Ismael Pérez Vigil
No deja de sorprenderme esta afirmación que hacen muchas personas de que “en Venezuela ya no habrá más elecciones”, frase que –digámoslo de una vez– es la aspiración máxima de este régimen y a quien, supongo que, sin quererlo, le hacemos el juego repitiéndola.
En efecto, he escuchado como sin el menor desparpajo, pestañear o temblor en la voz, sale esta afirmación de labios de líderes políticos, comentaristas de radio y televisión, periodistas, analistas políticos y hasta amigos y gente de la calle. Lo más sorprendente es que lo dicen sin pesar, sin preocupación, como resignados. Algunos incluso como si estuvieran descubriendo o diciendo algo original, genial, algo que se les acaba de ocurrir, una especie de revelación divina.
Asumo que la frase es la forma en que muchos, resumen la desazón y frustración que los venezolanos sentimos ante la situación política por la que estamos atravesando tras las derrotas políticas que sufrimos en el 2016.
Es cierto, en el 2016 fuimos brutalmente apaleados por el régimen. Primero con la suspensión del Referendo Revocatorio, que no supimos defender y luego con el infausto proceso de diálogo, que manejamos mal desde el principio y al que no supimos sacar todo el partido que se le podía sacar. Pagamos caro el costo político de la suspensión de ambos procesos que han debido ser en su totalidad un alto costo para el gobierno, que quedó al margen de la constitución y se quitó la careta ante la comunidad internacional. Pero salimos menguados en vez de fortalecidos. Ambos sucesos los manejamos mal, todos, los que se oponían al RR y al diálogo y los que lo apoyábamos; no fue que unos no tuvimos razón y los otros sí, y en todo caso, nos cansamos de esperar las alternativas que los críticos de ambos nunca nos supieron dar o explicar, a lo mejor porque en el fondo no tenían una mejor alternativa, excepto la manida frase de “la calle”, que hasta donde hemos podido ver tampoco es una alternativa que haya arrancado o que nos haya conducido –pienso en 2014– a alguna parte que no haya sido el vil encarcelamiento de líderes y opositores y el inaceptable, lamentable e irrecuperable costo en vidas y heridos.
Pero volviendo a la frase, ¿Y si no hay más elecciones, entonces qué? ¿El último en salir que apague la luz? ¿O la insurrección armada? ¿Con que armas? ¿O nos vamos todos a Miraflores, pero con las manos en alto para entregarnos y que nos metan presos? De los traumas políticos –como la cancelación del RR y el diálogo frustrado– se aprende y se sale de ellos con más política, no renunciando a ella o alistándose en la “moda” de la anti política, por la que ya los venezolanos hemos pasado y que fue precisamente lo que condujo al país a esta debacle al elegir presidente a Hugo Chávez Frías en 1998 y cuyas consecuencias estamos sufriendo todos desde hace ya 18 años.
No me cabe la menor duda de que eso de “que en Venezuela no haya más elecciones”, es la aspiración del Gobierno y seguramente hará todo lo posible por retrasar, entorpecer o impedir los procesos electorales que están en camino, constitucionalmente hablando: las elecciones de gobernadores y legisladores estadales, ilegalmente suspendidas por el CNE en 2016; las de alcaldes y concejales municipales, que corresponde realizarlas este año; y las elecciones presidenciales que se deben realizar en 2018.
Para esta tarea –inconstitucional y anti democrática– cuenta el Gobierno con la complicidad del CNE y del TSJ, el silencio e indiferencia de buena parte de la comunidad internacional y el apoyo de los organismos represivos del Estado y de sus propios grupos violentos y armados; pero con lo que no puede contar es con nuestra complicidad e indiferencia o nuestra “resignación” con frases como esa de que “en el país no habrá más elecciones”. No hay que ser ingenuos como para no pasearse por ese escenario, pero una cosa es decirlo como una posibilidad que hay que considerar, como parte del análisis de la estrategia del Gobierno y nuestras acciones para vencerla y otra muy distinta es repetirla como si se tratara de algo inevitable, que no tiene remedio y a lo que estamos fatalmente condenados.
La lucha política que hay que dar es precisamente esa, que haya procesos electorales, que se respete el derecho al voto, que es un derecho político según nuestra constitución y tradición democrática y es también un derecho humano fundamental, debemos actuar como ciudadanos políticos, esta tarea es de todos, asumir nuestra responsabilidad política en el rescate del país y la democracia. No será una lucha fácil, pero en ella contaremos, sin duda alguna, con el apoyo de la comunidad internacional que vaya despertando, a la que debemos alertar, todos los días, sin descanso ni sosiego, todos los partidos, todas las organizaciones sociales, pero no con la “resignación” de la frase ya comentada, asumida como una especie de sentencia o una maldición milenaria, sino con la denuncia y reclamo permanente de la aberración que está tratando de cometer el actual régimen de Nicolás Maduro, una de cuyas modalidades sería no realizar elecciones o convocar un proceso electoral sin la participación de la oposición, como hizo Ortega, el dictadorzuelo de Nicaragua y que muchos también comentan como posibilidad, dándole argumentos al Gobierno, que no necesita de nuestro que le demos ideas o razones para seguir violando la Constitución y nuestros derechos.
No sé de qué forma se puede concretar esta lucha por salir del régimen que nos agobia y quien me esté leyendo que no espere que al final del artículo yo exponga una fórmula mágica para lograr la movilización de la sociedad venezolana en contra de esta neo dictadura. Pero seguro que la alternativa no es rendirse o dejar todo y sumirse en la desesperanza y la indiferencia como si fuese este un destino ineludible. La lucha comienza por desterrar frases e ideas, que se repiten como mantras y que sumen en la indiferencia, la resignación y la desesperanza al pueblo venezolano.
En el camino de salir de esta crisis de la oposición, soy de los que afirma que es necesario voltear ahora hacia la sociedad civil, pero no denigrando de la política y de los partidos, todo lo contrario, para lograr que la sociedad civil le imprima un carácter crítico a la necesaria renovación de los partidos, su mayor democratización y su mayor involucramiento en la lucha popular contra nuestros problemas de cada día: el hambre, la inseguridad, el desabastecimiento, la carestía de la vida, el desempleo, la pérdida del derecho al voto, la destrucción de la democracia y todos los demás males que nos maltratan, degradan y golpean a todos y que son la consecuencia de pésimas políticas públicas y el peor gobierno de nuestra historia, que se “eterniza” ya desde 1998. Esos son los problemas reales, profundos, vitales, de fondo, no si el Presidente “abandonó” el cargo, o si tiene tal o cual nacionalidad.
La sociedad civil y sus organizaciones no son por misión, vocación ni diseño, movimientos políticos de masas, con capacidad de involucrarse en la lucha por el poder; tienen cada una su propia especificidad y objetivos que debe cumplir a cabalidad, pero sí se pueden involucrar con líderes sociales y políticos y con los partidos, en la movilización y construcción de alternativas que sirvan para crear conciencia en la población de quienes son los culpables de los males que nos aquejan, a todos como país y que no son otros que quienes nos gobiernan, a nivel nacional y en cada estado y alcaldía y por tanto la lucha debe ser por librarnos de ellos en todas las instancias, por la vía democrática, con elecciones, que es la única vía permanente y de la que no hay regreso.
La lucha por la elección de gobernadores, ilegalmente pospuesta por el Gobierno, con sus cómplices del CNE, es el camino más inmediato que tenemos en este momento en el país y a él debemos sumarnos sin descanso y sin reserva para volver a teñir de azul el mapa de Venezuela.