lo que va a pasar y lo que podemos hacer. Ni mi vivencia ni lo que yo veo es paradigmático, es meramente un ejemplo para que ustedes hagan lo mismo desde sus propias vidas. Ésas serían, pues, las cuatro partes de mi intervención. Lo primero, objetivar cómo vivo la pandemia, es indispensable porque esta situación nos afecta a todos y nos puede afectar tanto que nos mate, sea de hambre o de enfermedad; pero, si nos determinamos a vivir en la realidad y a vivir en ella desde nuestro ser más genuino, la situación no va a influirnos nada. En la medida en que nos influya nos dejamos moldear por ella y somos meras expresiones de ella y así no podemos afrontarla superadoramente y ni siquiera ver la realidad. Así pues, es una pregunta que nos tenemos que hacer todos; y tenemos que ser conscientes de que la respuesta que demos, que tiene que ser dada desde la lucidez que da la honradez con la realidad, condiciona nuestra postura ante la realidad e incluso nuestra percepción de ella.

Primero: cómo vivo la situación

Los primeros meses no me hice cargo de que duraría tanto. Me parecía una emergencia inesperada y desquiciadora a nivel mundial, pero una emergencia y la vivía aguantando y esperando el retorno a la normalidad. A los meses me percaté de que la pandemia iba a durar todavía bastante y que tenía que discernir cómo vivir en este tiempo de confinamiento de tal manera que no relegara dimensiones fundamentales de mi existencia, sino que me las ingeniara para vivirlas todas. Ahora veo que su incidencia ha sido lo suficientemente profunda como para poner al descubierto dónde está cada quien, y la organización económica, social y política y cuáles son los móviles decisivos de cada uno y del orden establecido y, por tanto, cómo va a reaccionar cada actor personal y cada organización cuando estemos vacunados y la emergencia vaya pasando.

Quisiera decir que no estoy viviendo en trance, ni angustiado, ni decaído, que estoy viviendo la pandemia en paz y laboriosamente, tratando de encontrarme conmigo mismo y con Dios más cualitativamente y tener más en cuenta a aquellos con los que vivo, y trabajando en lo que me da vida porque es expresión cualificada de ella. Lo que más me afecta es no poderme reunir con las comunidades populares que acompaño, ni con las compañeras y compañeros de trabajo, ni tener clases presenciales, porque, aunque soy profesor emérito, sigo dando tres materias cada semestre entre pregrado y sobre todo postgrado.

Foto: Leonardo Fernandez Viloria/Getty Images

Lo de las clases todavía no se ha solucionado porque el Gobierno mantiene cerrada la educación superior, aunque llevamos como diez reuniones de Consejo de Facultad; lo del trabajo, aunque el Centro de Investigación y Acción Social de la Compañía de Jesús en que colaboro desde hace 48 años siga estando cerrado al público porque el Gobierno no permite abrir, vamos teniendo reuniones y encuentros virtuales y algunos presenciales. Estamos tratando sobre todo de adecuar lo más posible los materiales de los cursos que damos y, más todavía que quienes los dan afinen –afinemos– la orientación de las propuestas y en el fondo la orientación vital. Respecto de las comunidades que acompaño, aunque estuve un tiempo con relaciones mínimas, ya llevamos 21 sesiones de lectura orante por Zoom con las diversas comunidades que acompaño, por iniciativa de ellas. Tenemos el encuentro con gran intensidad y gozo porque vemos que lo necesitamos más que en tiempo ordinario. Sobre todo, los migrantes están contentísimos porque vivían de rentas y ahora vuelven a alimentarse semanalmente. La limitación es que los que viven en zonas más marginales no tienen cómo acceder y aun otros a veces están sin conexión, pero como se graba pueden acceder en otro momento, aunque ya sin interactuar. He retomado la lectura presencial en una vicaría en un barrio en un cerro de la zona donde vivo y también con el personal que atiende a la Casa de Acogida y Rehabilitación de Gente de la Calle. Lo hacemos, creo, con todas las precauciones del caso. Pero no puedo retomarla en otros tres barrios, ya que lo hacíamos en las casas y en ellas no se puede mantener distancia. Tampoco hemos podido retomar los encuentros de fines de semana con diversos grupos, ni los Ejercicios Espirituales anuales con las comunidades, porque, además de la pandemia, está el problema del encarecimiento del trasporte que ha vuelto casi impensables los desplazamientos.

