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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

En Venezuela se muere en pañales

Luisa Pernalete

“Adolescentes asesinaron a una mujer y a su hijo de 2 años”, fue el titular de la nota de Germán Dam (Correo del Caroní 22/04/12): “La joven tenía cargado al niño en el momento en que pistoleros irrumpieron en su casa y le dispararon sin mediar palabras”, se detalla más adelante.

Esa misma semana, una madre vino desde El Callao a protestar frente a los tribunales en Puerto Ordaz, porque ni el juez, ni la fiscalía, ni el indiciado de dar muerte a su hijo de 9 meses –el pasado 23 de enero- se habían presentado al acto. Al presunto culpable, según la abuela del pequeño, se la había dado “casa por cárcel”. Se le acusa de haber abusado sexualmente y luego asesinar a su hijo de sólo 9 meses de edad ¡padres matando a sus hijos! ¿ Y la justicia venezolana responde protegiendo?

En Caracas, en Nuevo Horizonte, Catia, “un parrillero de una moto mató a niña de 12 años e hirió a tres menores de edad” (El Nacional 24/04/12). La niña jugaba con sus amiguitos en el frente de la casa de su abuela, lo que hacen muchos niños de los sectores populares: jugar en la calle. “Ya no dejan que un niño tanga infancia”, dijo uno de los familiares al conocer la muerte e la niña.

Estoy mencionando casos de solo una semana, y no hablo de las muertes de recién nacidos en hospitales, porque eso, según el Gobernador de Aragua “ es normal”.

Estos datos tendrían que decirnos algo –o mucho– a los venezolanos. Estamos hablando de asesinatos de bebés en pañales, de niñas y niños jugando, ¿esto es normal? No es lo mismo una muerte de un bebé por gastroenteritis –doloroso, ciertamente- que un homicidio.

Homicidio supone que alguien mata a otro, y ese otro, en los casos que hemos apuntado anteriormente, se trata de criaturas que apenas empiezan a vivir, que no están haciendo daño a nadie, que no están atacando a nadie, que están para jugar, sonreír y reír, convertir hojitas en barcos y palos de escoba en caballos y cohetes. Cuando juega un niño, dice Orlando Araujo, “hasta la muerte revive”, pero en la Venezuela de hoy, hay niños y niñas que no llegan ni a jugar, porque se mata cuando aún tienen pañales.

Hace unas dos décadas, Angel Arévalo, en ese entonces director de la Escuela de Fe y Alegría en Paraguaipoa –Guajira venezolana–, me decía que los contrabandistas en la frontera tenían su código de comportamiento, “no se mata ni a mujeres ni a niños, tampoco se mata en frente de niños. Pero con la droga y el narcotráfico ese código se ha roto”. Me he acordado de esas palabras de Angel porque ya no hay “código”, no hay edad que se respete en este país.

Cada vez que reflexiono sobre hechos como los anotados, me pregunto cómo es que no salimos todos a la calle a pedir protección para los más pequeños e indefensos. ¿Cómo es que “todo sigue igual”, como que si no estuviera pasando nada anormal? La LOPNNA dice que el Estado, la familia y la sociedad son corresponsables en la protección de los niños y niñas. Creo que todo se lo estamos dejando a una familias ya de por si débiles y desprotegidas. El reclamo de la madre de El Callao, pidiendo justicia por el asesinato de su hijo, es evidencia de ello. ¿Dónde están las políticas públicas integrales para proteger a los niños y niñas de las balas y de los abusos?

Considero que tenemos que tomarnos en serio esto de la deshumanización de la sociedad venezolana. Considero que por encima de las diferencias políticas, la protección de niños y niñas debería ser parte de un acuerdo nacional. Se saludan y valoran las campañas de ONGs a favor de la niñez, pero es urgente que sean muchas las voces que lo pidan y que propongan salidas a esta situación. También es importante que nos preguntemos cómo hemos llegado a este grado de insensibilidad que ni el llanto de un bebé para la violencia.

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