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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

En clave de paz

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Manuel Zapata, SJ 1

Libro: Venezuela enclave de paz

Ediciones Centro Gumilla

Presentación
Hacer una revisión de la historia republicana de Venezuela para aproximarnos desde otra perspectiva a nuestro ethos cultural y político es una empresa desafiante. No es nuestra pretensión abarcarlo todo en un solo intento. Nos impulsa el afán de conocernos mejor y ofrecer una mirada positiva de quiénes somos los venezolanos. En este largo recorrido, los últimos veinte años revelan una imagen de problemas irresueltos, pero tienen como base esfuerzos de casi dos siglos por lograr formas de entendimiento entre actores políticos en conflicto: patriotas y realistas, liberales y conservadores, federalistas y centralistas, gomecistas y postgomecistas, partidos políticos firmantes y detractores del Pacto de Puntofijo, gobiernos democráticos y guerrilleros pacificados, oposición y gobierno chavista, y en medio de todos ellos un importante tercer lado, como diría William Ury, que se encuentra entre los sectores polarizados e interactúa permanentemente (y en ocasiones forma parte de los bandos) de manera compleja. Un examen de estos procesos nos ayudará a identificar el carácter conciliador que nos constituye.

Este es el espíritu que queremos recoger en el libro “Venezuela en clave de paz. Breve historia de la convivencia nacional (1820-2020)”, iniciativa surgida del Foro Venezuela: ¿Violencia o Convivencia? Construcción de paz y reto democrático, organizado el 5 de octubre de 2018, entre el Grupo Aquí Cabemos Todos y la Fundación Centro Gumilla como parte de la alianza Juntos construimos por la paz y la no violencia2 y con ocasión del Día Internacional de la Paz. La construcción de esta narrativa histórica y epistemológica ha sido posible gracias a la labor editorial de Francisco Alfaro Pareja y la cooperación entre la Academia Nacional de la Historia y el Centro Gumilla. También queremos ofrecer nuestra gratitud a cada uno de los autores, que se han esforzado por comprender nuestra historia, en los hitos seleccionados, con el deseo de que sirvan como experiencias e insumos que puedan aportar al debate y a la construcción de alternativas para negociar una salida pacífica, democrática, constitucional y soberana a la crisis que vivimos actualmente en Venezuela.

El texto que se presenta a continuación reúne experiencias diversas de negociación y acuerdo en la complejidad de la realidad venezolana en las épocas consideradas. Desde los múltiples pactos para ponerle fin a la guerra interna (en sus variadas expresiones) durante todo el siglo XIX, pasando por la modernización de las instituciones del Estado que facilitó una transición compleja pero pacífica entre la dictadura gomecista y el primer ensayo democrático de 1945 a 1948, el cual se retomó con la caída del perezjimenismo y la firma del Pacto de Puntofijo, hasta llegar a la doble legitimación de la Constitución de 1999 y el acuerdo entre el gobierno del expresidente Chávez y factores de la oposición posterior al golpe de Estado de 2002. Los aprendizajes derivados pueden ser útiles a fin de no repetir ciertos errores que llevaron al país a la regulación de conflictos violentos a lo largo de su historia.

Sin pretender hacer una lista extensa de estos aprendizajes y reconociendo que los contextos de cada experiencia histórica son disímiles, conviene resaltar algunos elementos comunes entre ellas. Por ejemplo, en muchas de estas experiencias se realizaron acuerdos que satisfacían a los principales actores en conflicto, pero que dejaban por fuera los intereses de otros grupos de la población, en ocasiones más numerosos. En otros casos, tal como sucedió con el Tratado de Coche, se presentaron fuertes divergencias dentro del mismo grupo en cuanto a firmar o no el convenio. Situaciones de este tipo pudieron generar resentimientos, en ocasiones justificados, pero que, posteriormente, fueron instrumentalizadas por diversos actores políticos. Ese es el caso del expresidente Chávez, quien se remontó discursivamente en diversas ocasiones a su apoyo a la causa del caudillo asesinado Ezequiel Zamora en el conflicto federal y justificó parte de su lucha y postura antipactista con la llamada oligarquía puntofijista, en el presunto complot que fraguó su muerte. En el caso de Puntofijo hay elementos similares, pues, a pesar de los enormes avances sociales, políticos y económicos, fueron excluidos del pacto algunos factores de poder por su falta de compromiso con el proyecto democrático liberal representativo, en especial el Partido Comunista que termina incorporándose a la lucha armada para exigir un modelo político alternativo. Si bien la pacificación de la guerrilla, que se desarrolla entre las décadas de los 60 y 70 del siglo XX, logra la reincorporación de importantes sectores a la vida democrática nacional, no logra sanar ni reparar todas las heridas de los vencidos y sus familiares. De ahí se derivan algunos de los problemas actuales, específicamente de las acciones y la venganza de algunos funcionarios en altos cargos públicos. Estas dos experiencias nos muestran, por un lado, que no es posible construir acuerdos sin considerar las demandas de todos los grupos de la sociedad y, al mismo tiempo, sin proveer una reparación integral de las víctimas. Asimismo, todo pacto debe incluir las demandas de los sectores mayoritarios y más desfavorecidos de la sociedad, de lo contrario será un acuerdo de élites que, con dificultad, podrá sostenerse en el tiempo.

