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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

¿Es posible vivir hoy sin desesperar?

Crédito_ Getty Images (2)

Por Rafael Luciani | @rafluciani

Todos deseamos una sociedad más humana donde gocemos de abundancia de posibilidades, donde no padezcamos escasez de alimentos o medicinas. Una sociedad donde no reine la injusticia, la impunidad y la corrupción. ¿Será esto posible? ¿Cómo podemos vivir en medio de este drama que atraviesa el país y que nos está robando el futuro y la esperanza?

Si la pesadumbre y la desesperanza logran vencernos y apoderarse de nuestro ánimo, entonces los victimarios de esta historia, y tantos empecinados por la ideología dominante y el dinero mal habido, lograrán vencernos.

Pero un camino alternativo sí es posible. Cuando alguien ha logrado vivir de un modo distinto en una sociedad tan fracturada y en medio de un régimen opresor como el nuestro, entonces se abre de nuevo la esperanza. Por eso, queremos resaltar actitudes concretas que derivan de la persona histórica de Jesús, de su modo de vivir y actuar.

No se trata de resaltar a una figura creyente, sino a una persona que vivió en medio de situaciones cargadas de violencia y desaliento que parecían no tener futuro. ¿Qué podemos encontrar en la praxis de Jesús que nos ayude a sobrellevar lo que vivimos?

Primero, Jesús fue “honesto con su realidad”. Reconoció el peso de un ambiente socioeconómicamente fracturado, culturalmente dividido, y cargado de violencia religiosa y política (Mc 14,1). En ese contexto califica de “zorro” al sistema político (Lc 13,31) y reclama a las autoridades religiosas que habían “abandonado” a su pueblo (Mt 9,36). Entiende, al igual que Juan, que la realidad ya no daba más y necesitaba de un cambio (Mt, 3,7; 21,13).

Segundo, Jesús nunca dejó de “creer” que había que hacer de la vida en esta tierra como él imaginaba que era la del cielo (Mt 6,10; Lc 11,2). Es decir, dotarla de calidad de vida y vivir aquí con abundancia y nunca con escasez (Jn 10,10). Nunca dejó de pensar que las cosas podían ser mejor. Esta esperanza simbólica provenía de su servicio a los pobres, a las víctimas y a tantas personas cansadas de luchar en esta vida. Hablando con ellos aprendió a ver la realidad desde otra perspectiva y a luchar por ella.

Tercero, nunca dejó de “hacer cosas” que apostaran por construir espacios en los que otros podían estar presentes con sus pensamientos, oraciones y acciones sin ningún tipo de discriminación ni exclusión. Su forma de tratar a los demás atraía porque aliviaba el desgaste, el agobio y la extenuación que consumen nuestra voluntad y entendimiento. Jesús siempre “incluía” y nunca menospreciada al otro.

Cuarto, viviendo así “no perdía tiempo en trivialidades”, sino que apostaba por “proyectos trascendentes”. Nunca se afanaba en tratar de convencer al necio de corazón. Invertía su tiempo en lo que era verdaderamente valioso, en la búsqueda de soluciones y en la construcción de espacios comunes.

Quinto, hacer las cosas como Jesús las hizo no es algo exclusivo de los cristianos. Su estilo es “paradigma de humanidad” porque nos da a conocer el modo más humano de ser, algo que no se alcanza mediante la indiferencia ante los problemas o la mera superación de pensamientos negativos. Menos aún se alcanza al distanciarnos de los supuestos adversarios y pecadores, o criticar siempre al que piensa distinto.

Se trata de construir una vida buena, no polarizada, porque mi libertad se mide y se realiza en el modo como vea y trate al otro, con sus dolencias y potencialidades. Ahora bien, vivir así dependerá sólo de cada uno de nosotros y lo que queramos dejar como legado en esta historia.

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