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El Viajante

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Brutos violadores y brutos con corbata

Ángel Antonio Pérez Gómez

Se estrena El viajante a los pocos días de recibir el óscar a la mejor película de habla no inglesa, lo que supone la segunda estatuilla para el director persa Asghar Farhadi. El anterior lo obtuvo por Nader y Simin, una separación (2011). El premio parece excesivo para este drama conyugal que cojea visiblemente en bastantes momentos de su desarrollo, pero al que, sin duda, habrá beneficiado la escasa entidad de las películas oponentes y el cabreo bastante generalizado en Hollywood contra las medidas de exclusión de Donald Trump.

Al margen de las causas circunstanciales que siempre acompañan el fallo de casi todos los premios, lo cierto es El viajante es un film sobre el derrumbe del amor en una pareja de actores que padece un horrible percance. Él, aparte de actuar en una compañía teatral, da clase de Literatura en un instituto y se empeña en dar a conocer a sus alumnos la obra de autores extranjeros. En el liceo y en el escenario trabaja la misma pieza teatral: La muerte de un viajante de Arthur Miller (1949). Incorpora a Willy Loman y su mujer Rana a Linda, la esposa del agente comercial, representante del fracaso del sueño americano. En paralelo se producen los ensayos y representación de la obra con las vicisitudes de la pareja.

El filme empieza por el derrumbe –el colapso, como se dice ahora– del edificio que habitan. Es un piso moderno, decorado con estilo minimalista funcional, que denota el alto nivel de la pareja. Es un signo premonitorio de que su vida en común se va a tambalear, si no, arruinar. Tienen que salir a toda prisa y Babak, el productor del montaje teatral, les busca un piso de alquiler. Por desgracia, la anterior inquilina ha salido a escape y ha dejado sus pertenencias encerradas en una de las habitaciones y responde siempre con largas a la petición de que se lleve lo que es suyo. No hace falta que diga que el montón de artículos domésticos usados y nada modernos representa la tradición cultural iraní que es un lastre pesado, inútil, que impide moverse con comodidad por este mundo. Para que el significado sea más evidente el trastero está pintarrajeado con dibujos infantiles, o sea, cuentos para niños.

Las incomodidades del nuevo piso se solapan con tensiones –lógicas, por otra parte– en los ensayos de la obra de Miller. Pero, en medio de los desequilibrios del nuevo hogar y del progreso de la representación, sucede un hecho ominoso. Creyendo que el que llama al interfono es su marido, Rana -que está a punto de darse una ducha- franquea la puerta a un desconocido, que aprovecha la circunstancia para forzarla y violentarla. Por fortuna para ella, las heridas sangrantes son leves y se las taponan en el hospital. La otra herida, la del agravio sufrido, es más difícil de cicatrizar.

La actitud inicial de Rana es la habitual en estos casos. No quiere presentar querella por la vergüenza e interrogatorios que deberá sufrir por parte de unos policías tan machistas como la sociedad iraní en la que vive. El marido, en cambio, proclive a denunciar la violación y perseguir legalmente al culpable, cambia de opinión y se empeña en encontrar por su cuenta al autor del delito y tomarse la justicia –o la venganza– por su mano. Ella va sintiendo, cada vez con más fuerza, que lo mejor es pasar página y no meterse en un problema del que pueden salir perjudicados ambos.

Pero a Emad le sale el resabio ancestral sobre el honor. El crimen no ha de quedar impune y se propone humillar y hundir al responsable. Se mete en una investigación que no le conducirá a nada bueno. Los deseos de venganza brotan no tanto por hacer justicia a su mujer cuanto por reparar su herido orgullo de marido. Como Willy Lomas, lo que se derrumba en él es ese falso aire de persona muy por encima de tradiciones obsoletas, que quiere vivir como un hombre libre del siglo XXI, y que acaba por echar mano de los más rancios convencionalismos sobre el honor del varón a quien han violado a su mujer. Rana, en definitiva, descubre que Emad no busca su bien sino satisfacer su sed de venganza, por eso, cuando contempla las torturas a que somete al viejo verde se da cuenta de que su catadura moral no es mucho mejor que la de su agresor.

La película, que arranca briosamente con la amenaza de derrumbe del edificio, se empantana un tanto en el resto de la primera parte. Cobra mayor emoción e intensidad en la segunda con un desenlace que tampoco es que satisfaga mucho a la verosimilitud, aunque sí sirve al mensaje del film: hay brutos violadores y brutos de corbata.

Se ve que Farhadi conoce bien a los clásicos modernos como Arthur Miller. Sus obras tienen una sólida estructura, aunque en este caso, se bambolee a ratos para la necesidad de seguir el paralelo, aunque no literal, del dramaturgo. Y es que el film es menos fresco que los anteriores. Se le ve demasiado el plumero, la intención de denunciar actitudes y prácticas del Irán fundamentalista. Por ejemplo, en esos puntazos a la censura oficial –tanto escolar como teatral– que manda cambiar frases y omitir ciertos diálogos.

La interpretación es excelente, como suele serlo en sus filmes. Destaca la de Taraneh Alidoosti que compone un personaje lleno de matices y de gran riqueza moral. Música y fotografía también juegan un papel importante y merecen notable. En fin, una película digna, interesante, bien intencionada que sobresale por encima de la medianía con mucha holgura.

Fuente:

http://www.cineparaleer.com/critica/item/2041-el-viajante

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