 

Una revisión sobre las circunstancias que hicieron posible los Tratados de Trujillo de 1820 nos tiene que alertar sobre los peligros de escalar en la violencia en conflictos como el que actualmente enfrenta la sociedad venezolana si no buscamos caminos, estrategias de entendimiento y acuerdos mínimos a corto plazo. Desde 2014 el incremento de la violencia social y política ha sido exponencial con respecto a años anteriores. Amén de ello, desde 2015 la Emergencia Humanitaria Compleja ha agravado las condiciones de vida de los venezolanos, quienes padecen de grandes dificultades para acceder tanto a una alimentación y salud adecuadas, como a servicios básicos de calidad para subsistir. Estos elementos junto a la hiperinflación y las violaciones sistemáticas del derecho a la vida, a la libertad, a la educación, al trabajo, entre otros, ha dejado efectos profundamente lesivos para la sociedad en su conjunto. Y todo por el empeño de la coalición de gobierno actual liderada por Nicolás Maduro, de mantener el poder a través del socavamiento del Estado de derecho, la institucionalidad democrática y el incremento de la represión. Su lucha política contra factores de la oposición venezolana empeora las posibilidades de una solución pronta, pacífica, democrática y constitucional para revertir las condiciones de deterioro estructural del país, acercándonos a un incremento de la violencia y un potencial conflicto armado, cuestión esta que impondría mayores sufrimientos a la población. La imagen del abrazo de Simón Bolívar, líder de las fuerzas republicanas y Pablo Morillo, jefe del ejército realista, en Santa Ana en 1820, nos demuestra que cuando hay altura de miras y se ponen los intereses comunes por encima de los deseos personales y las ambiciones de poder despótico, es obligatorio sentarse en una misma mesa para allanar el camino y construir acuerdos de paz duraderos.

El período que va desde la Revolución de 1870 hasta 1889 reviste un particular interés por los esfuerzos de concertación que se desarrollaron entre grupos que mantenían visiones distintas sobre el poder en torno a la doctrina liberal. Estos grupos que, inicialmente se concentraban alrededor de la figura de Antonio Guzmán Blanco, comenzaron a entrar en pugna por el personalismo y la autoridad ilimitada que El Ilustre Americano le imprimió a sus gobiernos, el cual pretendía erigirse como paladín del liberalismo, queriendo cerrar, al mismo tiempo, las puertas a las posiciones civilistas que promovían un pluripartidismo liberal y un periodismo independiente que sirviera de tribuna para el debate de ideas en torno a la necesaria democratización del país. Aunque estos esfuerzos se vieron interrumpidos con “el advenimiento de los gobiernos de Castro y Gómez”, arrojan luces sobre los desafíos de avanzar en un proyecto compartido de país que respete la diversidad política ideológica en el marco de un Estado republicano con instituciones democráticas libres, sólidas y autónomas. Esta es una aspiración que -si bien en el pasado tuvo importantes avances y en años recientes ha sufrido una franca regresión- late en el corazón de los venezolanos y requiere del compromiso -de los partidos y sus dirigentes- por revitalizar la política como espacio para la construcción del “nosotros”, allende los intereses particulares.

El examen del período político liderado por Eleazar López Contreras es particularmente significativo en cuanto a que fue creando condiciones para una transición hacia la democracia, después de una dictadura de más de veintisiete años. Aunque este proceso fue muy lento, abrió paso a propuestas liberalizadoras y democráticas que se fueron desarrollando en los años y décadas subsiguientes. Este aprendizaje podría ilustrar que los procesos de cambio no ocurren necesariamente de manera abrupta, sino que pueden gestarse lentamente hasta lograr un consenso mayoritario -como ocurrió en su momento- con las demandas por el voto de las mujeres, el sufragio universal, la elección directa y secreta del presidente y de los miembros de las cámaras del Congreso, etc., las cuales eran exigencias que se fueron concretando posteriormente.

Los años recientes muestran una sociedad cargada de odios, resentimientos y divisiones que comenzaron hace décadas y se profundizaron durante el período de la autodenominada Revolución Bolivariana, aún en curso. El resultado de este tiempo ha sido un país fuertemente fracturado, con una estructura institucional destruida, una economía improductiva y una sociedad empobrecida hasta niveles jamás vistos. La escalada del conflicto político deja ver la necesidad que existe de sanar viejas heridas, de reconocer al otro en su dignidad y que la lucha por eliminar la diferencia (y al diferente) no resuelve nada. Por ello, huelga insistir en el diseño de mecanismos de convivencia que tengan como punto de partida consensos previamente logrados. Por ejemplo, la Constitución Nacional de la República cuenta con el reconocimiento común de todos los venezolanos. Es cierto, que en un primer momento (1999) fue rechazada por un importante sector de la población, pero posteriormente, en 2007, fue ratificada por el mismo grupo que se opuso a ella. La Constitución de 1999 nos une como país y es el marco sobre el cual se puede desarrollar cualquier acuerdo social y político. En ese sentido, la experiencia de la Constitución de 1830, que unió a centralistas y federalistas a pesar de sus diferencias en intereses y visión de país significó una gran oportunidad de conducción política hacia la concordia a través del debate y la búsqueda de alternativas que ayudaran a superar la confrontación. Como la Constitución de 1830, la de 1999 es también una vía para la superación del conflicto, que permita poner los consensos por encima de los radicalismos político e ideológicos.

