Antonio Pérez Esclarín
Como militante de la Educación Popular, he dedicado mi vida a trabajar con los pobres y excluidos para
dotarlos de un pensamiento y un conocimiento crítico alternativo, que les confiera el poder para transformar sus propias vidas y contribuir, como sujetos autónomos y éticos, a transformar la sociedad. La miseria y la exclusión están ligadas, en definitiva, a la falta de voz y de poder de los grupos populares. Un pueblo ignorante o superficialmente educado será siempre víctima de liderazgos enfermizos, y vivirá en la espera de mesianismos salvadores y bajo la amenaza de fanatismos que proliferarán en mil formas de intolerancia. Por ello, si siempre me opuse a las democracias meramente electoreras, que vivieron de espaldas a las mayorías populares y olvidaron la búsqueda de la justicia, la inclusión y el bien común, me opongo por igual a todo tipo de autoritarismo y a las diferentes formas de populismo y mesianismo que, hablando supuestamente en nombre del pueblo, le impiden expresar su propia voz y desarrollarse como sujetos independientes y autónomos.
De ahí la falacia que considera sólo pueblo verdadero al que grita y aplaude las ocurrencias de los gobernantes. Todos los que se atreven a hacer alguna crítica, sin importar que hayan entregado su vida a combatir todo tipo de exclusión y de discriminación, dejan de ser pueblo y entran automáticamente en la categoría de apátridas, traidores, agentes del imperio, o en el mejor de los casos, masa engañada, que ha sido envenenada o comprada por los golpistas y por los que quieren mantener a los pobres en la exclusión y la miseria.
La democracia implica elecciones justas, en igualdad de condiciones, y respeto total a los resultados. Pero la democracia va mucho más allá pues es una forma de organización y de vida fundamentada en el respeto, la honestidad y la igualdad. La genuina democracia debe garantizar los derechos fundamentales de todos, empezando por el derecho a la vida y una vida libre y digna; implica igualdad de opciones y de oportunidades en seguridad, alimentación, educación, vivienda, salud, capacidad de pensar y expresarse por sí mismo sin miedo. Cuando en una sociedad la gente tiene miedo y no se atreve a expresar lo que piensa, se destruye la convivencia pacífica y la democracia.
Es realmente deplorable utilizar el miedo y la miseria del pueblo para mantenerse en el poder. El pueblo y sus necesidades no importan realmente: importa el poder. Lo que debería ser medio, se convierte en fin: mantenerse en el poder. Por ello, si bien creo que hay que superar de una vez las meras democracias electoreras, y garantizar democracias participativas, eficientes y equitativas capaces de garantizar el acceso a bienes y servicios de calidad en igualdad de oportunidades a toda la población sin el suplicio de las colas, hay que seguir avanzando hacia democracias sustantivas que garanticen formas de convivencia y comunicación horizontales y equitativas no sólo en el plano político, sino en todos los planos de la vida.