Alfredo Infante
Los resultados electorales de la primera vuelta en Colombia son preocupantes. El uribismo, línea dura vinculada a la parapolítica, pareciera tomar nuevo aliento. De imponerse esta línea la sociedad colombiana estaría decidiendo retomar los modos no institucionales de gobernar, y, estaría echando por la borda los grandes esfuerzos que la actual administración ha hecho por reinstitucionalizar el país; y muy especialmente, los esfuerzos por una paz fruto del dialogo y la negociación.
En este momento, la decisión de la sociedad colombiana no está entre la derecha y la izquierda. El presidente Santos representa un centro derecha institucionalista, y, el candidato del uribismo, una extrema derecha, parainstitucional y personalista. Colombia está ante uno de los estructurales dilemas de nuestros pueblos latinoamericanos: institucionalidad o personalismo; dicho de otro modo, Colombia se debate entre el modo moderno de hacer política y el caudillismo personalista. Detrás de Zuluaga está el caudillo.
Toca esperar la segunda vuelta, y, para que la línea institucional logre un triunfo en la segunda vuelta de junio, es necesario que, en primer lugar, se logre bajar la abstención que en esta primera vuelta estuvo rayando el 60 por ciento; porcentaje muy alto para unas elecciones presidenciales. En segundo lugar, que Santos logre pactar con los otros candidatos de modo que en la reconfiguración de las alianzas entre los distintos partidos, se capitalice el apoyo de las pequeñas organizaciones y así repuntar; sin embargo, hay que tomar en cuenta que los votos no se desplazan en bloques, sino a según la voluntad del votante.
Por otro lado, llama la atención la geografía política nacional. Las costas atlánticas y pacíficas votaron a favor del diálogo y la negociación de Paz, inclinándose por una continuidad de la administración del presidente Santos. Pero al interior del país, se votó por la línea dura representada por el uribista Zuluaga.
Los resultados de estas elecciones son importantes para la región y muy especialmente para las relaciones binacionales colombo-venezolanas. El triunfo de Zuluaga implicaría una reconfiguración interna en UNASUR, y, una cabeza de puente para la presencia de los EE.UU en la región, sin mediaciones institucionales; ya hay antecedentes, basta recordar el acuerdo sobre las bases militares entre Colombia y Estados Unidos, que la administración Uribe firmó al margen de los procesos institucionales y de la constitución.