El caso del acuerdo firmado por el gobierno de Chávez y los partidos de oposición en el año 2003 nos muestra que la solución al conflicto político y a la crisis social debe ser amplia y sostenible, y no puede limitarse solamente a una salida electoral que, aunque indispensable, no es suficiente. Es fundamental poner el acento en las raíces estructurales del conflicto para que el programa de reconstrucción y reconciliación sea real y produzca una verdadera transformación.

Al preguntarnos si es posible la paz en Venezuela o, dicho de otra manera, si los venezolanos somos capaces de ponernos de acuerdo para convivir en paz, no podemos dejar de lado estas experiencias. Si bien la evaluación de estos 200 años de historia nos ha mostrado un país no exento de conflictos, dichos desencuentros no evitaron que se intentara conciliar las diferencias y se reconocieran intereses comunes al país. Por otro lado, podemos constatar que no son la exclusión o eliminación del otro, la diatriba o la guerra vías para una paz duradera y posible. Nuestra mejor alternativa es construir bases para la convivencia, respetando nuestras diferencias e integrando lo mejor que tenemos para el bien de todos. Sin el mutuo reconocimiento entre todos, nuestro futuro está en peligro.

En el epílogo de este libro se examinan los más importantes esfuerzos desarrollados en los últimos años para la búsqueda de acuerdos ante la dramática crisis humanitaria compleja. Conviene, en este sentido, la revisión rigurosa de los distintos mecanismos alternativos de diálogo y negociación realizados desde el año 2002 para no repetir errores, superar los obstáculos, restablecer la confianza y generar acuerdos sólidos y sostenibles en el tiempo. La revisión de los temas identificados y abordados de este período permite apreciar preocupaciones coincidentes que requieren reglas claras para ser discutidas, de modo que aumente la capacidad de diálogo y disminuyan los niveles de confrontación. Asimismo, se describen varias de las propuestas presentadas desde diversos sectores políticos del país para la resolución del conflicto por vías pacíficas, constitucionales, negociadas y democráticas. Desde el Centro Gumilla creemos que la propuesta de acuerdo nacional debe ser para la solución estructural de la crisis. En este sentido, debe haber un acuerdo a largo plazo que involucre todos los actores posibles y no simplemente los grupos de poder en punga.

Tenemos que ser capaces de construir mecanismos de convivencia para detener los niveles de sufrimiento generados por la crisis. En este sentido, el proyecto de convivencia que surja debe lograr no solo la recuperación de la economía y la rehabilitación de la política como arte de negociación ordinaria, sino también la reconstrucción social del país. Este proyecto debe contar con el concurso de todos, de manera que podamos consensuar una ruta pacífica que garantice el derecho a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición. Somos un país que, en los peores momentos de su historia, ha buscado conseguir paz y entendimiento. Hoy es un momento para continuar ese espíritu, sin romanticismos, pero también sin posturas cerradas que no llevan a nada.

Un acuerdo nacional para superar la actual crisis debe considerar los aprendizajes históricos para enfrentar los obstáculos de una manera más efectiva, no repetir errores y valorar el espíritu de concordia que nos ha caracterizado. Nuestra historia no es solo de guerra, también lo es de paz. Como sociedad debemos juntar fuerzas para acabar con el fantasma circundante de la guerra a través de un acuerdo que involucre desde las principales demandas sociales hasta los aspectos que han dado origen al conflicto, así como cuestiones asociadas a la gobernabilidad, la reinstitucionalización del aparato público, la reconstrucción económica y social del país, el acceso a la justicia y la redemocratización. Esperamos que este libro contribuya con este debate.

1 Sociólogo, graduado en la Universidad de Oriente. Maestrante en Psicología Social en la Universidad Central de Venezuela. Fue Director Encargado del Servicio Jesuita a Refugiados y coordinador de Sociología de la Universidad Católica Andrés Bello. Actualmente se desempeña como Director de la Fundación Centro Gumilla, Coordinador del Apostolado Social de la Compañía de Jesús y de la Red de Acción Social de la Iglesia. Es también profesor de Sociología del Instituto de Teología para Religiosos y de la Universidad Católica Andrés Bello.
2 Juntos construimos por la paz y la no violencia es una iniciativa de acción colaborativa desarrollada en 2018 por parte de las organizaciones Centro de Justicia y Paz (Cepaz), Oportunidad, Espacio Anna Frank, Mahatma Gandhi Venezuela, Laboratorio por la No Violencia, Juegos por la Paz, Paz Activa y la Fundación Centro Gumilla.

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