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Emprendimiento y ganancia

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Por Pedro Trigo, s.j.

Se acaba de celebrar un encuentro en Asís de unos novecientos jóvenes investigadores en economía, empresarios y emprendedores, convocados por el papa Francisco con el objetivo de buscar una economía que, manteniendo todas las virtualidades de la actual, no nos lleve al desastre. Se trata de buscar una alternativa superadora que mantenga el vector de la ganancia, que es el único actual, componiéndolo con otros de tal manera que la economía sea una actividad realmente humanizadora y fecunda.

Hemos conocido la ganancia humanizadora

Quisiera dejar claro que esta propuesta no es una utopía y ni siquiera algo inédito que se tiene la esperanza de alcanzar en el futuro. Se ha dado en la historia reciente en una dosis bastante notable, aunque lo hayamos olvidado completamente y nos parezca que la situación actual no es sino la exacerbación de lo que se ha hecho siempre. Se dio en Europa después de la guerra mundial cuando los cuarenta millones de muertos llevó a no pocos a proponer cambiar los ejes que habían llevado a esa dirección histórica que había conducido a la muerte violenta de tantas personas y a una destrucción sin precedentes, además de a separaciones y odios, es decir a la deshumanización de quienes se dejaron llevar por esas pasiones.

Se vio que la alternativa tendría que consistir en pasar de la dirección vital de prevalecer sobre el otro a como diera lugar, es decir como un empeño absoluto, a establecer sinergias en las que todos salieran ganando. Esto se consideró sobre todo en dos ámbitos: el de los países y el de las clases sociales. Aunque el presupuesto de fondo es que cada quien no se considerara un mero individuo que aspira a nacer de sí mismo y a vivir en sí mismo y para sí mismo y que solo se relaciona con los demás en cuanto le convenga y que no tiene en cuenta el costo social de sus acciones. Si somos personas, somos radicalmente seres en relación; y las relaciones que humanizan son, no meramente las mercantiles, el “te doy para que me des” (do ut des, que decían los romanos), sino las de colaboración buscando el bien común, que incluyen la entrega de sí horizontal, gratuita y abierta.

Respecto de los países la acción que dio el tono fue la consideración de los presidentes francés y alemán de que en menos de cien años habían tenido tres guerras buscando cada nación prevalecer sobre la otra y que había que cambiar esa pretensión no solo deshumanizadora sino suicida. Por eso se preguntaron qué podían hacer en común para provecho de ambos; y considerando que en la frontera francesa con Alemania había minas de carbón y en la de Alemania con Francia las había de hierro hicieron una siderúrgica conjunta. Fue el comienzo del mercado común y de la comunidad de naciones.

Lo mismo pasó con las clases sociales. En vez de seguir luchando patronos y trabajadores para ver quién prevalece, se propusieron hacer de la empresa una comunidad de intereses, que además se interesara por el bien de la sociedad. La realización más significativa fue la de Volkswagen que dio acciones a sus trabajadores. El resultado fue que la empresa mejoró mucho en su desempeño laboral y económico.

Fue, en verdad, una dirección vital realmente humanizadora y además viable, fecunda, incluso económicamente. El corrimiento a lo actual se fue dando porque el bienestar económico que se siguió fue aprovechado por las empresas para llevar mediante la publicidad al consumismo, que es fundamentalmente individualista. Y así, sin negar explícitamente la dirección mancomunada y solidaria, se fue acentuando de hecho la ganancia individual como lo determinante.

Parecido podemos decir de Venezuela. Los años sesenta fueron años en los que tanto los empresarios, como los trabajadores, como los medios de comunicación y los políticos estaban empeñados en un trabajo de calidad y bien remunerado y todos eran agentes sociales. Y no hubo rentismo, ya que el barril de petróleo no llegó a los cuatro dólares y el Estado no recibía ni un dólar completo por barril. Y además no hubo corrupción y el Estado cumplía su tarea con solvencia. La situación empezó a cambiar cuando con el primer boom petrolero (1973) comenzó la corrupción y el salto hacia “la Gran Venezuela” que implementó el Gobierno fue tan precipitado que el venezolano empezó a no ser sujeto del desarrollo nacional. Ahí empezó también el rentismo. Y al no haber ya un proyecto nacional consensuado y llevado por todos, se fue imponiendo el consumismo y la búsqueda de la ganancia privada a cualquier precio.

