Por Luis Ugalde s.j.
La Semana Santa siempre se vive entre la muerte y la vida, pero ahora con la pandemia del COVID-19, sentimos la amenaza de muerte y nos preguntamos por el sentido de la vida.
Jesús con palabras y hechos nos habló de la vida y de la muerte: quien da la vida, aunque parezca que la pierde la gana, como el grano de trigo que al caer en la tierra parece que muere, pero de él surge multiplicada la espiga de la vida. Jesús, ciertamente, fue arriesgado y no moderó sus palabras de reto a los poderes establecidos cuando les dijo:
1) No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre, dice al mundo religioso de entonces y de ahora. El sábado y la religión (toda religión) es para dar vida y es medio para alcanzarla; cuando se opone a ésta, el hombre debe irrespetarlo; como lo hizo Jesús curando y dando vida el sábado.
2) No es menor el irrespeto de Jesús a la pretensión divina del dinero: nadie puede servir a dos señores, a Dios y al dinero. Quien opta por el Dios-Amor pone como fin supremo la realización del hombre, de todo hombre. El dinero es importante como medio para que la gente tenga vida, pero es miseria para millones cuando se impone como fin absoluto divinizado.
3) Jesús rechaza el poder que oprime y corrige a los discípulos que pelean por los primeros puestos: los reyes y gobernantes enfrentados al Dios-Amor dominan y tratan a los súbditos como esclavos. Pero “entre ustedes no ha de ser así”, sino que quien se considere más importante hágase servidor de todos, como el Hijo del Hombre que no ha venido a que le sirvan sino a servir y dar la vida. Por el contrario, el hombre que busca ser poderoso como Dios, se convierte en constructor de ídolos que exigen sacrificios de vidas humanas esclavizadas.
Se tolera decir que Dios es amor, pero se persigue a quien enseña que el poder, el dinero y la religión no deben ser idolatrados sino convertidos en instrumentos eficaces para que el hombre -todo hombre -tenga vida. Esta irreverencia de Jesús era mucho más de lo que los señores de este mundo estaban dispuestos a tolerar y decidieron -ayer y hoy- silenciarlo, apresarlo, condenarlo y crucificarlo como un malhechor.
Jesús se sabía cercado e invitó a los discípulos a la cena de despedida. Última Cena cargada de emociones donde Jesús se desahogó con ellos y les dijo: las autoridades me pondrán preso y me quitarán la vida, pero yo la doy voluntariamente por ustedes y por los que vendrán, porque son amigos míos. Nadie tiene más amor que quien da la vida por otro. Ámense unos a otros y yo estaré siempre con ustedes.
Ese es el secreto del encuentro con Dios-Amor y de la humanidad consigo misma. Cuando lo apresaron esa noche todos lo abandonaron, pero Jesús dio la vida y murió perdonando.
La vida ¿absurdo o misterio?
La vida es un misterio, pero sería un absurdo si el criminal con poder tuviera la última palabra sobre el Justo incapaz de defenderse con armas y fuerza. ¿Eran la cruz y la muerte la última palabra que mataba la esperanza de que el Justo prevalecería sobre el poder? Así pareció al ser crucificado Jesús; los discípulos muertos de miedo lo negaron y huyeron. Pero el asunto no terminó ahí. Días después los veremos transformados, envalentonados e indetenibles. El sepulcro quedó vacío, pues el Padre dijo la última palabra sobre Jesús y sobre el sentido de la vida humana. Los aterrorizados e incrédulos apóstoles al encontrarse con el Crucificado resucitado en medio de ellos comprendieron que el Amor es más fuerte que la muerte y que la vida no se acaba, sino que se transforma. Que el Espíritu de Jesús está en el interior de cada persona -religiosa o no- dando sentido a la vida que se entrega como don para otros.
Como escribió Einstein, desde sus convicciones que trascendían a la ciencia,”El amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El amor es Dios y Dios es amor”.
Aunque no sepamos explicar racionalmente, dar la vida no es perderla sino encontrarla y multiplicarla. Los apóstoles, venciendo el miedo, salieron a la plaza pública diciendo: Al Justo a quien ustedes ejecutaron como a un malhechor, Dios lo ha puesto como Salvador, es decir como Camino, Verdad y Vida. Cada persona que ama y sirve siente, gusta de Dios, no como Poder que domina y aplasta, sino como Amor que da vida. Está presente cuando estamos juntos reconociéndonos y ayudándonos. La Semana Santa no es una representación escénica, sino el camino de toda vida que busca sentido y lo encuentra al darla.
Hoy con el coronavirus la muerte anda suelta, pero también se han activado millones de personas para proteger y dar la vida: familiares, enfermeras, médicos, vecinos, los que producen y llevan la comida, los que en ese aislamiento están espiritualmente cerca. Millones que, como Jesús en la Última Cena, lavan los pies a los discípulos, poniendo su vida al servicio. Millones que exigen que la economía, las armas y la política se reorienten para dar vida.
Ese amor de entrega nos convierte en verdaderos humanos, nos hace hijos de Dios y dioses-humanos, que no oprimen sino que dan vida como Dios-Amor.