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El silencio no siempre es de Dios

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Miguel Matos sj

Me siento orgulloso de haberme sumado de manera radical al Proceso Bolivariano desde sus mismos comienzos. Considero que las motivaciones en favor de esa opción estuvieron en la línea del pensamiento filosófico, social y político de mi fe cristiana. Con igual justicia sigo reconociendo los innumerables e innegables logros atribuibles hoy al mismo Proceso Bolivariano. Le sumo a esto el hecho de que en ningún momento he puesto mis esperanzas en el actual liderazgo opositor, por sí solo, como supuesta respuesta alternativa. Unos 18 años de oposición para solo ofrecer como  programa “sacar a Maduro”, es casi vergonzoso. Cada vez estoy más convencido que el futuro de Venezuela o se construye a base de una confluencia de todos los sectores en pugna o seguiremos con el “juego trancado”

Por esos motivos  me siento en una suerte de obligación para  expresarme en este momento tan  particularmente  especial que atraviesa nuestro país. Hay momentos para el silencio y hay momentos para una clara expresión de los pensamientos. Hay momentos de silencios cómplices y hay momentos de parlamentos oportunistas. No pretendo complacer ni mortificar a nadie con este pronunciamiento. Siempre he tratado de ser esclavo sólo de mi propia conciencia, cuando he despertado halagos como cuando he obtenido rechazo.

Si tuviera que describir en una palabra el síntoma más sensible de mi actual estado de ánimo, usaría la palabra indignación. La indignación me la producen tanto los gestores de la oposición como los del gobierno.

Esta vez me referiré más a la indignación que me produce la insensibilidad, complicidad, prepotencia y torpeza por parte del estamento oficial. No porque crea que es esa la única fuente de nuestras desgracias. Casi cada venezolano tendría que reconocer su cuota de desidia, anarquía, flojera, vivaracherismo, deshonestidad, violencia, egoísmo, visión superficial de la realidad con la que se incrementan diariamente nuestras tragedias. Todo esto como consecuencia del desbarajuste estructural.

Tengo que decir que estoy, a las inmediatas, seriamente golpeado por las experiencias  de impotencia que presencio diariamente en los alumnos de las escuelas de Fe y Alegría de Caracas. A lo que me estoy refiriendo son,  desgraciadamente, datos que ya son demasiado conocidos por todos, pero que  claman para que no nos acostumbremos a ese espectáculo diario de las ausencias de los alumnos por no haber ingerido alimento el día anterior, los desmayos en clase, el mínimo rendimiento por las mismas razones. Un capítulo especial, desgraciadamente, ya harto conocido, sería ese capítulo irritante y mortal de la falta de medicinas aun para medicamentos de alto riesgo.

Para no caer en reiteraciones me estoy concentrando en solo dos de las situaciones ya ultraconocidas: hambre y medicinas. Pero cada venezolano tiene su vertiente por donde accede a otras innumerables y fatales informaciones.

Este espectáculo del hambre y de la falta de medicinas no es un hecho aislado y tiene de alguna manera conexión con un panorama mucho más completo integrado por la infamia de una corrupción hecha epidémica, el descuido criminal de los servicios públicos, las triquiñuelas con las que se entorpecen los calendarios electorales, la situación de los presos políticos, la intimidación que se ejerce contra las opiniones diferentes, el torpe manejo de las divisas, las expropiaciones irresponsables, la especulación auspiciada por agentes del Gobierno como es el componente militar, el sectarismo más agresivo, las violaciones a la Constitucion ;  todo esto ambientado en una actitud prepotente de quienes se sienten dueños absolutos del país.

Ante estas situaciones resulta verdaderamente  imposible, mantener una mínima fidelidad a opciones asumidas en otro contexto. Una mínima lealtad, justamente, a la opción por los más pobres, no puede hacerse coincidir ni con una fidelidad automática ni con un silencio cómplice. Con la misma fuerza con la que en un momento se apoyó por coherencia ideológica a este proceso, con esa misma fuerza se tiene que impulsar una salida que redima verdaderamente a esos pobres que hoy buscan en los basureros algo para no morirse de hambre o intentan con alternativas aproximativas de la medicina natural , detener el daño letal de enfermedades mortales.

En ese sentido se ubica una  de las situaciones que más me han irritado, como  es la negación del Gobierno a auspiciar un corredor humanitario con el apoyo de Caritas y de otras agencias, para combatir la hambruna y la falta de medicinas . Ha sido para el Gobierno más importante mantener hacia el exterior la apariencia de suficiencia alimenticia que impedir las muertes de venezolanos. En esta, como en otras situaciones, le ha resultado más importante al Gobierno su mantenimiento en el poder.

No es fácil tener que situarse, a partir de un momento determinado, en una ubicación contraria a aquella desde donde sentías que aportabas a tu opción por los más pobres. Ha costado tiempo esperar por si se veían síntomas de decisiones sinceras pensadas desde la tragedia de nuestro pueblo. En este discernimiento también se ha tenido en cuenta el efecto de una innegable conspiración nacional e internacional muy injerencista contra una dinámica sociopolítica que debe ser dirimida por los venezolanos. Ignorar la existencia de este factor sería también ingenuo. Pero es indudable que estos factores externos e internos, enemigos del actual sistema, no han resultado ni resultan  ni ligeramente tan determinantes ni eficaces para esta tragedia, como son las políticas irresponsablemente erradas y los vicios conocidos por todo el mundo y que son atribuibles al Proceso Bolivariano.

 ¿A qué hay que apuntar?  En primer lugar hay que apuntar a mantener viva la esperanza de los venezolanos para el futuro, la solidaridad para el presente y una cruda evaluación de nuestro pasado inmediato. Es necesario además superar los maniqueísmos. Necesario también es impedir que un sector  ignore al adversario. Es un enfrentamiento en el que están comprometidos grandes sectores de nuestra colectividad en ambos lados. Entre  los peores enemigos se cuentan el sectarismo a ultranza, la distracción con respecto a  los problemas más urgentes, la resignación, la pasividad paralizante  y   la incitación a las salidas violentas. Y a favor de una salida está la presión permanente, convocante y creativa hacia los factores e instancias más influyentes para que sitúen el dolor de los de abajo en la referencia obligada de todo su accionar. 

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