Ejes estructurales de nuestra vida que se han visto afectados

Esta situación anómala nos hace ver lo que a muchos ocultaba el individualismo ambiental: que existimos por relaciones personalizadoras, ante todo las de nuestros padres y de tantos otros que nos han puesto a la altura del tiempo y siempre de Dios que nos pone en la existencia con su relación de amor constante y, ahorita, la de tantas hermanas y hermanos que nos acompañan y a los que acompañamos. Por eso nos afecta tan íntimamente no poder actuar tantas relaciones que nos daban vida y humanidad, y en las que nosotros dábamos y nos humanizábamos. Siempre de algún modo podemos seguir actuándolas, pero comprendemos que no es lo mismo.

No poder actuar esas relaciones nos dificulta estar en paz con nosotros mismos, mantener equilibrio interno y lograr la unificación personal. Necesitamos hacer un trabajo constante sobre nosotros para que las pulsiones no se desordenen y nos desequilibren y nos lleven también a la depresión o a la agresión a otros con los que convivimos. Nos seguimos considerando hermanos y seguimos, y más que antes, con nuestra respectividad positiva. Pero somos seres corporales y necesitamos ver, oír y palpar, como dice la primera carta de Juan respecto de Jesús, la Palabra de la vida, que se manifestó a ellos y que ellos vieron, oyeron y palparon y comunican a otros con la misma concreción.

También nos falta el trabajo, que además de ser un camino de desarrollo personal y servicio a los demás, es un modo privilegiado de socialización. Por eso es crucial tratar de mantenerlo, a pesar del distanciamiento por la pandemia y en lo que sea preciso reinventarlo para que sigamos aportando a la sociedad y así nos siga dando vida. Sí, gracias a Dios, no trabajamos como mero medio de vida sino sobre todo porque lo que hacemos y el modo de hacerlo es una expresión muy cualitativa de nuestra vida, en este tiempo de reclusión la dedicación al trabajo es fuente de vida, equilibrio y paz. Y por eso hay que cualificarlo, porque se da en gran medida virtualmente, que son condiciones muy desfavorables y por eso causa cierto desaliento que se emplee mucho más trabajo y que, sin embargo, uno palpe que el rendimiento es menor. Por eso yo estoy aprovechando el tiempo para elaborar materiales y escribir artículos y concluir un libro. Y esa dedicación, como es expresión de lo más trascendente de mi vida, me conforta.

También es fundamental que, aunque no podamos pisar como antes la calle y asistir a reuniones, encuentros y otros eventos, mantengamos el sentido de realidad, nuestra referencia sustantiva a ella, nuestra respectividad positiva con ella, nuestra pertenencia a ella y en concreto al cuerpo social del que hacemos parte, y que por eso hagamos el esfuerzo por mantenernos informados y, en lo poco que cabe en esta situación, por incidir, al menos formando opinión.

Segundo: situación estructural

Desde esta vida que vivo ¿qué es lo que veo? En el país se decretó confinamiento desde mediados de marzo 2020… Ya han pasado once meses. Pero el Gobierno ha tomado la emergencia con la misma lógica con la que gobierna: no le importa nada la ciudadanía, sólo mantenerse en el poder y la propaganda que oculta sistemáticamente la realidad y que dice lo que tiene que decir para sus fines, sin que tenga que ver nada con la realidad. Por eso las cifras de contagiados y muertos son las que quiere dar. Para empezar, no ha querido hacer análisis en gran escala y por tanto la mayoría de los enfermos y muertos no consta que lo sean por causa del Coronavirus, aunque se sepa que sí. Por ejemplo, aunque la cifra no sea oficial, se sabe que han muerto por esta causa como 300 médicos.

Vivo en una zona popular. Al cerrarse la mayoría de los establecimientos formales, muchísimos se quedaron sin trabajo y por eso tienen que salir a la calle para tener qué comer. Además, la mayoría de los trabajadores del Estado, señaladamente en educación y salud, pero también en seguridad (las policías), que ya ganaban muy poco, con la hiperinflación no ganan ni para la mitad de un mercado semanal, por eso tienen que salir también a ver qué consiguen (las policías, a matraquear sistemáticamente). El hecho es que hay tanta que gente por la calle como antes de la pandemia y más buhoneros, entre ellos los que están vendiendo día a día el mobiliario y los enseres domésticos para tener qué comer. Mejor están los que viven de remesas ya que al no exportarse casi petróleo y al ir el oro y otros metales preciosos por caminos ilegales, ellas constituyen la mayoría de las divisas que circulan, además de las que aportan las mafias, que son bastantes. Sin embargo, el efecto es que el dólar se ha devaluado y cualquier producto o trabajo cuesta mucho más que en el exterior. El hecho es que las diferencias en el seno del pueblo se han vuelto abismales.

