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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Enfermos invisibles

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Hector Escandell

La imagen de unos niños con tapa bocas, en medio de una calle, agarrados de la mano junto a sus padres angustiados. La foto de un paciente con VIH llorando ante las cámaras porque no se quiere morir. El retrato de los pacientes renales pálidos –casi amarillos-, es la evidencia más notable de una sociedad destinada a sufrir.

Las últimas 168 horas han mostrado –una vez más- la cara más trágica de la realidad social venezolana. Alejandro Silva viajó 432 kilómetros desde la ciudad de Guanare hasta Caracas para decirle al ministro de salud, Luis López, que desde hace 5 meses no recibe antiretrovirales. Con este hombre, también viajaron las peticiones de todos los “cero positivo” de los llanos occidentales. Ellos se agrupan en la organización Renacer; una ONG que hace lo que puede para conseguir los remedios que les permitan seguir viviendo.

Alejandro se paró firme en Plaza Caracas. Llegó al centro del poder y junto a otros pacientes con VIH gritaron consignas, atendieron a los medios, agitaron pancartas y levantaron sus miradas hacia los balcones del Ministerio de Salud, con la única intención, quizás, de recibir una palabra de los burócratas. Una mirada que les diera aliento, que aliviara la pesada carga de amigos y familiares en el extranjero que se quitan el pan de la boca para comprar medicinas de alto costo.

Desde otro punto del rompecabezas venezolano, los pacientes renales también se vieron obligados a sacar las camillas. En la ciudad de Guasdualito –Alto Apure-, 36 de ellos se amotinaron y reclamaron insumos y máquinas para dializarse. Los aparatos del único hospital de la localidad necesitan mantenimiento y las autoridades aseguran que no tienen presupuesto. Para quien no lo sepa, un paciente renal debe limpiar su sangre constantemente con ayuda artificial; sino lo hace, muere.

La indolencia y la ineficiencia llega a niveles cumbre, asombra. La solución que se le ocurrió a los dirigentes regionales fue montar a los enfermos en un autobús y trasladarlos hasta San Fernando de Apure -417 kilómetros de distancia-, para que en una ciudad ajena los atendieran. Algunos, los más graves, accedieron, otros no. No pueden asumir los costos del viaje. Pregunto: ¿No es más fácil y más barato conseguir un técnico y trasladarlo hasta Guasdualito para que haga servicio a las máquinas?, ¿No es menos arriesgado que tratar de mover a 36 pacientes y a sus acompañantes por unos caminos que no están en buen estado?

En Caracas, este viernes, un grupo de niños, niñas y adolescentes cerraron los accesos al hospital JM de Los Ríos. Junto a sus padres, los pequeños se agarraron de las manos formando una cadena humana en medio de la calle para llamar la atención de las autoridades. “No hay agua en el hospital”, decía alguno de los manifestantes, mientras mi compañero de trabajo lo entrevistaba en el noticiero del mediodía. La falla es recurrente según lo que hemos investigado.

La señora Vicky Nefro es madre de un jovencito de 13 años. Ella y su chamo asisten casi a diario al hospital para hacerse la diálisis. “No hay trasplantes”, me dijo mientras la entrevistaba en el programa de la tarde. “Hoy protestamos porque no había agua en la sala de hemodiálisis”. Varias veces tocaron la puerta de la dirección y nadie los atendió.

Esta mujer narró su angustia en la radio. Durante la entrevista, denunció que los más de 500 pacientes –todos niños, niñas y adolescentes- están condenados a permanecer conectados a las máquinas dializadoras porque no hay ofertas de trasplantes y tampoco medicinas para los trasplantados.

A las 4:15 de la tarde estaban terminando de atender a los pequeños del turno de la mañana. Después de la protesta, los bomberos llevaron dos camiones cisternas y llenaron los tanques del hospital. Pero el problema de fondo no ha sido resuelto. Cuando los tanques vuelvan a vaciarse, seguramente otros pacientes tendrán que protestar otra vez.

La señora Nefro se preguntaba a esa hora por los padres de los niños del segundo turno de diálisis. ¿A qué hora comenzarían a atenderlos?, ¿Les darían comida para cenar?, ¿Cómo se regresarían a sus casas? Un rosario de preguntas y angustias.

Sin duda alguna, los pacientes venezolanos se convirtieron en seres invisibles a la autoridad. Gente que apenas se ve cuando trancan calles, cuando sus familias reclaman o cuando algún medio de comunicación se atreve a mostrar sus carencias.

La cuenta regresiva de un trasplantado se acelera cuando no consume su medicina. El reloj pone marcha atrás y los pacientes renales comienzan a cambiar de color. Los oncológicos pierden batallas contra la metástasis, los diabéticos se empalagan y quienes sufren del corazón viven con una bomba de tiempo entre pecho y espalda.

¿Hasta cuándo?, ¿Qué tiene que pasar para qué los dueños del negocio comprendan que no hay ideología política que condene a los enfermos?, ¿Qué más tienen que hacer los padres, las niñas, los enfermeros, los médicos, los parientes en el extranjero, qué más?

Por enésima vez, la fotografía de la salud en Venezuela salió en blanco y negro. Ojalá, en algún momento alguien quiera comenzar a colorearla. Ojalá, las historias comiencen a narrarse con tono de esperanza. Ojalá, repito, en alguna crónica narremos las victorias de los venezolanos más vulnerables.

 

 

Fuente: https://steemit.com/cervantes/@hescandell/cronica-or-enfermos-invisibles

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