Tener en cuenta lo que ha pasado nos guiará para concretar las propuestas y para estar sobreaviso para no caer en lo que ha originado tanto daño antropológico, tanta pobreza y la ruptura del equilibrio ecológico que está llevando al suicido colectivo.

Ganancia con dos condiciones

El punto nodal es que tiene sentido el emprendimiento, que la creatividad que lo motoriza es insustituible. La experiencia de la implementación de los llamados socialismos reales en la URSS y su órbita nos ha confirmado que la alternativa no puede ser que el Estado sea el dueño de todo y que todos seamos asalariados suyos. A la sociedad, si quiere mantenerse dinámica y es crucial que se mantenga, le conviene el emprendimiento privado. Esto tiene que quedar asentado como un elemento necesario de cualquier alternativa que quiera ser superadora de lo actual.

Pero el emprendimiento no puede ser algo absoluto, regido únicamente por el éxito económico. Cuando eso ocurre, la propaganda, astutamente manejada, provoca necesidades artificiales y deseos deshumanizadores, que, sin embargo, aparecen como sumamente positivos, y las mercancías publicitadas de ese modo son compradas compulsivamente, causando un efecto negativo en los que las adquieren y además ya no les queda dinero para adquirir lo que sí es necesario, conveniente y humanizador.

La ganancia sólo es justa y conveniente para la sociedad cuando se debe a la venta de bienes y servicios realmente útiles y cuya relación calidad/precio sea superior a otras que se ofertan en el mercado, y cuando, además, el modo de producción de esos bienes y servicios sea también justo, de manera que el propietario no considere a sus trabajadores como una mera mercancía, como un gasto más que debe ser minimizado lo más posible, sino como seres humanos dignos que requieren unas condiciones laborales realmente humanas y un salario proporcionado al trabajo y a la ganancia obtenida y con el que puedan vivir congruentemente.

Intervención del Estado para que el mercado sea libre

Desde lo que llevamos dicho parece claro que la tasa de ganancia no puede dejarse solo al mercado, a la ley de la oferta y demanda porque, al buscar los que ofertan únicamente su ganancia, de hecho, someten el mercado a sus intereses con lo que salen perdiendo los consumidores. Los productores no obran libremente, es decir desde lo más genuino de sí, porque se dejan llevar, es decir, son arrastrados por la pasión subalterna de la ganancia, y los que compran no pueden elegir libremente ya que todas las ofertas están sobrevaloradas y solo pueden elegir de qué palo ahorcarse. No es un mercado realmente libre. Porque no es libertad hacer meramente uno lo que le da la gana sino buscar sin coacción lo que humaniza, aunque no sea necesariamente lo que más humaniza. Pero la libertad se hipoteca cuando se busca, de hecho, lo que deshumaniza, aunque uno no se lo quiera decir a sí mismo.

El Estado tiene no solo el derecho sino la obligación de fijar márgenes de ganancia, con base en un conocimiento real de los procesos de producción y mercadeo. Ahora bien, nos estamos refiriendo a un Estado realmente democrático, es decir que busca realmente el bien de las mayorías, teniendo también en cuenta componerlo con el de las minorías, y que en esa búsqueda está abierto a las críticas razonadas de los afectados.

Éste no es un mercado controlado, sino un mercado en el que, al fijar los márgenes de las tasas de ganancia, se lo concentra en lo que realmente es dinámico, conveniente a la sociedad y humanizador, es decir a que los que ofertan los bienes y servicios se apliquen a investigar cómo hacerlos más cualitativos y a menor costo, en lo que convenimos desde el inicio que consistía el valor insustituible del mercado.

El mercado es controlado y pierde así su razón de ser cuando lo controlan los fabricantes que buscan solo su tasa de ganancia y actualmente en definitiva los grandes financistas, con lo que cada vez se invierte menos en investigación para mejorar la calidad de los productos y éstos son más perecederos. En estas condiciones el mercado no es una estructura positiva ni insustituible.

En definitiva, tiene que haber emprendimiento y ganancia, pero ésta no puede ser un fin absoluto, sino que tiene que ser proporcional al bien prestado a la sociedad y tiene que tener también en cuenta el valor del trabajo, que no es una mera mercancía. Para que se mantenga esta proporcionalidad es indispensable la intervención del Estado, siempre que sea realmente democrático.

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