Eso y más pasa en la clase media. Los que se han quedado sin trabajo y no tienen familiares en el exterior hace tiempo que se comieron los ahorros y no tienen nada: son pobres absolutos vergonzantes. Por eso mucha gente popular y de clase media que no tiene acceso a divisas se muere de hambre y de enfermedades desasistidas. Y también de la pandemia porque ni en la calle, ni mucho menos en el transporte público, se guarda el mínimo distanciamiento. Lo único es el uso generalizado del tapabocas, aunque no pocos, con una tremenda inconsciencia, lo llevan bajo o lo bajan cuando van a hablar con otro.

El Gobierno no ha hecho nada ni tiene capacidad para hacerlo, para informar con exactitud a la población y educarla en el peligro que corre y las cautelas a tomar. Por eso lo que viene haciendo desde comienzos del año, que consiste en una semana de actividad y otra de confinamiento, no tiene ninguna lógica. No se analizan qué trabajos son susceptibles de salvaguardar la protección y permitirlos y vigilar porque se cumplan las normas, y cuáles no y prohibirlos. Y en qué condiciones se puede viajar en transporte público y vigilar porque se cumplan las normas. Lo mismo respecto de los síntomas de la enfermedad y su cuidado. No hace ni hará nada de esto. Si al menos se comprometiera a vacunarnos, empezando por el personal sanitario y el más expuesto por su oficio y los adultos mayores; pero no hay mucha esperanza en que se haga efectivo y llegue a la mayoría. Dios quiera que me equivoque.

En donde más se ve la inhumanidad del Gobierno es en la persecución sistemática que está teniendo a las ONG que se dedican a ayuda humanitaria y a derechos humanos. Ya que no solo no hace, sino que busca impedir por todos los medios que otros hagan. Y esta actitud del Gobierno es trágica porque hay que decir que la mayoría de esas organizaciones lo hacen con mucha eficacia y muy horizontalmente, incluso empresarios y organizaciones empresariales que han aprendido de la situación.

Yo voy siempre caminado o en transporte público y puedo dar fe de todo lo dicho. Pero además puedo dar fe de que no pocos, que casi no comen y no tienen dinero para más nada, que están, pues, en las últimas, sienten que la situación los afecta al extremo, pero no se dejan influir por ella. Por eso viven en la cotidianidad. No viven desanimados, mucho menos descorazonados, ni resentidos ni furiosos. Ni en un trance constante. Son conscientes de lo que sucede y les duele, y les indigna, y a veces sienten que no pueden más. Pero una y otra vez se rehacen y dentro de lo que se puede y más de lo que se puede conviven y se echan broma y tratan de mantener la actitud más positiva posible. Y, por supuesto, se ayudan.

Esto es menos frecuente en la clase media. En ella sí hay bastantes muy deprimidos, al borde. Aunque bastantes también se ayudan.

Tercero: ¿Qué preveo que pasará?

Si antes de la pandemia estábamos muy mal, luego estaremos peor. Costará mucho recobrar la precarísima normalidad de antes. Como a nivel mundial, lo que pueda seguirse haciendo virtualmente, la mayoría de los empleadores buscará que se siga así, lo que tenga que ser presencial lo será con los mismos sueldos de miseria, sobre todo los del Gobierno. La clase media no se recuperará sino a muy largo plazo. Y la gente popular sentirá que no se le da lugar. La educación seguirá casi igual de precarizada y la mayoría de la generación que se levanta entrará a la vida sin ninguna preparación y sin hábitos para adquirirla. Lo vamos a tener muy difícil. Si cambia el régimen político a otro medianamente democrático, el problema mayor será el de la rehabilitación de los más de cuatro millones de todas las clases sociales que se han dejado corromper. Procurar su rehabilitación es una actitud cristiana básica; pero si no se logra, la opacidad va a ser tal que el país va a resultar inviable.

A nivel mundial no veo siquiera que la mayoría vaya a adquirir conciencia de la injusticia y la inhumanidad que entraña la diferencia entre los de más arriba y los de abajo, que con la pandemia se ha vuelto inocultable y que cada día es más abismal. No creo que vaya a ser intolerable su radical inequidad, ni que se vaya a percibir que las instituciones públicas son en gran medida expresión de esta situación inhumana, ni que la democracia no alcanza con frecuencia a realizarse ni a nivel formal y que falta absolutamente la deliberación que es su contenido insustituible.

