Vanessa Vargas
Un gesto es una unidad mínima de significado, tal y como una palabra puede serlo, aunque a primera vista un abismo parezca estar entre un modo y otro de aparición del fenómeno comunicacional. El reconocimiento de estas unidades mínimas de significado, independientemente de que estén insertas necesariamente en un proceso de transmisión deliberada y transparente de contenidos, aparecen como un campo de significación tan legítimo como el de la palabra hablada o escrita y, en ese sentido, incluso independiente de ésta: la palabra no se inserta necesariamente allí donde originalmente se encuentran un gemido o un gruñido cualquiera. La gestualidad es así comprendida como una textualidad de cuño diferente, y el cuerpo humano como un espacio-ser generador de signos que se encuentra en constante proceso de comunicación.
Estos signos se componen de diversas experiencias y prácticas que involucran el cuerpo en el contexto individual, pero también social, o colectivo. Desde esta perspectiva, podría decirse que el cuerpo humano es un microcosmos de la sociedad, por lo que es posible comprender el mundo a la luz de estos paradigmas. En este sentido, el cuerpo se convierte en un espacio legítimo, no sólo para investigar las enormes posibilidades del cuerpo, sino también para estudiar la sociedad.
El pasado 29 de abril se celebró el día internacional de la danza, y el bailaor y coreógrafo sevillano Israel Galván ha escrito el mensaje oficial de este día haciendo énfasis en la idea de la danza como una actividad integradora, que no solo involucra a los bailarines y coreógrafos sino también a la audiencia. En Venezuela seguimos conmemorando este día, bailando con la urgencia de aproximar al espectador a relacionarse con la danza desde su propia corporalidad, que pasa por el oficio del bailarín, pero también del lector.
Muchos artistas han expandido sus fronteras progresivamente, intentando comprometer aún más a su audiencia/público en un ambiente más plural, entendiendo que el arte -en especial la cultura visual- ya no se rige de acuerdo a los cánones de cierta estética tradicional. El público es una plataforma para las ideas: es intercambio. La danza es en este momento un lugar interesante y rico para la participación, la comunicación y la creación de identidad colectiva.
El espectador no es, desde hace tiempo, un ente pasivo que desea ser activado. La audiencia es intérprete, porque es capaz no sólo de traducir sus propias experiencias, sino formar parte de ellas. La investigación cultural sigue pensando y explorando sobre la idea de lo colectivo, y en las múltiples capas que la constituyen (por ejemplo el trabajo colaborativo). La obra de arte -en cierto sentido- hoy no existe por sí sola, y por ello el espectador/público/audiencia/lector/participante juega el rol de un elemento de expresión visual capital. En este sentido, cierta camada de artistas contemporáneos entienden que las manifestaciones culturales no pueden ser más la voz de una sola persona: no es tanto un problema sobre la manera en la que se concibe el rol del autor, sino de cómo abordar un discurso que se construye en colectivo. Es el resultado de la multiplicidad de enfoques.
Hoy el pensamiento referido a la cultura visual y las artes performáticas se cuestiona el lugar del arte en categorías epistemológicas y sociales en términos de producción, circulación e interpretación, entendiendo que el hecho de buscar más público no es más una buena idea; es necesario activar nuevas formas y articulaciones que relacionen la representación con la participación.
Estas nuevas formas y articulaciones en la danza y el performance están pasando no solo por el escenario sino también por el espacio urbano, público y privado. El cuerpo es autónomo, se mueve sobre todas las circunstancias, por eso es potencialmente subversivo: ahí radica su poder. Pero no estamos hablando del cuerpo en contra del sistema, sino del cuerpo que baila y busca abrir espacios de diálogo y experiencias compartidas dentro de la contemporaneidad, la urbanidad, y la democracia, expandiéndose a las escuelas, a las iglesias, a los templos y estudios de danza que sirven a compañías y a festivales, museos, depósitos, viejas industrias convertidas en teatros de danza experimental, así como espacios de danza autogestionados y colaborativos en el que varias disciplinas comparten procesos creativos. Es de algún modo, como dice Deleuze, desterritorialización de la danza, de sus marcos, estructuras, y modos de representación, incluso modos de interacción con el público, abriendo la imaginación a lo híbrido del espacio. En este proceso, la danza se relaciona con la audiencia, con la escuela, con la iglesia, con el depósito, con el Estado, con la industria en una relación de intercambio simbólico, pero también desde el enfoque de la danza como lugar de consumo, de objeto cultural, desde la industria cultural.
El arte es un ejercicio que forma parte natural de la praxis humana. Nuestra danza tiene retos y desafíos palpables: en primer lugar, necesitamos tomar posición del lado de los lectores/audiencia, articulándola y comprometiéndola en el ejercicio de la participación en la danza, eliminar o reducir las fronteras entre la danza y la industria, reconociendo sus contradicciones y fortalezas, mejorando la cantidad y la calidad de los contenidos en los medios de comunicación, acompañar los artistas en la producción, recepción y difusión de sus trabajos, haciendo redes que pasen desde el Estado hasta la empresa privada. Cambiar la noción de raíz por la del rizoma, principio en el cual cada individuo se extiende, crece, a través de las relaciones con otros, y esa idea de otro también pasa por la ciudad y sus múltiples aproximaciones. Es tiempo de re-articular el cuerpo al diálogo, ese es nuestro principal reto.