Luisa Pernalete
“¡Le destrozaron el violín! “Ese video de unos segundos, en donde Willy, ese muchacho, músico, que ha ido a las manifestaciones sin otra “arma” que su violín, lloraba porque un uniformado se lo había quitado y destrozado. “¡Hasta cuándo vamos a aguantar esto!” – desgranaba sus palabras entre lágrimas. Si usted escuchó o vio ese video, de solo unos segundos, seguro que lloró como yo, como lloramos por la muerte del joven Puga – Ciudad Bolívar – y de los otros muchachos.
El violín se ha convertido en un símbolo. Es la no-violencia hecha expresión, hecha lucha, hecha manifestación de un clamor.
Inmediatamente, en las redes sociales, decenas de venezolanos comenzaron a proponer una colecta para compra otro violín a Willy; otros pedían la dirección del joven para donarle un violín. No era el violín lo que se defendía, era el símbolo de la protesta pacífica. Era una manera de decir: estamos con los pacíficos.
Siempre me gusta recordar que Gandhi decía que la no-violencia es una invitación para valientes. Yo añado que es fácil “hacerse oír” – o genera miedo no respeto – con un arma, y ahora con una lanza bomba, pero hacerse oír, generar respeto con la palabra que exhorta, con miradas y gestos que denuncian a veces, que apaciguan otra, con las notas que salen de un violín… para eso se necesita valentía, mucha valentía. Por eso Willy y su violín ha recogido más respeto que todos los uniformados armados juntos. Por eso lloramos con él ¿el martes? ¿El miércoles? Ya no sé, estas semanas se han puesto muy largas, los “partes de guerra” le suman horas a cada día y los archivos mentales están desordenados.
Luego supimos que ya Willy tenía oro violín y que había salido de nuevo a protestar con sus gritos vestidos de notas musicales.
Recuerdo cuando trabajé, como voluntaria, con una fundación que buscaba ayudar a niños en situación de calle a recuperarse. Eso fue en Maracaibo hace más de dos décadas. Era un “trabajo nocturno”. Recorríamos, después de las 7 de la noche, el malecón, las plazas… Eran escenas como sacadas de la película “Los olvidados” de Buñuel. Bajo efectos de la pega, algunos se volvían violentos. Yo siempre cargaba en la maleta de mi carro mi cuatro, y recuerdo sus rostros cuando yo sacaba “mi arma”, de factura larense, y les cantaba cualquier cosa. ¡Era mágico! Captaba la atención de todos, se quedaban tranquilitos: Rodilla, Tachón, el Venado, Yupita… ¡Era mágico! La magia de la música. Claro, ellos tenían un corazón, golpeado, pero sensible, por eso la música les llegaba al alma. Para escuchar la música, para dejarse conmover por la música hay que tener corazón.
Necesitamos muchos violines hoy en Venezuela, para que las manifestaciones – expresión de descontento, expresión de exigencia de derechos vulnerados – no alimenten la espiral de violencia, con lo cual todos perdemos.
El cierre del VIII Encuentro de Constructores de Paz, realizado el viernes 26 de este largo mes, fue con las notas de un violín. Esta vez fue en manos de Daniela, adolescente, estudiante de un colegio de Fe y Alegría de Petare – sí, de esa barriada estigmatizada por la violencia, pero llena de tesoros – de ahí llegó a la Universidad Católica y nos ofreció “Venezuela y el Himno Nacional. Con el Gloria al Bravo pueblo, y un abrazo de paz, terminamos el encuentro, con un violín en manos de una adolescente, con la imagen de @WuillyArteaga en nuestras mentes.