La impresión, que inoculan constantemente los medios, de que así es la realidad y que no hay nada que hacer se está profundizando en este tiempo. “Toda doctrina de la inevitabilidad es portadora de un acerado virus de nihilismo moral, programado para atacar la libre capacidad de la acción humana (p. 306)”1. La expresión más obvia son las vacunas: los países más ricos se están peleando por ellas y no llegan a los países pobres ni a los pobres de los países ricos. Y la mayoría percibe que, se diga lo que se diga, así es la vida y así seguirá siendo. Así pues, creo que la descalificación, incluso el desprecio del sistema va cada vez más unido a la percepción de su invulnerabilidad. El resultado es para la mayoría el fin de la esperanza.

El “sálvese quien pueda”, que es el axioma que expresa la verdad del orden establecido y que es impuesto como la única actitud positiva porque pone todo en movimiento, es lo que ha estado funcionando ambientalmente y más aún en los inversores. La discusión gira en torno a cuánto puede endeudarse el Estado para atender la emergencia, pero nadie pide y menos exige que el gran capital tiene que aportar sustantivamente, tanto a nivel personal como institucional. Se da por asentado que así es la vida y que ellos seguirán engordando más.

Así pues, la pandemia está siendo administrada desde la lógica establecida. Al perderse la normalidad se ha puesto más al descubierto la enorme cantidad de gente que vive de trabajos muy precarios, abandonada por el Estado y la sociedad y a merced únicamente de ellos mismos para sobrevivir. Pero apenas se ha hecho algo para paliar lo más visible, que todos vemos que es tan insolidario, tan inhumano, que tanto se ha agudizado, y nadie ha propuesto ningún cambio estructural.

Algunos intelectuales solos o institucionalmente están denunciando sistemáticamente la inhumanidad del orden establecido. Incluso no pocas organizaciones, bastantes de ellas religiosas y específicamente cristianas, están haciendo todo lo posible por paliar los efectos más negativos, ante todo que la gente no se muera de hambre, pero también dando protección sanitaria y capacitación. Pero, en contra de sus muy loables intenciones, si su obra no va acompañada de la denuncia sistemática del sistema y de la propuesta alternativa, más aún, del compromiso irrevocable con ella, de hecho, contribuyen a consolidarlo ya que consiguen paliar los efectos más deletéreos que lo erosionan. Y así como se dan muchas iniciativas de ayuda que, repitámoslo, en sí son muy loables, incluso necesarias, no veo que se den iniciativas de propuestas alternativas y menos aún de caminos hacia su implantación y menos todavía de embarcarse en este camino quemando las naves. Es cierto que hay muchísimas protestas, motorizadas sobre todo por jóvenes, a nivel mundial y que todas tienen como denominador común el rechazo concreto del sistema. Yo valoro muy positivamente estas protestas. Pero si no conllevan un compromiso de cambio de vida y de organizarse a muy diversos niveles hasta conformar una masa crítica, todo seguirá igual.

Cuarto: ¿qué nos pide la situación?

Por eso, si todo sigue así y no vemos que vaya a darse un cambio, cuando acabe la pandemia, si uno se ve a sí mismo como un mero individuo a merced de sus pulsiones y deseos y como miembro de un establecimiento en el que busca trepar lo más arriba posible, se va a sentir completamente insatisfecho, vacío y al borde de la desesperación. Tenemos que preguntarnos si somos meros individuos o somos personas que han recibido de muchos y que sólo van a encontrar alegría y sentido en aportar lo mejor que tengan para que haya más vida y sea más humana y compartida.

Por eso insistimos que es tiempo de trabajar sobre nosotros mismos y tratar de llegar a la unificación de impulsos y quereres. Pero ese trabajo, que hay que llevar a cabo con toda perspicacia y constancia, sólo tendrá éxito si lo llevamos cabo en el horizonte de buscar el bien común, sabiendo que sólo en él se encuentra el verdadero bien propio. Sabiendo que en el fondo somos hermanos de todos, y nosotros los creyentes sabiendo que somos hijos de Dios en Jesús, su Hijo único y eterno que se ha hecho nuestro Hermano y que nos lleva realmente en su corazón en el que todos nos encontramos.

