Por José Guerra
El dólar estadounidense ha venido tomando cada vez más presencia en Venezuela. Aunque claramente la economía no está dolarizada, es innegable que una buena parte de las transacciones se están realizando con dólares físicos o transferencias, en particular en aquellos bienes con poco componente local o que son totalmente importados. Este es el típico caso cuando una moneda, en este caso el bolívar, pierde todos sus atributos que la definen como tal, es decir, medio de intercambio, unidad de cuenta y reserva de valor. Ello se debe al virulento proceso de hiperinflación que azota a la economía nacional y cuyo registro al cierre de 2018, con seguridad, va a exceder el 1.000.000%. Este proceso de sustitución monetaria sucede cuando quienes tienen bolívares se enfrentan al dilema de la pérdida del valor de sus activos y en consecuencia buscan refugio en otra moneda con rasgos de estabilidad. Quienes se quedan en bolívares se arruinan.
El 20 de noviembre el dólar se cotizó en Bs. 315 y el 7 de diciembre estaba en Bs 550. Vale decir que el precio del dólar aumentó 75% en aproximadamente quince días y no hay ningún indicador que sugiera que ese precio va parar de aumentar. El vuelo del dólar se transmite de inmediato al sistema de precios y al mismo tiempo impacta en las expectativas de los agentes económicos quienes suelen adelantarse ante la próxima depreciación esperada del bolívar. La pregunta que surge es ¿por qué el bolívar sigue perdiendo cada vez más valor frente al dólar? La respuesta obvia es porque hay una demanda creciente de la moneda de los Estados Unidos y un repudio por los bolívares. No hay otra explicación, pero ella es incompleta sino se explica el hecho que para que alguien esté dispuesto a comprar un dólar tiene que, primero tener los bolívares para hacerlo y segundo, pensar que el dólar mañana costará más y, por tanto, es mejor comprarlo ahora antes que suba de precio. Aquí entra en escena el rol del Banco Central quien tiene una política claramente contradictoria e incoherente: por una parte, trata de secar el mercado con un aumento del encaje para obligar a los bancos comerciales a que no presten y, por la otra, sigue financiando a PDVSA y, por tanto, al déficit fiscal emitiendo dinero. El efecto neto de ambas acciones, frenando la expansión monetaria privada y aumentando expansión monetaria pública se salda con un crecimiento del dinero primario al prevalecer la segunda sobre la lo primera de las acciones.
De esta manera, no hay ningún instrumento en manos de este gobierno que pueda detener el vuelo del dólar hacia la estratósfera en la medida en que los agentes de la economía continúan perdiendo la confianza en un bolívar que cada vez vale menos. Según la teoría de la conspiración, el bolívar se deprecia porque hay una guerra contra la moneda, y esto no deja de ser verdad y esa guerra tiene unas coordenadas: su ubicación está en el este, en el piso sexto del BCV donde funciona la oficina que emite dinero sin respaldo y en el oeste en el piso tres del Edificio Sede donde funciona el Directorio del BCV quien ordena la emisión de esos papelillos llamados bolívares.