Antonio Pérez Esclarín
Hoy, esclavizados al televisor y los aparatos electrónicos, nos estamos volviendo incapaces de contemplar la belleza del universo y el milagro que es todo. Como dice un proverbio oriental, “si miras un árbol y sólo ves un árbol, no sabes observar. Si miras un árbol y ves un misterio eres buen observador”.
De ahí la necesidad de enseñar a contemplar y admirar el milagro que se oculta en una flor, una gota de agua, un pájaro, una piedra, la sonrisa de un niño, un rostro arrugado por el peso de los años o del sufrimiento.
Diego no conocía el mar. Su padre lo llevó a descubrirlo. Viajaron al sur. El mar estaba más allá de los altos médanos, esperando. Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, el mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta su inmensidad y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayúdame a mirar!
Una educación integral de calidad debe educar la mirada y enseñar a contemplar, sobre todo en estos tiempos en que la realidad virtual está apartando a muchos del mundo real. Mirar nos va a permitir ver más allá de las apariencias, de lo obvio y de las máscaras con que muchos se ocultan y tratan de tapar la realidad. Todos necesitamos aprender a mirar para no confundir las imágenes interesadas que nos ofrecen los que quieren robarnos la visión; para ser capaces de admirar las vidas que dan vida, y superar la ceguera programada que pretende que sólo tengamos ojos para los idolillos del mundo del deporte, los espectáculos, y la moda con que tratan de domesticarnos y doblegar nuestros corazones.
La mirada contemplativa nos debe llevar a descubrir en todo la presencia de Dios. Todo en el mundo es revelación de Dios. Todo vocea su presencia. En cada sonido está el eco de su voz, en cada color un destello de su mirada. Todo es revelación, pero no sabemos mirar ni admirar. La mirada contemplativa nos permitirá descubrirlo jugando con los hijos, y si levantamos la mirada, podremos verlo caminar con la nube, desplegar su fuerza en el rayo y descender mansamente con la lluvia. Lo podremos contemplar sonriendo en las flores y agitando con la brisa las hojas de los árboles. Lo podremos contemplar en la canción del agua, en la súplica del mendigo, en la fatiga del obrero, en la mirada del enamorado y de la mamá que contempla embelesada a su hijo y es capaz de embellecerlo cada vez más con la caricia de sus ojos.
La mirada contemplativa debe ser también una mirada fraternal para ser capaces de vernos como conciudadanos y hermanos y no como rivales y enemigos. El conciudadano es un compañero con el que se construye un horizonte común, un país, en el que convivimos en paz a pesar de las diferencias. La verdadera democracia es un poema de la diversidad y no sólo tolera, sino que celebra que seamos diferentes. Diferentes pero iguales. Precisamente porque todos somos iguales, todos tenemos derecho a ser y pensar de un modo diferente dentro, por supuesto, de la Constitución y los Derechos Humanos.