En este tiempo no podemos omitir este trabajo humilde y tenaz, orientado por el hambre de verdad, por el empeño de ser honrados con la realidad. No podemos omitir el empeño de encontrarnos con otros en la entrega horizontal, gratuita y abierta de nosotros mismos. Tenemos que comenzar por el ámbito más inmediato: por la familia. No puede restringirse a una pensión para gente de orden ni a un ámbito donde cada quien tiene su zona demarcada ni una red de relaciones a merced de filias y fobias ni la querencia donde satisfaga mis impulsos atemorizantes y así pueda salir a competir despiadadamente al mundo. Tiene que ser la escuela de humanidad, el lugar donde aprender a amar y practicar el amor a la medida del don recibido, para aprender a vivir humanamente y vivir con ese mismo espíritu en todos los campos donde me desenvuelva.

Éste es el tiempo de hacer este trabajo. Y es que además si no lo hacemos, tener que estar tanto tiempo en un lugar donde no sabemos estar humanizadoramente nos desgasta y crispa el ambiente y provoca más deshumanización. Si no avanzamos, retrocedemos.

Lo mismo podemos decir del trabajo: no lo podemos considerar meramente como un lugar donde capacitarnos y subir lo más posible. No podemos considerar a los compañeros como meros competidores ni a los destinatarios como meros usuarios. No podemos no aspirar a trabajar de modo que nos unifique a nosotros y sirva a los demás, a su verdadero bien. Tenemos que captar que el empeño por desarrollar las cualidades humanas, que es lo que se patrocina en el ambiente para subir más, nada tiene que ver con el empeño por humanizarse; y que, sin embargo, el empeño por humanizarnos nos lleva a capacitarnos cada día más para que nuestro servicio sea lo más eficaz posible. Esto nos lo tenemos que decir a nosotros mismos y sembrarlo como ambiente institucional. De este modo los compañeros de trabajo tienen que llegar a convertirse en una verdadera comunidad de solidaridad. Así se potenciarán mutuamente y además de logros específicos ése será un aporte invalorable a los beneficiarios de él.

Con esa misma actitud tenemos insertarnos en el cuerpo social y desarrollar la ciudadanía. Tiene que darse un sentido de pertenencia. Tenemos que desarrollar relaciones mutuas, simbióticas y abiertas y nunca puede faltar una dosis, aunque sea variable, de gratuidad, y, aunque los roles sean diversos, nunca debe estar ausente la horizontalidad. Por eso no pueden ser relaciones unidireccionales ni asimétricas ni excluyentes, ni meramente funcionales ni solamente interesadas. Se requiere que haya un sentido de pertenencia y por tanto de responsabilidad y antes que eso de gusto, de estar en ese pedazo de tierra y con esas personas, de convivialidad.

Sólo desde todo lo dicho cobra sentido el trabajo por recrear la democracia. Desde ese trabajo por solidificar al individuo, por relacionarnos humanizadoramente y por responsabilizarnos de la realidad, viene el empeño por construir comunidades, grupos, organizaciones e instituciones, tanto para convivir con la mayor calidad posible como para lograr avanzar en aspectos específicos como para ejercer la cultura de la democracia, que es el único camino que puede llevarnos a la democracia política. Se trata de exponernos y dar nuestra opinión y de descentrarnos escuchando la de los demás y de dialogar para entender entre todos y para entendernos y de llegar a acuerdos y de cumplir responsablemente lo que toca a cada uno y de procesar los problemas desde el horizonte trascendente del grupo buscando tanto la verdad como que todos salgamos ganado, y evaluando en conjunto no para justificarnos sino para mejorar y celebrando juntos lo conseguido y la vida compartida.

Sólo desde el cultivo de todo lo dicho conseguiremos una democracia básica desde la que sea posible instaurar mínimos de vida buena consensuados y llevados con responsabilidad compartida. Sólo si en este tiempo vamos haciendo sin prisa y sin pausa estos procesos, podremos ir revirtiendo este desorden establecido cuya ineptitud y maldad hemos podido vislumbrar mejor en el retraimiento de la pandemia. Sólo entonces tendremos la consistencia suficiente para poner a las corporaciones globalizadas y a los grandes inversionistas en el único juego humanizador en el que todos podamos salir ganando. Que así sea.

 


 

*Teólogo. Investigador de la Fundación Centro Gumilla. Miembro del Consejo de Redacción Revista SIC.

 

Nota:

  • González Faus, citando a Shoshana Zuboff, La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder (Barcelona, 2019), “¿Frankenstein digital?” RLT 111, sep-dic 2020, 236

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