Por Félix Arellano
Las tendencias autoritarias lamentablemente están logrando avances y la invasión de Rusia a Ucrania se presenta como una de sus expresiones más violentas. Vladimir Putin con su chantaje nuclear mantiene en vilo a la humanidad; adicionalmente despliega su menosprecio por las instituciones liberales y, para profundizar su deriva autoritaria, humilla insistentemente a las Naciones Unidas, la principal institución del actual orden internacional.
Al iniciar la invasión de Ucrania —el jueves 24 de febrero—, en el momento que sesionaba el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y, recientemente, bombardear a Kiev en plena visita de Antonio Guterrez, secretario general de las Naciones Unidas, quien previamente se había reunido con el presidente Putin en Moscú, evidencian claramente su desprecio por las instituciones y los compromisos internacionales.
El comportamiento autoritario y cruel del presidente Putin debería servir de evidencia contundente para que sus aliados y admiradores del populismo y radicalismo a escala mundial, indiferente de la orientación ideológica, revisen su posición; empero, estamos conscientes de que el fanatismo atrofia el pensamiento y el amor al líder es ciego e irresponsable.
En ese contexto, toda acción de presión contra la actitud del presidente Vladimir Putin es conveniente y necesaria. La Asamblea General de las Naciones Unidas ha logrado un importante precedente al suspender al Gobierno ruso del Consejo de los Derechos Humanos, por “las violaciones y los abusos graves y sistemáticos de los derechos humanos tras la invasión de Ucrania”. La Organización de Estados Americanos (OEA), por su parte, también está asumiendo un papel histórico al suspender el carácter de observador del Gobierno ruso en la organización.
El señor Karim Khan, fiscal de la Corte Penal Internacional, se ha fortalecido al visitar Ucrania, en plena invasión rusa, para confirmar directamente la magnitud de los delitos de lesa humanidad y cumplir con las funciones inherentes a su cargo en el marco del Estatuto de Roma.
Adicionalmente, la Organización Mundial del Turismo (OMT) está contribuyendo en el esfuerzo de incrementar la presión contra el autoritarismo ruso, al suspender, con el voto mayoritario de sus miembros, la participación de Rusia en la organización, por “violar los valores de las Naciones Unidas”.
Cada uno de nosotros también enfrentamos un desafío, pues debemos contribuir a la conformación de la sociedad civil internacional y participar, en la medida de nuestras posibilidades, en la promoción del activismo transnacional, la formación de redes y grupos de reflexión interconectados globalmente que contribuyan a la difusión de las bondades de las libertades, los derechos humanos y la institucionalidad democrática y, de esta forma, apoyar la construcción de límites al expansionismo del autoritarismo.
Resulta fundamental sensibilizar a los pueblos, en particular a los sectores más vulnerables, que son presa fácil de la manipulación de las narrativas populistas y radicales, sobre los perversos efectos del autoritarismo, para su bienestar individual y de la sociedad en su conjunto.
El expansionismo del presidente Putin reabre de nuevo el debate sobre las opciones para la construcción de gobernabilidad en el contexto internacional, tema central de las relaciones internacionales desde sus orígenes como disciplina académica.
La visión de la anarquía internacional, que propicia el enfrentamiento de “todos contra todos” en una suerte de “estado de naturaleza”, la visión hobbesiana de las relaciones internacionales se fortalece con el ascenso de la geopolítica del autoritarismo y, en especial, con el expansionismo ruso, que también ha marcado como un objetivo a Moldavia, donde está instigando el secesionismo e incluso amenaza a países plenamente occidentales y de tradición pacifista como Suecia y Finlandia.
Aprovechando la osadía disruptiva de Rusia, Kim Jong-un, el dictador de Corea del Norte, se suma al chantaje nuclear y recientemente ha encabezado un desfile militar que incluyó la exhibición de misiles balísticos intercontinentales (ICBM), diseñados para lanzar armas nucleares de largo alcance que están prohibidos por acuerdos internacionales.
Adicionalmente, ha amenazado que “utilizará preventivamente armas nucleares” sin ningún temor frente a posibles reacciones de la comunidad internacional, seguro del apoyo que le brindan otros miembros del club de gobiernos autoritarios, en especial el gobierno comunista chino.
Occidente, que está actuando con la prudencia necesaria frente a la invasión de Ucrania, para evitar una conflagración de proporciones impredecibles, enfrenta la posibilidad de divisiones, como está ocurriendo con el Gobierno de Viktor Orbán en Hungría, que violenta la mayoría de los compromisos comunitarios, en particular los acuerdos que se están adoptando para sancionar al gobierno ruso, al que considera un aliado fundamental.
El tema energético se presenta como otro potencial factor de contradicciones. Antes de que Occidente hiciera efectivo un posible boicot a la compra de energía rusa, debido a que constituye un financiamiento del agresor, el presidente Putin decidió suspender el suministro de gas a Polonia y Bulgaria exigiendo el pago de las facturas en su moneda nacional, los rublos.
Las posibilidades de sustituir la fuente energética rusa no se presentan fáciles ni de corto plazo. La crisis energética golpea la zona de confort de una población, que si bien en principio se presenta solidaria con Ucrania, no pareciera muy dispuesta a enfrentar las vicisitudes y los costos que pueden generar las sanciones.
La crisis también se proyecta para otros sectores como la agricultura, por los fertilizantes; los alimentos, por los cereales. En estos momentos se aprecia una tendencia inflacionaria que puede afectar todos los mercados y en particular a los países en desarrollo, con mayor énfasis a los más vulnerables en el sector agrícola.
El presidente Putin, por su parte, juega al tiempo, al cansancio, al desasosiego de la población occidental y las potenciales divisiones entre los gobiernos; ya lo ha logrado con Hungría, con el objetivo de debilitar la reacción unida y contundente de Occidente.
El gobierno comunista de China, por su parte, se mantiene en una posición de aparente ambigüedad que define como equilibrada, pero que en el fondo privilegia la visión autoritaria, pues también tiene sus planes expansionistas en su vecindario y el principal objetivo es Taiwán.
En este contexto, destaca el reciente acuerdo de seguridad suscrito con el Gobierno de las Islas Salomón, que podría facilitar la construcción de una base naval china en este estratégico territorio en el pacifico, lo que representa una clara amenaza para el vecindario. Ahora bien, el clima de guerra que está promoviendo Rusia le resulta poco conveniente para sus planes de expansión económica a escala mundial, en particular, para su ambicioso proyecto de la Ruta de la Seda.